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El búho y la serpiente

El búho y la serpienteFoto: J. Snoeren

HAY algo primigenio, primitivo en la combinación de palo y piedra de la imagen. Algo rudimentario y, a la vez, elaborado. Un aire prehistórico que nos conecta con nuestra memoria genética. Una especie de esencia ritual. Un rito, un santuario.

La disposición de los elementos naturales que componen las esculturas no es sólo fruto del azar, sino del mimo y la intuición. Las piezas que conforman este puzle sugestivo se hallan libres. Su frágil equilibrio se basa en el simple apoyo de una forma sobre otra complementaria. Algo tan natural y asombroso como la existencia del bien y el mal, el yin y el yan, el macho y la hembra, lo hueco y lo lleno. Por ello las figuras creadas resultan sorprendentes y nos atrevemos a calificarlas intuitivamente como obras de arte.

Construcciones efímeras creadas sin ninguna pretensión de permanencia ni de protagonismo. "Si yo desaparezco, mi jardín de palo y piedra lo hará poco después", dice Félix, el artista. Es un jardín que necesita de paciencia y constancia para mantenerse en pie. "Afirma un proverbio oriental: 'Si te caes veinte veces, levántate veintiuna'. A mi jardín hay que cuidarlo de ese modo. Las piedras pierden el equilibrio a menudo. Pues yo las vuelvo a colocar. No hay nada malo en ello".

No hay nada malo en ello, al contrario. Sólo hay una filosofía de la vida plasmada en la unión de naturaleza y arte. La vida es efímera. Lo son los acontecimientos que la rellenan, lo es nuestra naturaleza material e inmaterial. Todo pasa y todo vuelve a quedar, de diferente manera.

Así es y el artista recrea la idea en las numerosas esculturas que ha ido levantando a lo largo de la última década en una franja alargada y estrecha situada junto a la carretera de Vitoria, a la altura de Murieta, sembrando en los espectadores casuales -ocupantes de los vehículos que pasan a pocos metros a unos ochenta kilómetros hora - una huella de curiosidad que ha ido extendiéndose espontáneamente hasta los medios de comunicación.

No era esa su intención. En realidad, Félix desea sólo jugar con los elementos naturales en total libertad. De ahí ha nacido este espacio donde se siente a gusto.

El artista recibe en su jardín, es hospitalario y cálido. Nos presenta las obras. Lo hace con palabras sencillas, también con ternura. Así asistimos a una reunión familiar recreada con troncos y cantos rodados, nos magnetiza la mirada triste de un mono sentado sobre un dolmen, nos atrae un árbol adornado con largos pendientes cuyas cuentas son piedras con orificios naturales.

Es el templo del detalle, el santuario de la sugestión. Cada forma adquiere un sentido, distinto para cada espectador. Félix se ríe, sin ningún tipo de vanagloria, sin ninguna otra intención que estar. A plena luz, o en recovecos disimulados tras la vegetación, los conjuntos escultóricos son descubiertos y reinterpretados por un ojo atento, observador.

Desde la fotografía, los grandes ojos del búho nos miran fijamente mientras, a su derecha, se eleva la majestuosa cabeza de una serpiente. Ritual puro.