Vino al mundo en 1773, en el pueblo homónimo del valle de Aguilar. De joven, había profesado -al parecer- en la Trapa, por lo que es conocido por este apelativo. Actuó durante la guerra de la Independencia en territorio navarro y aragonés, ocasionando numerosos reveses al ejército napoleónico y alcanzando el grado de capitán. Durante las luchas del Trienio Constitucional (1820-1823) actuó en el campo realista por el Alto Aragón, pasando al viejo reino por Sos y colaborando con la División Real de Navarra en 1822. Tras pelear en la Ribera contra las tropas constitucionales, le encontramos en Vitoria en 1823, donde dirige una encendida proclama a los soldados realistas.

Cuentan que montado en blanco corcel, el látigo en una mano y el crucifijo en la otra, con la carabina terciada a la espalda sobre su hábito monacal, lo mismo se entregaba a Dios que al Diablo. Recorría pueblos y lugarejos gritando como un auténtico energúmeno y bendiciendo a la vez a las gentes. Quienes le conocieron refieren que era feroz, astuto, fanático y con ribetes de zumbado. En ocasiones -cuentan las crónicas- fingía iluminaciones y se decía invulnerable a las balas. Sus secuaces le seguían a los gritos de "¡Viva Dios! Y ¡Viva el Rey!"

No siguió en esto el ejemplo de otros individuos que habían comenzado en la guerrilla antifrancesa y acabado como genuinos bandidos. Ni siquiera el de algún que otro fraile como el que, temiendo acabar su vida de faccioso en el cadalso, se echó a las montañas y se hizo bandolero. Marañón tiene mucho del furor y del fanatismo que caracterizó a muchos de los curas -anteriores y posteriores- que se lanzaron al monte.

El Trapense que se hacía acompañar de una bonita mujer extranjera llamada Josefina Comerford, dejó tras sí un rastro de crímenes y violencias antes de volver por orden gubernamental al convento de Santa Susana. Participó en el robo de la casa que los Manzanares poseían en San Millán de la Cogolla y se llevó consigo al convento varias acémilas cargadas con el botín de sus acciones. Moriría, según se dijo, de manera edificante. En la mañana del 9 de noviembre de 1826 él mismo se levantó, moribundo ya, para tenderse sobre la cruz de ceniza que sus hermanos de religión le tenían preparada.

De Marañón se comentaba que empleaba el día en saquear e incendiar los pueblos y la noche en rezar el rosario con sus secuaces. Benito Pérez Galdós lo define como: "truhán redomado", "bestial fraile" y "retrato fiel de Satanás ecuestre". A su facción había incorporado un buen número de malhechores que, una vez disuelta la partida, seguirían haciendo de las suyas. Pío Baroja le atribuye patina de personaje novelesco. Por su parte, para Fernando Videgain "no sería el hermano Antonio el único que conjugase, dentro de la gran nidada de curas cabecillas que surgió en la guerra de la Independencia y en la guerra realista, el bandidaje, la religión y el patriotismo".

Genio y figura aquel tipo de Aguilar, a caballo de la historia y la leyenda. Personaje real que bien pudo haber nacido de la imaginación de un narrador calenturiento.