Síguenos en redes sociales:

Las balas tenían nombre

Las balas tenían nombre

"Tres chicas hay en Murchante/ que son las abanderadas/ por salir con las banderas las van a dejar peladas./ Hay sandunga, hay salero/ ojalá se queden calvas/ las que desprecian al clero./ Para lucir el cogote/ irán al Ayuntamiento/ y al verlas los de derechas/ nos pondremos muy contentos". Coplillas como ésta se cantaban en tono de mofa en Murchante días antes de que fueran detenidos y asesinados en Fustiñana sus vecinos Hilario Chueca Ayala (50 años), Roque Jarauta Chueca (57 años), Genaro Ochoa Lorente (31 años), Julio Orta Simón (59 años), Antonio Pérez Ullate (32 años), Ricardo Rosel Aguirre (71 años) y Mauricio Simón Arriazu (28 años) en noviembre de 1936.

La sobrinanieta de Genaro, Lara Bartos, presentó el sábado en Murchante su libro Recuperando raíces. Memoria de los siete asesinados en 1936 en Murchante, en el que analiza, con documentos, el ambiente en esta localidad en los días previos a los fusilamientos, sus vidas y cómo en 2005 consiguieron recuperar sus restos tras décadas de búsqueda infructuosa. "Cuando localizamos los restos fue algo increíble. Ver que todos aquellos fantasmas que habían ocupado nuestras vidas tantos años estaban físicamente allí... Ver cómo los de Aranzadi nos escuchaban, entendían y se interesaban. Fue una experiencia muy positiva y que no podremos olvidar nunca", recordó el pasado sábado 30 de noviembre Bartos ante más de 200 personas.

la memoria

Un odio creciente

En estas páginas recupera testimonios y documentos tan importantes como llamativos que ha recopilado durante 8 años para dibujar la vida de estos siete murchantinos, que "muchos creían que no eran nadie pero eran el secretario del juzgado, presidente de la UGT, el vicepresidente, un estanquero...", y su desaparición ya que "nunca se comunicó a las familias su defunción". En el libro narra cómo deciden buscar unos cabezas de turco para escarmentar y amedrentar a las izquierdas de Murchante. "Todos los elegidos habían pertenecido en alguna ocasión a sindicatos o agrupaciones de izquierda. Los reunieron en el Ayuntamiento, los cargaron en un camión y se los llevaron".

En la elaboración ha descubierto que "sigue habiendo mucho miedo a hablar, e incluso ante la presentación de hoy (por el sábado) hay quien ha dicho: 'Otra vez a removerlo todo, y para sacar dinero", tras lo que explicó, entre aplausos, que los beneficios de la obra van íntegramente para una asociación de voluntarios de la localidad y para la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra. "La gente cree que lo hacemos por venganza, pero no es así, ni ellos nunca lo hubiesen querido".

Con este trabajo, Bartos, en la actualidad concejala del PSN en Murchante, retrata un pueblo atrapado por el odio y los enfrentamientos, al igual que toda la Ribera y el resto de Navarra. Como muestra, las coplillas que se cantaban tras el alzamiento en 1936. Las mujeres que aparecen en las estrofas fueron "peladas" y durante décadas se han cantado en la localidad estas canciones populares, quizás sin saber que también hacían referencia, en cuatro casos, a los asesinados. "Julio Orta el renegado/ con su golpe de estanquero/ por muy malo que le sepa/ va a gritar ¡viva el clero!/ El pobrecico Ricardo/ además de andar apretado/ ahora dejará de ser secretario del juzgado/. Como no tiene otra cosa/ que el abrigo y el bigote/ contento se puede ver/ si le dejan el cogote. El cafetero Jarauta/ de izquierdas toda su vida/ 1.500 pesetas nos entregará enseguida./ El día de nuestro triunfo/ todos juntos celebraremos/ cafés, copas y cigarros/ en su casa tomaremos".

Durante el acto fueron entonadas las coplillas y la crudeza de sus letras, conociendo el desenlace, y el recuerdo de muchos de haberlas oído a sus familiares dejaron en silencio por unos segundos la casa de cultura.

el final

El último día

Ante preguntas de los asistentes, Bartos explicó que el día de la desaparición de los siete, una niña dijo a su familia que había oído en la plaza que "unos hombres van a venir a Murchante a matar gente". Esta familia alertó a su vecino Hilario, uno de los fusilados, y le aconsejó que saliera ese día de Murchante. Hilario no hizo caso y al mediodía desapareció junto con Genaro Ochoa, que estaba trabajando en el campo con su cuñado y al que le entregó su reloj consciente de su destino, y otros cinco murchantinos como el secretario del juzgado Ricardo Rosel, padre de seis hijos, muy religioso y que tocaba el órgano en misa. Días antes, Bartos cuenta cómo después de enterrar a algunos murchantinos que habían muerto en el frente se empezaron a gestar los primeros odios. "Una vecina se acercó a la madre del soldado fallecido y le dice que se aproveche de la situación para vengarse y que haga que fusilen a alguien. Pero la madre le dice que bastante tiene con la muerte de su hijo como para pensar en eso". Al poco tiempo se produce otro enterramiento y la situación se repite. "Una vecina se acercó a los militares que llevaban la caja y les dijo que en el pueblo no se han producido muertes de gente de izquierdas y que de derechas ya van varios, los soldados le dicen que si se los llevan delante allí mismo terminarán con ellos".

Tras la detención, vecinos y familiares de Genaro e Hilario fueron andando a Tudela para llevarles mantas y comida pero al llegar el cura les dijo que les había confesado y que ya se los habían llevado. De noche, los familiares volvieron andando con la encomienda de dar la noticia a sus hijos y mujeres. La última persona que los vio con vida fue un pastor que vivía en Murchante y que se encontraba en un corral de ganado por el que pasó el "convoy de la muerte". Escuchó y reconoció la voz de Roque que decía a sus compañeros "vamos a despedirnos que..."; él no terminó la frase y sus compañeros no le dieron repuesta, seguramente sumergidos todos en sus pensamientos dirigidos a sus familias y a la sensación de no estar viviendo esta situación.

Nunca sus familiares, vecinos y amigos volverían a ver a los siete de Murchante y sus restos no aparecieron hasta 2005. "Oficialmente nunca hubo comunicación de sus muertes. Tampoco hubo datos exactos del lugar donde se encontraba la fosa. Fueron sus esposas, sus hijos, sus hermanos, sus sobrinos y sus nietos los que generación tras generación contaron sus historias y guardaron en su memoria, como el mayor de sus tesoros, cualquier dato que pudiese ayudar en su búsqueda".

El libro de Lara Bartos también recuerda un detalle que, pese a ser casi insignificante, es muy revelador. Un hijo de Ricardo Rosel guardó durante toda su vida un bastón que usaba su padre para caminar en algunas ocasiones. Cuando Justino Berrozpe fue proclamado primer alcalde socialista de la democracia en Murchante, Francisco, hijo de Ricardo, le regaló el bastón al nuevo primer edil, simbolizando el final de un calvario que, pese a todo no terminó hasta 2005.

Como dice Bartos en el libro, "mi familia, mi abuela, mis padres y mi hermana, me han enseñado, me han educado en la tolerancia y en saber que mirar al pasado puede servir para no cometer los mismos errores".