Un cáncer de pulmón (se fumó un paquete diario de tabaco a partir de los 35 años) acabó con la vida de Jesse Owens, un atleta de leyenda cuya principal hazaña fue humillar al régimen nazi, que preconizaba la superioridad de la raza aria frente al resto de humanos (especialmente, los judíos y los negros) y que estaba convencido de que lo iba a demostrar en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 (aunque también hay que explicar, por contarlo todo, que el trato que Owens recibió en Alemania fue menos racista que el que vivía en el día a día en Estados Unidos. Por ejemplo, se alojó en el mismo hotel que sus compañeros blancos, algo que en su país estaba prohibido).

Jesse Owens había saltado a la fama en 1935 cuando realizó su gesta más increíble: cuatro récords del mundo en 45 minutos en 100 yardas (9.4), salto de longitud (8,13, marca que tardó 25 años en batirse), 220 yardas (20.3) y 220 yardas con vallas (22.6). En 1936, antes de los Juegos, batía de nuevo el récord mundial de 100 metros (10.2).

Y en los Juegos de Berlín fue la sensación con los cuatro oros (y dos récords mundiales) que logró entre el 3 y el 9 de agosto. Cronológicamente: en los 100 metros lisos; en salto de longitud -prueba en la que su rival alemán Luz Long tuvo con él un trato exquisito-; en los 200 metros; y en el relevo 4x100. Los mismos cuatro títulos que en 1984 conseguiría su compatriota Carl Lewis, aunque éste bajo la fundada sospecha de dopaje. Curiosamente, ese mismo año 1984 se dio a una calle de Berlín el nombre de Jesse Owens.

Hitler, que se las prometía felices en sus Juegos, se fue desentendiendo de ellos cuando los directivos del Comité Olímpico le reprocharon que sólo celebrara los éxitos alemanes y cuando vio que la inferior raza negra se estaba llevando las medallas en las pruebas emblemáticas.

Una vez terminados los Juegos, Owens se negó a participar en una gira por Europa de su selección porque quería volver a su hogar, y sufrió una suspensión que le abocó a la retirada.

Ya como ex atleta, perdió su fortuna en varios negocios ruinosos y cayó en el anonimato, hasta que el gobierno de EEUU le nombró embajador de buena voluntad, lo que le permitió brillar como un excelente orador público.