"Aquí no se rinde ni Dios". El compromiso que lideró César Cruchaga en víspera de otro decisivo partido por la permanencia -aquel en mayo de 2009 en Santander- abrió el pasado martes ese muro que encabeza durante estos días la información de Osasuna. Un mensaje rotundo, casi una precepto ineludible para Osasuna y su afición. En los días siguientes han seguido otros, y así continuaremos mientras nuestro equipo siga necesitado de un empujón, que desde aquí solo se puede dar con palabras que llaman a la implicación del osasunismo. Poco más podemos hacer. Porque, como me decía extrañado un dirigente deportivo navarro, el entorno rojillo va rezagado en ese volcarse con el objetivo de la permanencia. "¿Habrá que hacer algo, no?", inquiría casi desde la sorpresa de quien ha asistido a momentos similares pero en los que, a diferencia de ahora, todo el mundo hablaba de luchar por la salvación y alejaba de las conversaciones esa letanía de "nos vamos a Segunda". En realidad, si en este periódico hemos recurrido a lo ya dicho por viejos jugadores y entrenadores de Osasuna, si hemos tratado de beber de su experiencia en forma de grito en un muro, es por encontrar asidero más en lo que fuimos que en lo que somos, en la esencia más que en la actualidad. Porque es tanto el pesimismo, el derrotismo que ha sembrado el equipo en la actual temporada, que, aunque parezca incoherente, es mejor mirar atrás para buscar motivaciones que hacerlo en el presente. Porque partiendo del autor de la frase que encabeza el artículo, en estos momentos se echa en falta en el vestuario un líder capaz de infundir en la hinchada lo que transmitía Cruchaga en sus comparecencias en público. El entonces capitán sabía lo que tenía que decir y lo que la parroquia quería oír. "No tengáis miedo -proclamaba en aquella comparecencia antes del encuentro de El Sardinero-, el equipo va a jugar a muerte y con el cuchillo entre los dientes". Esa fuerza de ánimo no ha llegado esta semana con la misma intensidad desde el vestuario a la calle. Posiblemente porque, como ya desveló meses atrás José Luis Mendilibar, el equipo carece de un líder (de un líder en el campo y en el vestuario, añadiría yo), y eso también pasa factura cuando las cosas van mal. Por eso creo que, en este caso extremo, es más urgente que nunca que el mensaje llegue de fuera a adentro, de la calle al vestuario, de la grada al césped. Que esa camiseta roja que todo el mundo tiene en su casa sea mañana el fogonazo de una ilusión y sea visible más que nunca desde abajo; que los nuestros sepan que son más porque esos que están fueran de las líneas juegan junto a ellos; y que los rivales tengan conciencia que solo son once contra diecinueve mil. Y vuelvo a recurrir a una leyenda, a Patxi Iriguíbel, para que haya conciencia de cómo se encaraban antes estos partidos: "Que los rivales sepan con claridad quién es el que de verdad se está jugando algo, que lo sepan desde el túnel de vestuarios?". Y si por no haberlo mamado desde de la cantera, por ser nuevos en estos compromisos o por pensar que es un partido más en un juego en el que las alegrías y las decepciones son de ida y vuelta, si alguien no sabe lo que está en liza (deportivamente, socialmente, económicamente, históricamente?), ahí debería estar la afición, en el acceso al vestuario para encender a los tibios, pegados al autobús para espabilar a los relajados y fortalecer en su compromiso a quienes nunca se han escondido. "La clave es estar todos juntos", exponía Josetxo cuando los resultados se torcieron en 2011. No hablaba el también capitán de tácticas ni de alineaciones; y ahora, es cierto, tampoco podemos apelar al fútbol porque el fútbol académico hace tiempo que no comparece cuando juega Osasuna. Así que tiremos de sentimiento, de autoestima y de orgullo. Porque como dijo aquel otro gran capitán que fue José Manuel Echeverría: "Cuando las cosas iban muy mal, ya decía que no sabía cómo pero que nos íbamos a salvar". En esas estamos. Peleando contra el derrotismo. Dispuestos a darle la vuelta
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