Andaluces de Jaén / aceituneros altivos / decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? No se levantó de la nada / ni el dinero, ni el señor / sino la tierra callada / el trabajo y el sudor. Escribió Miguel Hernández, poeta. Otro bardo, Joaquín Sabina, de Úbeda, nacimiento de la etapa por las arterías jienenses, cantó después.
“Como quien viaja a lomos de una yegua sombría por la ciudad camino, no preguntéis adónde, busco acaso un encuentro que me ilumine el día y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden”, expresó el cantautor en Calle Melancolía.
Allí quedó atrapado Ben O’Connor, aunque vista de rojo. Perdió el tranvía. El líder sufriente, crucificado en otra montaña coleccionada por Primoz Roglic. El esloveno es el dueño del cortijo. En tierra del trabajo, el patrón quiere recuperar lo que considera suyo, el barrio de la alegría.
En la Sierra de Cazorla encontró el esloveno el manantial para arrugar al australiano, horadado por Roglic. El rayo que no cesa, que le comió casi un minuto. Lijó 46 segundos más 10 de la bonificación. A la caza del septiembre rojo.
O’Connor, superlativo en la Yunquera, sufrió la magnitud de un campeón como el esloveno, desatado en una montaña escueta, de cambios de ritmo y muros, que le sonreía a su estilo. Enric Mas, ligero el pedaleo, llegó junto a Roglic, más veloz en el mano a mano. Unos segundos después asomó la figura de Mikel Landa, otra vez excelso en su terreno.
El de Murgia concedió 14 segundos, pero reafirmó su candidatura al podio. El hombre que siempre estuvo ahí. En el lado opuesto, se desplomó Joao Almeida, debilitado, desconectado. Vacío por dentro. Era un fado de melancolía el portugués. La Sierra de Cazorla reordenó la general sin rastro del luso. Roglic demostró su idilio con la carrera que le reconforta.
Landa, gran tercero
Recolectó su 14ª victoria en la Vuelta. Afilado el colmillo, persigue a O’Connor con saña. Depredador. En un par de bocados le ha comido un minuto. El esloveno es segundo, a 3:49 del australiano. Landa es quinto, a 5:13 del líder, pero a un palmo del podio.
Atravesar los campos de olivos era necesario para desentrañar el misterio de Cazorla, sus rampas broncas y sus descansillos, para partirse de nuevo la cara y achatar la nariz en el cuadrilátero jienense en una ascensión corta pero de mirada aviesa a la que se entraba a través de un pasillo estrecho, angosto.
Una subida de 4,8 kilómetros y 7,1% de pendiente media. Un calvario escalonado, quebrada, con rampas que son muros de crampones y piolet. O de pies de gato y magnesio.
El muro de las lamentaciones daba la bienvenida con esas cuestas que son salidas de garajes, sótanos para los ciclistas, apaleados por el ciclismo de las hipérboles, donde todo se exagera.
Lazkano, formidable, Tejada, Y Vergallito se lanzaron hacia su encuentro. Izagirre se quedó colgando de la percha de la fatiga después de compartir fuga con el alavés. Lazkano dejó otra pincelada de su calidad. Es un diamante.
Sobresaliente Lazkano
Vencedor de la clásica Jaén, la que se corre por los caminos de tierra, del trabajo, Lazkano se sentía en casa. Le bastaba respirar el aire para reconocer aquellas tierras. El latifundio lo domina Roglic, que en cuanto se puso en pie, altivo el gesto, el mentón elevado, los cuellos almidonados el puerto, corrió al asalto. O’Connor esquivó el primer golpe de esloveno. Gall le protegía. Tejada, Lazkano y Vergallito no tenían futuro. Roglic, encendido, lanzó otro salva.
El rictus comenzaba a dolerle a O’Connor, que entró en fase defensiva. Mas coincidía con Roglic. Alados. El esloveno había iniciado sus series. Otra vez se envalentonó. El líder masticaba la crisis. Indigesta. Gall era su sherpa, pero perdía su huella.
Landa, de menos a más tras el atasco por un enganchón al comienzo de la subida, se intercaló. Sólido, sereno. Su estilo. Roglic y Mas empastaron. O’Connor se desgajaba. Le volaban los segundos de su despensa, que ya no es un granero. Dos días después de su gesta, parece incómodo.
Ion Izagirre, también en fuga
Disfrutó Oier Lazkano, que coincidió en la caravana con Ion Izagirre, que había seleccionado esa misma ruta de escape. El de Ormaiztegi es un gran rastreador de fugas. Tiene el olfato entrenado tras extraordinarios logros. Es un experto. Fugado venció dos etapas en el Tour, una en el Giro y otra en la Vuelta.
Ambos se reunieron con Harold Tejada, Mauro Schmid, Gijs Leemreize, Luca Vergallito, Sam Oomen y Mathis Le Berre en las gargantas de la Sierra de Cazorla. En el retrovisor confluyeron los interese del Israel, pensando en Woods, el hombre que descerrajó Oiz, que alumbró esa montaña, y el Decathlon, que promueve la candidatura de O’Connor.
En un territorio quebrado, exigente, sobresalía el Mirador de las Palomas, una cumbre bisagra antes de irse al encuentro de una sucesión de muros en Cazorla. En una carretera que festoneaban los olivos, árboles viejos, sabios, que alfombraban el paisaje de olor a aceituna, custodios del oro líquido, el aceite de oliva, la agitación gobernaba la fuga, puro frenesí.
La ruleta del recelo giraba los engranajes del mecanismo de un reloj que aún les sonreía la ventaja. Continuaban los siete pero todo era distinto. El cooperativismo, el bien común, muto en el individualismo y la codicia de la lógica capitalista. Insaciable. En ese parqué bursátil, el esloveno subió la apuesta. Todo al rojo. Roglic hostiga a O’Connor.