castejón - Pedro Ortega es oriundo de Miranda de Ebro, aunque reside en Castejón desde que llegó a trabajar al colegio público 2 de Mayo en el curso 2002-2003. Ahora ejerce de secretario del centro e imparte clases de educación física. Allí ha incorporado en ocasiones su afición a las peonzas a las actividades educativas, además de exponerlas públicamente tres veces, dos en Castejón y la última hace unas semanas en el Condestable de Pamplona.

Según Ortega, hay constancia de que existen peonzas “desde el año 4.000 antes de Cristo”, ya que “se han encontrado ejemplares elaborados con arcilla en la orilla del río Eúfrates”. También hay rastro de trompos en pinturas muy antiguas y en algunos textos literarios que citan el juego, “como en los escritos de Catón o de Virgilio”, asegura.

En su caso, la afición le llegó en el año 2.000, cuando le regalaron la primera. Ese mismo año, en un viaje a Marruecos compró otra en un mercado popular. “Me sorprendió que a pesar de ser países y culturas diferentes, las dos eran similares, la única diferencia era la forma de bailarlas”. Desde entonces, familiares y amigos le regalan peonzas de todas partes del mundo. Las tiene de Turquía, Israel, Rusia, China, Cuba, Tailandia, Nicaragua, Estados Unidos, de muchos países europeos... De cuatro continentes, solo le falta Oceanía. Ahora espera recibir una peonza china que ha comprado por Internet “que se queda suspendida en el aire mediante un sistema de imanes”.

En 2002 el colegio público de Castejón organizó una unidad didáctica de juegos del mundo y entre ellos se incluyó la peonza. “Disfrutamos con la experiencia, ya que en Castejón hay un número importante de inmigrantes y cada niño nos dio a conocer los juegos de su país”. También con ocasión de una de sus exposiciones en Castejón puso como tarea de clase a sus alumnos la elaboración de peonzas, de las que algunas se expusieron al público. “Crearon peonzas muy bonitas y lo mejor es que esta actividad permitió reunir a nietos y abuelos y que compartieran su tiempo fomentando la relación intergeneracional”. También organizó una tirada popular de peonza, en la que los abuelos recuperaron su niñez demostrando que “hacer bailar peonzas es como andar en bici, nunca se olvida”, asegura.

En opinión de este experto, la peonza tradicional de madera está perdiendo interés entre los jóvenes con la aparición de las denominadas peonzas cometa, más ligeras y que permiten “hacer más trucos, que es lo que les gusta a los chavales”. A él le gustan más las peonzas antiguas, como una de los años veinte del pasado siglo de su colección. Las tiene de todas clases: de látigo, las que se enrollan con un cordel y bailan al lanzarlas; de soporte, que necesitan un aparato para hacerlas girar; o las que se hacen bailar con los dedos. En su opinión, todas “fomentan el compañerismo, la imaginación y la autoestima”. Y el ejemplo lo tiene en casa, donde su hija Priscila, de 6 años, ya sigue los pasos de su padre y ha iniciado su propia colección.