A pesar de los buenos datos de popularidad, muchas son las cuestiones que surgen en el camino de regreso de Trump a la Casa Blanca. ¿Sobrevivirá Trump a los procesos judiciales que le esperan? ¿Logrará vencer en las primarias republicanas a los opositores que le acechan? Y, quizás, la pregunta más interesante: ¿Logrará sobrevivir el trumpismo a una derrota de Trump?
Muchos han sido los analistas que han tratado de explicar la esencia del trumpismo. Su populismo extremo no es algo extraño a los orígenes de los Estados Unidos. En 1828 Andrew Jackson logró la presidencia de los Estados Unidos atrayendo el voto de las clases más bajas de la población blanca. Su discurso contra las elites políticas del país prometía que limpiaría Washington de la corrupción que anidaba en las grandes familias políticas que gobernaban la nación.
Casi dos siglos después Trump ha sabido actualizar el discurso de Jackson a una Norteamérica que parece volver a enfrentarse a múltiples retos existenciales. Una economía que ya no cree en sí misma desde la crisis financiera de 2008, un aumento de la desigualdad social junto a un aumento de la precarización de la clase media, devastada por la desindustrialización de la nueva economía de la globalización y la automatización. Al mismo tiempo, un cambio demográfico que apunta a una sociedad cada vez más multicultural, que separa cada vez más la distancia entre la América rural y la urbana y que divide el país en dos identidades culturales y políticas enfrentadas, con una polarización que para algunos autores roza el peligro de guerra civil. Sin olvidar amenazas de las que menos se habla, como la tremenda plaga de opiáceos por todo el país o el declive geopolítico que cada día ve más clara la posibilidad de perder la hegemonía mundial a manos de China.
El trumpismo ha sabido dar respuesta al miedo y la ansiedad que generan estas amenazas, creando un movimiento político que no solo ha logrado hacerse con la mayoría del voto y el control del Partido Republicano, sino que también ha sido capaz de ensanchar su base electoral, siendo capaz de absorber a la extrema derecha norteamericana. La Derecha Alternativa, como ha sido conocida tradicionalmente a los extremistas de derecha, siempre había sido marginada por el establishment republicano. Una amalgama de supremacistas, antigubernamentales, secesionistas y todo tipo de extremistas que, gracias a Trump, ha sido capaz de convertirse en un agente político de primer orden.
Mantener el mensaje dominante
Pero el trumpismo no solo ha sido capaz de actualizar viejas ideas y traer a la arena política a masas tradicionalmente marginadas. El trumpismo también ha logrado culminar el proceso de conversión de la política en espectáculo que ya muchos autores apuntaban. El Politainment se ha confirmado en la era de Trump convirtiendo la política en un reality show, en la que verdad o mentira carecen de importancia, las redes sociales se convierten en el verdadero campo de batalla, siendo el odio y la polarización las verdaderas armas políticas. Lo importante ahora es mantener el mensaje dominante frente a la realidad. Trump ha sido el más hábil en esta transformación, convirtiendo en un continuo show su gobierno, y para sus más fanáticos seguidores, haciendo del trumpismo una auténtica religión de masas.
Puede que este último aspecto sea la gran baza de Trump para lograr mantenerse en la carrera de regreso a la Casa Blanca. Sus juicios y la lucha fratricida por la candidatura republicana convertirán a los medios políticos norteamericanos en un auténtico reality show. Incluso si los procesos judiciales le suponen algún revés, Trump los utilizará para reforzar su victimismo y mantener su figura en todos los horarios de prime time. A su favor cuenta que las encuestas parecen darle aún una gran ventaja respecto a los demás líderes republicanos. Los medios y tertulias políticas, junto a las redes sociales, arderán los próximos meses. Pocos pueden dudar de que la política norteamericana será más espectáculo que nunca de aquí a las presidenciales de 2024.
Pero si Trump no lograse mantenerse en la carrera, ¿es posible que el trumpismo le sobreviva? La respuesta es claramente afirmativa. Trump no solo ha sido capaz de conectar con los miedos del norteamericano medio, creando un movimiento político se ha hecho con el poder del Partido Republicano. Trump con su movimiento político ha sido capaz de crear una cultura propia en la América más conservadora, logrando aglutinar desde los más extremistas en lo ideológico hasta los más conservadores en lo político y lo religioso. La denominada cultura MAGA, cuyo nombre deriva del lema Make America Great Again, se ha extendido por todo el cuerpo político republicano, convirtiendo el trumpismo en una subcultura a través de la que ya muchos norteamericanos entienden la esencia y la identidad de su nación.
FLORIDA
Esa cultura MAGA se expande más allá de la política. El más claro ejemplo es el del gobernador de Florida y antiguo delfín de Trump, Ron de Santis. Su principal baza es la de presentarse como un Trump con “buenos modales”, sin renunciar a los principios básicos del trumpismo, incluso siendo más conservador que el propio Trump en muchos aspectos. Por tanto, una derrota de Trump en las primarias republicanas no significaría la muerte del trumpismo.
Pero quizás la mayor prueba de que el trumpismo incluso sobrevivirá a la muerte política de Trump radica en las causas del éxito del mismo Trump. Como el periodista británico Nick Bryant explica en su interesante libro When America Stopped being great, Trump y el trumpismo son la consecuencia directa del declive político que sufren los Estados Unidos desde los 80. Trump no es la enfermedad, sino el síntoma de una sociedad en declive a todos los niveles desde la era Reagan. Bryant ve en Reagan el inicio del populismo conservador, en la que un actor presidente se convierte en un azote del establishment, y en el reaganismo, un elogio de valores como el individualismo y el materialismo, junto a una desregulación máxima del mercado cuyas consecuencias funestas se verían a partir de 2008.
Bush padre trató de volver al centro político en su mandato con la victoria de EEUU en la Guerra Fría y el desmembramiento de la URSS como gran victoria. Pero para Bryant, la desaparición del enemigo común que había unido a EEUU significó el aumento de la polarización política con la radicalización de los conservadores de la mano de Pat Buchanan. La respuesta a la radicalización de los conservadores trajo la radicalización de los demócratas, de la mano de un Clinton que no dudó en convertir su mandato en una lucha constante en los medios frente a los republicanos, sobre todo a partir de los escándalos referidos a su persona, dando inicio a la era de la posverdad en los presidentes norteamericanos, que Trump tan bien sabría explotar.
Pero fue la era Clinton la que ahondó en la desregulación de los mercados, dando rienda suelta a la deslocalización que hundió ciertas partes industriales del país, y fue también el presidente del asedio a Waco, que sería clave en la radicalización de la derecha antigubernamental, como se vería en unos pocos años en el atentado de Oklahoma. Y por si fuera poco, fueron también los años de las intervenciones “humanitarias” en Yugoslavia o Somalia y el inicio de la expansión de la OTAN.
Perder el norte ideológico
La era de Bush hijo continuó el intervencionismo de la era Clinton. El 11-S logró aglutinar al pueblo americano en una causa común por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, pero fue el desastre de Irak el que volvió a polarizar el país y lastrar la economía y el papel hegemónico de los Estados Unidos. Aquel desastre sirvió también para que el Partido Republicano perdiera su norte ideológico, iniciándose el ascenso de los más extremistas, que no necesitarían más que la llegada del primer presidente negro de la historia, Obama, para tener a un líder de la nación que simbolizase todo lo que más temía la derecha más extrema. Un Obama que fue incapaz de dar respuesta a los grandes lastres que le habían dejado sus sucesores, pero que, sobre todo, fue incapaz de cumplir la promesa más esperada de su mandato, la reconciliación racial del país. Una reconciliación, que tras la llegada Trump parece más lejana que nunca en la política norteamericana.
El trumpismo y Trump son la consecuencia de varias décadas de un declive económico, social, cultural y político de EEUU que, sin el enemigo común que unía a los ciudadanos durante la Guerra Fría, ha sido incapaz de dar respuesta a los desafíos internos y externos que han conducido a la sociedad norteamericana a profundas transformaciones. Cambios demográficos, desindustrialización de grandes zonas del país, cambios culturales y generacionales, aumento de la desigualdad y una crisis de todas las instituciones que mantenían la cohesión de la sociedad, sin olvidar una plaga de drogas y un país polarizado al que algunos colocan al borde de una guerra civil. Un EEUU que parece encontrarse en uno de sus momentos más oscuros.
Por si todo esto fuera poco, Estados Unidos se enfrenta en un futuro cercano a la mayor amenaza directa en el plano internacional de su historia. China empieza ya a poner en duda explícitamente la hegemonía mundial norteamericana. Veremos si es capaz de solucionar los grandes problemas a los que se enfrenta, o sus ciudadanos acaban encontrando refugio en las promesas del trumpismo. Liderados o no por Trump, parece difícil que el trumpismo desaparezca. Si Trump no consigue llegar a la candidatura republicana, está claro que alguien cogerá el liderazgo de su movimiento. La cuestión es si el trumpismo será capaz de hacer de nuevo grande a América, o si el síntoma es incapaz de ser el remedio de la enfermedad.