El hombre enfermo de Europa”. Así llamaba el zar Nicolás I a mediados del siglo XIX a un imperio otomano en horas bajas. Casi dos siglos después, el hombre que ha hecho resurgir a la Turquía heredera de aquel imperio desaparecido se enfrenta a un nuevo reto político. Recep Tayyip Erdogan, tras casi 20 años en el poder, se enfrenta a las elecciones más reñidas hasta ahora, con una oposición unida para hacerle frente. El futuro de la Nueva Turquía de Erdogan se decidirá el 14 de mayo y con ella el futuro rol de una de las piezas más importantes del nuevo tablero internacional.

Entender la Turquía actual es entender la trayectoria política del hombre que la ha liderado los últimos 20 años. Y entender a Erdogan implica conocer las grandes contradicciones que sufre la identidad política del país. Geográficamente puente entre Occidente y Oriente es, con la caída del Imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial, cuando Turquía giró claramente hacia Occidente. Fue un joven oficial, Mustafá Kemal Ataturk, el que en 1920 recogió los restos del Imperio otomano y creó una república laica y modernizadora. De esta manera surgió la Turquía moderna.

Erdogan es producto de aquellas clases populares y tradicionales que veían en el islam una parte central de su identidad y que la Turquía moderna de Ataturk trató de arrinconar del ámbito político. La radicalización de izquierda y derecha, la corrupción, el laicismo agresivo y el intervencionismo continuo de un ejército que se tiene como el garante del proyecto de Ataturk, fue cada vez dando más oportunidades a un islamismo político que supo modernizarse y ampliar su base social de la mano del liderazgo de Erdogan. Turquía volvía a mirar hacia Oriente. Primero, la alcaldía de Estambul y, más tarde en 2003, el gobierno. De este modo, Erdogan logró el poder y desafiar el legado laico de Ataturk.

En sus primeros años en el poder, Erdogan apostó por medidas democratizadoras que le sirvieron para ir desarticulando el poder en la sombra que manejaba históricamente el Estado en Turquía en las distintas esferas de poder. Su gobierno se convertió en aquellos años en ejemplo de la posibilidad de conjugar islámico con el marco democrático liberal. Fueron los años de las negociaciones para la integración en Europa de Turquía, integración que en aquella época se veía posible. Erdogan se paseaba por las cancillerías europeas como gran aliado de Occidente, convirtiendo a Turquía a ojos de los políticos europeos en ejemplo a mostrar a otros países islámicos, se creó incluso el término euroislamismo. Erdogan se irguió, frente al islamismo radical, en líder de un islam político moderno a la vez que democrático.

Volantazo autoritario

Sin embargo, en opinión de numerosos expertos, Erdogan a partir de 2010 dio un volantazo autoritario en su forma de gobernar. En los primeros años de la década de 2010 las conocidas como Primaveras Árabes sacudieron el panorama político de numerosos países musulmanes. Desde Túnez, en el Magreb, hasta Bahréin, en el golfo Pérsico, las revueltas y protestas contra la pobreza, reclamando libertades sociales y políticas y clamando contra regímenes corruptos y autoritarios llegaron hasta el derrocamiento de algunos gobiernos y a intervenciones militares que pusieron en aviso a muchos gobernantes del mundo árabe. Erdogan fue uno de ellos. A nivel interno, Erdogan comenzó a sentir las protestas en sus propias carnes. Las manifestaciones de Gezi de 2013, en las que a partir de una protesta ecologista se dio inicio a una clara revuelta contra el gobierno, dejaron claro que una nueva generación de turcos comenzaba a poner en duda el proyecto del líder islamista.

Pero fue a partir del fracasado intento de golpe de Estado de 2016 por parte de los militares, cuando Erdogan mostró su lado más autoritario. El enésimo intento del ejército para intervenir en la política turca tratando de poner fin a la deriva autoritaria e islamizadora de Erdogan no sirvió más que para afianzarlo en el poder y darle carta blanca para reprimir y silenciar a todos los posibles opositores a con su proyecto político.

Erdogan no ha dudado en hacerse con el control de los medios de comunicación y ha introducido reformas para lograr una hipercentralización del poder en su persona, modificando también el ámbito legislativo para ir convirtiendo Turquía en un régimen cada vez más presidencialista. Numerosos analistas identifican ya a Erdogan dentro de la nueva categoría política de hombres fuertes, la de aquellos líderes autoritarios que están surgiendo a lo largo del globo y que, utilizando reglas democráticas gobiernan de manera cada vez menos democrática. Erdogan, según estos autores, formaría parte de lo que denominan “nuevo autoritarismo”.

Erdogan justifica su actividad por la necesidad de llevar a cabo su proyecto político, la Nueva Turquía. Si en sus inicios el mensaje político de Erdogan se centraba en la recuperación de la herencia islámica del antiguo Imperio otomano para la vida política actual, en la actualidad este neotomanismo se fusiona con el del nacionalismo modernizador de Ataturk. Hoy en día es usual ver la cara del otrora enemigo Ataturk en los mítines del partido de la Justicia y el Desarrollo. La Nueva Turquía de Erdogan trata de aunar las dos tradiciones nacionales, la antigua otomana y la moderna kemalista, en un proyecto que no solo mira hacia dentro de sus fronteras. Solo las urnas decidirán qué nuevo rumbo tiene que tomar el país.