En 1922, Pamplona conservaba aún buena parte de su recinto amurallado, aunque hacía algunos años que se había abierto la veda de su demolición, y muy pronto la mayor parte de él caería bajo las piquetas de los operarios municipales. Ya en 1905 se había desmontado el portal de la Taconera, ubicado en el actual parque de Antoniutti, y su arco de entrada permaneció guardado en los almacenes municipales hasta su reposición en 2002. En 1914 había caído el portal de la Rochapea, en el extremo inferior de la calle de Santo Domingo, y al año siguiente se derribaron las murallas del sector de San Nicolás, en la actual calle de San Ignacio. Su portal, que se ubicaba delante del actual hotel Yoldi, duerme hoy el sueño de los justos en el bosquecillo de la Taconera. Y en el verano de 1918 se derribaría todo el frente amurallado de la bajada de Labrit, con el portal de la Tejería incluido.
Así las cosas, la foto de 1922 retrata el único portal que se conservaba entonces en su disposición original, con su planta en recodo y su doble entrada dotada de foso y puente levadizo. Ante él posa una humilde vendedora de chucherías, con un inverosímil carricoche, y un militar, vestido con capa y sombrero del tipo llamado ros, así denominado por haber sido diseñado por el general español Teodoro Ros de Olano (1808-1886).
Hoy en día, la zona concreta del portal permanece tal y como la fotografió, hace la friolera de 91 años, un desconocido fotógrafo apellidado Azpíroz. Hemos abierto un poco el plano, para incluir la totalidad del arco de entrada, pero lo cierto es que hasta las manchas de humedad de los muros parecen corresponderse con las de 1922. Cierto es que, al otro lado del portal, puede verse que ha desaparecido la caseta del cuerpo de guardia, que asomaba por la derecha tras la puerta, y que el primer inmueble de la casa de la calle del Carmen, que era una humilde casucha de tres alturas, ha sido sustituido por un edificio más moderno.
Desaparecidos los portales y los cuerpos de guardia, los militares terminarían por emigrar hacia los cuarteles de la periferia urbana, y tampoco es probable encontrar hoy, ni aquí ni en ningún otro rincón de Pamplona, carricoches semejantes al de la vendedora de chucherías. No alcanzamos a ver los productos con que comerciaba, pero seguramente no pasaban de ser algunos dulces caseros y algunas frutas. Las naranjas, por ejemplo, se consideraban en la Pamplona de entonces una fruta exótica. Los niños las compraban en los días festivos, y las consumían tomando primero el zumo, exprimido a través de un agujerito abierto al efecto, comiéndose luego la pulpa y guardándose la cáscara para el final. Igualito que ahora...