Marruecos ha escrito por fin la página que el fútbol se había empeñado en negarle a África. El denominado continente del futuro ingresó, después de innumerables intentos, en el selecto club del Mundial. Los Leones del Atlas se han clasificado para semifinales con una victoria agónica sobre Portugal y abren así una brecha que el tiempo dirá si tiene continuidad en las sucesivas ediciones del torneo. Ya iban unas cuantas donde se elucubraba en torno al creciente potencial de una serie de países cuya presencia en la élite solo se reflejaba en el elevado número de sus futbolistas inundando las mejores ligas. Pero la frustración persistía cada cuatro años a nivel de selecciones. Nunca había espacio en el cuadro de honor para las africanas, amagaban y a la hora de la verdad se mostraban incapaces de cuestionar la supremacía de los clásicos, sudamericanos o europeos.

Con una fórmula muy elemental, que prioriza sin complejos el balance defensivo sobre la creatividad, Marruecos ha obtenido un éxito que nadie auguraba. Un grave error de Diogo Costa cerca del descanso, una salida en falso para blocar un centro sencillo para un portero, ha permitido que el portentoso brinco de En-Nesyri resolviese. Quizá no era ni una ocasión como tal, pero subió al marcador y a Portugal le costó la eliminación. Si previamente Marruecos había adoptado un perfil conservador, en adelante y hasta la conclusión ha protagonizado un cerrojazo impresionante. Pero ha salido indemne, aguantando las embestidas empleándose con agresividad, toneladas de amor propio y disciplina. Su orden táctico ha consistido en acumular personal en el área y alrededores para repeler cada balón sin miramientos. Y así, con ocho defensas, ha acabado desquiciando a un rival que, para decirlo todo, tampoco ha recibido ningún favor de la fortuna.

En el duelo anterior, contra España, Marruecos se benefició del nulo filo del oponente, Bono prácticamente no intervino ante la casi total ausencia de acciones profundas. El dominio que soportó no tuvo consecuencias debido a la impericia hispana en el último tercio del campo. Hoy la película ha sido otra. Portugal atesora más argumentos en ataque, ha probado distintos esquemas y dispuso de oportunidades en ambos períodos. En el cómputo global se contabilizaron media docena como mínimo que bien pudieron variar el curso del encuentro, pero el destino le negó el pan y la sal a los de Fernando Santos.

En el primer acto, cuando aún Marruecos trataba de exprimir la frescura de sus integrantes para lanzar contras, Joao Félix en el inicio o Bruno Fernandes, cuya volea repelió el larguero con Bono batido, firmaron las más claras. Hubo alguna más, pero únicamente el cabezazo de En-Nesyri tuvo premio. No hace falta comentar el refuerzo anímico que supuso ese lance aislado. Luego se reveló determinante, pero antes de certificarlo Marruecos ha necesitado poner todos los sentidos para neutralizar el empuje de un combinado habitualmente exquisito en el trato de la pelota que en el asedio supo además intercalar maniobras directas.

Los 55 minutos que duró la segunda mitad se convirtieron en un ejercicio de supervivencia marroquí. Ni el desgaste físico, evidente a medida que corría el cronómetro, mermó la contundencia de la férrea defensa liderada por el omnipresente Amrabat. Santos lo intentó juntando dos arietes, refrescando las bandas, dando total libertad a los interiores en medio de la tela de araña que asfixiaba cada maniobra con la pelota a ras de césped. Este tipo de partido, contra un autobús de dos pisos, no es el favorito de una selección que con espacios se expresa como nadie, pero esto ya lo sabía Regragui, quien aleccionó a su gente para que persistiera, en la esperanza de que enfrente apareciese el desorden y la precipitación.

Así fue, Portugal malgastó muchas combinaciones y tampoco estuvo muy feliz en la conexión con los rematadores, sin embargo acarició la igualada. El semblante de Santos era un poema, pero cuándo no lo es. Ayer halló motivos para lamentarse: Ramos, Bruno, Joao Félix, Pepe o Ronaldo, que en su adiós solo cazó un tiro, no acertaron entre los tres palos. También Bono aportó lo suyo para arruinar la ingrata tarea contra el reloj, la impericia propia y la casta que mantuvo en pie a Marruecos.