Que en el mundo del deporte se da mucho el famoseo es algo por todos conocido. El deportista, el directivo, el árbitro, el entrenador y toda la corte deportiva se pelea, en muchos casos, por salir en los papeles, por hablar en las radios, por sobresalir; en fin, por ser más famoso que el de al lado. Es un secreto a voces. Y en las antípodas están los "normales", aquellos que buscan hacer su deporte o facilitar que los demás sean felices haciendo lo que les gusta. Emilio Pina es un enamorado del tenis. Hace años promocionó este deporte en la Ribera, concretamente en Valtierra y Cadreita, una zona en la que jamás se había hablado del tema y en la que Emilio se empeñó en levantar. Su forma de actuar era muy sencilla: después de trabajar como chófer de camión durante su jornada laboral, a eso de la ocho de la tarde, abría las piscinas de La Plana y enseñaba a los niños a jugar al tenis. Y cuando vio que eso podía crear afición, comenzó a solicitar campeonatos oficiales a la Federación Navarra de Tenis. Y conforme celebraba más torneos, te dabas cuenta de lo que una persona humilde y buena puede hacer por los demás. Benjamines, alevines e infantiles desfilaron con sus raquetas y su ilusión por las pistas. Los padres, a los que costaba habitualmente coger el coche en fin de semana y llevar al niño a competir a una hora de camino, iban a Valtierra o Cadreita encantados.

Y es que el secreto era el trato de Emilio (y Maricarmen, su mujer) hacia los críos deportistas, los padres, los entrenadores... Siempre con una sonrisa. Siempre con buena cara. Para Emilio todos eran iguales, los cabezas de serie y los del montón, los que llegaban a finales y los que caían en primera ronda, los expertos y los novatos, nadie era más que nadie en cada torneo. Él animaba a todos independientemende de dónde fueran y les daba el cariño que debiera dar siempre un Juez Árbitro. Quien suscribe puede afirmar que en 40 años no ha conocido un caso igual. Además, es de todos conocido que jamás reclamó nada a nadie por su dedicación. Es más, está claro que perdía dinero porque, entre otras cosas, en muchas ocasiones había unas costillas o unas migas junto a las pistas a eso de las dos de la tarde. Hace ahora un año, Emilio nos escribió a los entrenadores: "He fichado por el equipo de Juan Carlos Unzué". Hasta en estas circunstancias le echa humor este hombre. La ELA se ha apoderado de él y ya no puede entrenar a los críos del pueblo, ni recibir a la gente en la pista, ni contar anécdotas a todo el que se le acerca, ni ejercer de Juez Árbitro. Y los que le hemos conocido como amigo, colega y anfitrión le echamos en falta. Mucho. No es fácil encontrar personas así. Emilio Pina jamás luchó por salir en los papeles, ni por sobresalir, ni por ser más famoso que el de al lado. Si lo que pretendía era facilitar que la gente fuera feliz haciendo lo que le gusta, lo consiguió en cada actuación que tuvo, en cada entreno, en cada torneo. ¡Bien jugao, Emilio!

El autor es entrenador nacional de tenis