La Asociación Gardatxo se presenta como un grupo de voluntarios que quieren trabajar por el pueblo y su biodiversidad. Comenzaron su andadura en 2017 con la idea de fotografiar la biodiversidad, pájaros y plantas, para dejar constancia de lo que había en Larraga, pero no ha sido hasta este momento en el que han dado su nombre a conocer fuera de las fronteras raguesas. Actualmente cuentan con más de 1.000 especies fotografiadas y clasificadas; todas ellas están recogidas en su página web, www.gardatxo.org. Por otro lado, también trabajan por cuidar del patrimonio rural, y en estos años han llevado a cabo diferentes acciones como la recuperación de varias bejeras, plantaciones, rehabilitación de cabañas, visitas o exposiciones. Todos estos actos también están colgados en la web.

Manolo, Patxi y Carlos, miembros activos de Gardatxo, nos cuentan detalles de la asociación. “Esto empezó en el 2017, cuando noté que, al traer el regadío por goteo del Pantano, la biodiversidad del pueblo estaba cambiando mucho; había especies que iban a desaparecer y otras nuevas que iban a venir. Entonces me interesaba fotografiar todo lo posible la fauna y flora existente porque en pocos años la gente no iba a saber lo que teníamos en el pueblo. Organicé una reunión y resulta que había otra gente que quería hacer otras acciones, como plantaciones de árboles. Y se fue apuntando la gente”, menciona Manolo.

“Lo primero fue hacer fotografías de las cosas. Luego, conforme se fue hablando, creo que la primera acción fue la limpieza de dos puentes antiguos que estaban abandonados y queríamos recuperarlos. Uno de esos puentes ya se conocía, el otro no. Creemos que incluso hoy, igual el 90 por ciento del pueblo no conoce su existencia. Se trata del “Puente de la Nava”, que está aproximadamente a 1 kilómetro más o menos del pueblo. Es un puente que data aproximadamente del año 1800 muy bonito, pero que no tiene apenas visibilidad. Lo hemos limpiado varias veces, pero desde las instituciones nos ponen trabas, especialmente los de Príncipe de Viana”, continua.

Bejeras y más

La recuperación de las bejeras es algo en lo que más arduamente han trabajado, algo que valoran “muy positivamente” tanto por su valor ecológico como patrimonial. “Lo hacemos desde un compromiso profundo con la biodiversidad y con el entorno rural de Larraga. Para nosotros es una forma de devolver algo al pueblo y contribuir a que este legado no se pierda. En total, se han rehabilitado ya unas siete bejeras”, detalla Patxi. “Además, gracias a la colaboración con el Ayuntamiento, se ha creado un pequeño parque temático sobre las bejeras en la entrada del pueblo. También hemos impulsado un recorrido que permite visitar varias de estas estructuras, a pie o en bicicleta, y en el que ya se han organizado excursiones con visitantes. La acogida ha sido muy buena. No solo hemos trabajado sobre el terreno: a través de investigaciones en el Archivo General de Navarra hemos documentado más de 50 bejeras históricas en Larraga, algunas con referencias que datan de antes del año 1500”, añadía Manolo.

Según relatan, el valor de las bejeras de Larraga es “extraordinario”, sobre todo por la calidad de su construcción. “Por algún motivo, aquí hemos conservado un patrimonio único que no hemos encontrado con el mismo nivel en otras zonas del Estado. A diferencia de las bejeras de otros pueblos cercanos, que suelen estar construidas con materiales más pobres o de relleno, en Larraga están hechas con piedra trabajada. De hecho, hemos encontrado escrituras históricas en las que se menciona expresamente la contratación de maestros canteros para su edificación, lo que demuestra el cuidado y la importancia que se les daba. Como solemos decir por aquí, ese dicho de en Larraga, más se cumple al cien por cien cuando hablamos de las bejeras”, dice Carlos.

Cambio de especies

En cuanto a la biodiversidad de la zona, desde Gardatxo aseguran que es “muy peculiar” y se encuentra “en constante transformación”. “Entre Larraga, Berbinzana y Lerín existe una franja esteparia con muy poca masa arbórea, que antiguamente albergaba especies como el sisón o la avutarda. Sin embargo, muchas de estas aves están en retroceso y ya no se ven con la misma frecuencia que antes. En cuanto a la fauna, se han producido cambios notables. Hoy en día es común ver corzos en zonas donde antes resultaban impensables, y los jabalíes se han expandido gracias al cultivo de maíz con riego. También se han asentado castores, lo que ha generado cierta polémica”, mencionan.

Aunque tal y como han venido nuevas especies, hay otras que han ido reduciendo su presencia “de forma muy significativa”. “Un ejemplo evidente es el de los insectos: hace unos años los coches acababan llenos de mosquitos tras un trayecto por el campo, y hoy apenas se ensucian. Hay muchas menos moscas también, no solo por el uso de insecticidas, sino por la desaparición del ganado tradicional —como burros, caballos o vacas— que antes formaba parte del paisaje rural. En cuanto a las aves más comunes, su declive es igualmente preocupante. Apenas se ven gorriones, golondrinas o vencejos —que aquí llamamos “revivuelos”—, especies que eran parte habitual de nuestros pueblos. Paradójicamente, en cambio, ahora es fácil ver grupos grandes de cigüeñas, incluso fuera de los campanarios, en medio del campo, alimentándose en grupo”, manifiestan.