Las guerras suelen tener el efecto de acelerar el proceso de la historia”, decía el historiador neerlandés Pieter Geyl. Pocas veces esta máxima ha sido tan acertada como en el caso de Benjamín Netanyahu. Mientras aplica las colas del hambre contra la población gazatí, lanza un ataque como nunca antes se ha visto contra Irán, no solo descabezando completamente su proyecto nuclear, sino eliminando a figuras claves del gobierno de los ayatolás y de la Guardia Revolucionaria. Una nueva guerra en el horizonte de Oriente Próximo, además de una nueva demostración del poderío militar israelí y del apoyo incondicional de su gran aliado, Estados Unidos de América.
Mientras las condenas a todos los niveles se agolpan en forma de declaraciones institucionales, críticas y ataques feroces contra Netanyahu y el gobierno israelí, parece escapársenos la foto de conjunto de lo que se inició en octubre de 2023 con el brutal ataque de Hamás sobre Israel. No solo se está perpetrando un genocidio contra los palestinos en Gaza o se está escalando hacia una guerra directa con Irán. En menos de dos años, el primer ministro israelí está logrando reorganizar todo Oriente Próximo, paso a paso, país a país. Bajo la justificación de la lucha contra Hamás y sus patrocinadores, el actual gobierno israelí está poniendo patas arribas todo el orden geopolítico de la región, mientras su aliado norteamericano aplaude tácitamente este nuevo orden que surge de la letal combinación del Tzáhal y el. Un nuevo orden que, sin duda alguna, todavía no ha terminado de reconfigurarse y que, más pronto que tarde, nos deparará nuevos conflictos.
Todo comenzó aquel 7 de octubre de 2023 con el asalto de cientos de hombres de Hamás procedentes de Gaza a Israel. La matanza de más de mil israelíes y el secuestro de varios cientos de ellos auguraban una respuesta de enormes proporciones del gobierno de Netanyahu. Más de un año después, bajo los escombros de Gaza; las colas del hambre y el asedio de las enfermedades cercan cada vez más a una población gazatí para la que el futuro parece muy lejos de su patria. Poca esperanza puede deparar la situación. No parece haber más plan que la destrucción, el hambre y las enfermedades y la huida de la población a otras regiones. Más si cabe, cuando los aliados de Hamás han ido cayendo uno tras otro.
Israel no solo ha limitado su desmesurada acción militar a la franja y a sus pobladores. Tras acabar con la mayor parte de la resistencia de Hamás, Israel se lanzó hacia su otro gran enemigo y miembro estrella del eje de resistencia patrocinado por Irán, la guerrilla chií proiraní Hizbulá. El Partido de Alá se había convertido en los últimos años en la fuerza militar que más daño causaba a Israel desde su frontera con el Líbano. Desde el sur del país del cedro, los chiíes libaneses lanzaba sus ataques que llegaron a provocar dos guerras con Israel y la retirada de las fuerzas israelíes de parte del sur de Líbano.
Hizbulá, una milicia que va más allá de lo meramente militar, es un movimiento que controla las zonas chiíes del Líbano. El gran poder militar del Partido de Dios hace que sea un agente importante en la inestabilidad que sufre el Líbano desde el fin de la guerra civil de los años 80. Sunitas, cristianos y chiitas comparten el gobierno de Beirut, pero solo la comunidad chií sigue poseyendo su propia milicia armada. Ni cristianos ni sunnitas han tenido el valor de enfrentarse a un poderoso Hizbulá, apoyado directamente por Irán. El gran poder a todos los niveles de Hizbulá convirtió a la milicia chií en actor intocable, tanto a nivel interno libanés, como para el enemigo externo israelí.
Pero, para el que parecía el enemigo más fuerte de Israel, la derrota ha sido rotunda. La operación de la explosión en los buscas, no solo mutiló e identificó visiblemente a los cuadros principales de Hizbulá, permitiendo llegar al máximo líder, Nasrallah; también mostró al mundo la capacidad de infiltración y de éxito de la inteligencia israelí. Además, la ejecución de Nasrallah dejó a la vista de todos la intención de Israel de decapitar de raíz al Partido de Alá. Al mismo tiempo que Israel hería profundamente a uno de sus más grandes enemigos lograba también debilitar el poder de Hizbulá en el tablero político libanés, dibujando de facto un nuevo escenario. Escenario que, en un futuro próximo, podrían aprovechar cristianos y suníes para limitar la influencia política de Hizbulá en el Líbano y, quién sabe, llegar a desmantelar su fuerza militar.
Ruta de la resistencia
Una vez limitada la capacidad de Hizbulá, Israel ha seguido la denominada “ruta de la resistencia”. El objetivo de esta vía, que partiendo de Irán, cruzando Siria, llegaba a Gaza, era el abastecimiento de Hamás y la Yihad Islámica. Neutralizados los peligros procedentes de Gaza y Líbano, el siguiente en la lista de objetivos de Netanyahu ha sido Siria, cuyo régimen, el de Bachar Al Asad, se mantenía gracias al apoyo militar iraní lo que le hizo posible sostener una sangrienta guerra civil de más de una década.
Tras años de un equilibrio entre distintos bandos, a finales de 2024, en unos pocos días, los islamistas de Hayat Tahrir al-Sahm, liderados por el antiguo yihadista reconvertido Al Charaa, derrocaron el régimen en unos pocos días. Una estrepitosa caída que se entendió como resultado de la debilidad militar de Vladímir Putin, valedor también del presidente sirio, concentrado en Ucrania, y de Irán que veía debilitarse su fuerza militar al perder capacidad operativa uno de sus principales aliados militares en Siria, Hizbulá.
A simple vista la derrota de Bachar Al Asad se produjo por razones internas. Sin embargo, un análisis más detallado no descarta la mano israelí en la caída de la dictadura siria. Es difícil dudar de que las acciones israelíes no han influido en el escenario sirio. En este sentido, hubo medios que hablaron incluso sobre comunicaciones directas entre responsables militares de Israel con líderes de HTS. Mientras HTS atacaba al régimen, Israel bombardeaba posiciones iraníes en siria, ayudando a los islamistas a progresar en su avance a Damasco. Con la derrota de Al Asad ganaban tanto los islamistas como los israelíes. Los islamistas sunitas de HTS se hacían con el poder, a la vez que infringían una derrota al gran enemigo de los islamistas sunís, el Irán chií. Por su parte, Israel lograba acabar con un régimen sostenido por su gran enemigo existencial, Irán. No solo esto, el éxito en Siria implicaba además la ruptura de la ruta de abastecimiento de Hizbulá, Hamás y la Yihad Islámica. Para rematar la faena y evitar futuros problemas, Israel bombardeó los arsenales de Al Asad, no fuera que el nuevo líder de Siria, Al Charaa, alzase su voz contra Israel si se veía demasiado fuerte. Tras Hamás en Gaza, Hizbulá en Líbano y Al Asad en Siria, llegaba el momento de los hutíes en Yemén, otros de los aliados de Irán en el eje de la resistencia. En este caso Netanyahu ha tenido ayuda directa de su socio norteamericano. Ambos han bombardeado a los hutíes constantemente, mermando la capacidad de los rebeldes yemeníes a la vez que ayudaban a los enemigos de estos, los yemeníes del sur, aliados de otro actor que se halla tras el telón, Arabia Saudí.
Yemen se halla inmersa en una guerra civil entre los rebeldes y los yemeníes del sur, apoyados los unos por Irán y los otros por Arabia saudí. Ambas potencias, ejemplifican la lucha por la hegemonía de Oriente Próximo entre el islam suní y el islam chiita. Una derrota total de los hutíes en su guerra civil es por tanto un claro objetivo para los sauditas.
Tras la debilitación de los hutíes, era el momento propicio para atacar el corazón de la coalición. Llegaba el momento de atacar directamente Irán, más allá de las escaramuzas controladas de meses anteriores. La eliminación de la élite científica nuclear y el alto mando de la guardia revolucionaria muestras a las claras la superioridad militar y de inteligencia del ejército israelí. También indican que Israel esta vez va más lejos del mero ataque preventivo. Israel está dispuesto a atacar directamente al régimen islámico y parece que va a intentar llegar hasta el fondo. Esto significa que los objetivos que Israel se ha marcado con esta operación apuntan a un cambio de régimen en Teherán.
Irán es un país de más de 90 millones de habitantes, vasto geográficamente, muy diferente a una región y a una población tan pequeña como Gaza. Una invasión militar estaría descartada. Además, el daño causado por los bombardeos de los últimos días Irán lo puede superar en pocos años con su capacidad económica y petróleo. Por ello, el objetivo de los ataques aéreos parece no ser otro que el intento de un cambio de régimen. Un esfuerzo dirigido a que la teocracia salida de la revolución de Jomeini pierda el poder y se establezca una nueva Irán, democrática o dirigida autoritariamente por alguna facción no islámica del ejército o, quien sabe, bajo el mandato de un nuevo sha.
Reordenación geopolítica
El cambio de régimen en Irán podría suponer la culminación de una reordenación completa del tablero geopolítico de Oriente Próximo en menos de dos años. Con una Rusia que bastante tiene manteniéndose en Ucrania y una China que sigue temblando ante una crisis económica que pudiera parar su crecimiento económico, no se vislumbra que nadie pueda ser capaz de parar a Netanyahu, que tiene en la nueva administración de Donald Trump un formidable aliado. Desde el punto de vista de la administración norteamericana, Netanyahu estaría haciendo el trabajo sucio, generando una nueva constelación política en la zona, de la que sin duda, se beneficiará el amigo americano.
El nuevo realineamiento que parece dibujarse en Oriente Medio, además de beneficiar a israelíes y norteamericanos, tiene también otros gobiernos que apostarían por él. En esta cadena de conflictos descrita, nadie habla del papel de las teocracias petrolíferas, especialmente de la otra gran enemiga de Irán, Arabia Saudí. Los saudíes están viendo cómo se debilita su gran competidora en la región. Con los ayatolás fuera del poder, una nueva Irán laica y alejada del chiismo más radical, significaría para el reino saudí lograr la hegemonía política y la hegemonía religiosa.
De todo ello se deduce que la gran víctima es y será el pueblo palestino. El nivel de destrucción y de crueldad sobre la población gazatí sería imposible de sostener si no fuera por las victorias militares y por el apoyo de Estados Unidos y de países árabes como Arabia Saudí. Además, cuanto más victorioso se vea Netanyahu a sí mismo, más lejos llegará en sus objetivos, entre los que está Cisjordania, donde la multiplicación de colonias parece una amenaza menor viendo la que está ocurriendo en Gaza. Si Netanyahu culmina la reordenación de Oriente Medio, difícilmente podrá nadie pararle a la hora de solucionar el problema palestino de la manera más radical posible. Gaza es un ejemplo.
En menos de dos años, Benjamín Netanyahu ha pasado de ser perseguido por los tribunales a reorganizar completamente toda la región a sangre y fuego. Ha acabado con sus enemigos más cercanos, como Hezbolá, debilitándola en todos sus frentes; ha estabilizado una Siria que llevaba más de una década en una guerra civil que creaba inestabilidad en toda la región, y ha debilitado a los hutíes, dejando a los saudíes cada vez más cerca de la victoria en Yemen. En estos momentos a Netanyahu solo le queda Irán, su presa más deseada.
Parece que la historia se ha acelerado, y con ella la sangre que cubre todo Oriente Próximo. Estamos posiblemente viendo nacer una nueva era, un nuevo capítulo de la historia, en el que los derechos humanos y los principios morales ya no sirven y son ahogados en sangre por la fuerza de las armas de la nueva “real politik”. Llega la hora de los más fuertes. ¿Quién protegerá a los más débiles?