Tengo siempre pendientes unas lineas para los conductores del los autobuses urbanos de Tudela. Lo pienso cada vez que utilizo el transporte público, algo que hago cada vez con más frecuencia porque el tema del coche hace tiempo que no me atrae nada de nada y porque en el bus me lo paso bomba. No he visto en mi vida gente con mejor talante, en serio. Además de que el servicio funciona como un reloj, te aseguras una buena cara en cualquier trayecto y todas las respuestas que hagan falta. Como cada vez tengo la cabeza en peor estado de conservación y las marquesinas de información de horarios están hechas un Cristo, no hay vez que no tenga que preguntar qué linea va a qué sitio: si es el del hospital, si va al barrio o pasa por la Azucarera. Como yo, un poco corticos de luces, hay cien mil pasajeros, así que supongo que cada conductor o conductora se chupa una media de quinientas consultas diarias. Pues no los verás nunca torcer el gesto. Al contrario. Me gusta la relación que han entablado con los usuarios fijos, esos que hacen el mismo recorrido a diario y son como de casa. He vivido en grandes ciudades y si hay algo desagradable y eternamente amargado es un conductor de autobús. Recuerdo aquellas mañanas en Barcelona, antes de que dieran las ocho, en plena orquesta de pitos en el atasco de cada día, con el tipo de turno al volante mirando al frente, sin un buenos días que echarse a la boca, con una cara de mala leche que ni Alonso después un adelantamiento de Vettel, a punto del insulto cuando no pasaba el bonobús, haciendo trompos por las rotondas y metiendo prisa al personal. Que yo he visto amputaciones de pierna por cerrar las puertas antes de tiempo, ojo. Por no hablar de cuando llegabas justa, muy justa a trabajar porque te pasaban factura esos "cinco minutillos más y me levanto" de después de sonar el despertador, y el amigo o amiga que conducía te veía perfectamente llegar con la lengua fuera y cuando te tenía a pie de escalerilla, cerraba las puertas y arrancaba, dejándote sin resuello para mentarle a la madre. Qué tiempos. Qué estrés. Qué pocas ganas de moverme de Tudela. Si vuelvo a una capital es de visita y vuelta a casa, entre otras cosas porque aquí la calidad de vida te la da gente como la de Arasa. Sí, pueblerina convencida. Sin remedio ni necesidad de remediarlo. Y tan feliz.