A bombazo limpio, eso sí ruidoso pero pacífico, a base de golpear el cuero, la piel que tampoco son lo que eran (los parches son ahora plastificados) acabó sus días Don Carnal, que ha reinado varios días, desde el Orakunde infantil o Jueves Gordo o desde el viernes hasta el domingo, responsabilidades laborales obligan. Ayer en Erratzu salió el cortejo de Damak y el hartza (el oso) en Arizkun, donde se bailó también Sagardantza, en uno y otro caso, y en lo que podemos imaginar, para anunciar el fin del invierno y despertar a la Madre Naturaleza.

En lo que además de coincidencia supone de curiosidad, el ttuntturro (gorro cónico adornado con cintas de colores y plumas de gallo) es prenda que se repite en numerosos personajes del carnaval rural. En nuestro caso, así es en Ituren y Zubieta, en Erratzu y en Arizkun, y es que el gallo es un símbolo solar, de igual forma que el oso que forma parte también de nuestro carnaval parece indicar que ha finalizado su invernada y sale a buscar su alimento.

En Erratzu, la bombada fue estruendosa, en una jornada de tiempo inclemente, con un auténtico ventarrón en ocasiones y lluvia abundante al atardecer, lo que no impidió que la ancestral comparsa se mostrara tan lucida como es costumbre. Y en Arizkun fue lo mismo, con el hartza escapando de su hartzazain (cuidador) y persiguiendo y abalanzándose sobre la gente. El ritual, ya se ha cumplido.

la Cuaresma canta victoria

Bestondo. “Memento, homo...”, que eres polvo y estás hecho polvo (adaptación libérrima del Génesis) y lo que resta es una resaca (bestondo, después de la fiesta) que ni se cuenta. La juerga ha sido alegre y ruidosa y el carnaval ha dado fin al ciclo festivo invernal para sucumbir de nuevo ante Doña Cuaresma. Hoy es Miércoles de Ceniza (el de verdad) y se abre la época antaño penitencial, la cuarentena purificadora que en un tiempo llegaba con aquellos sermones tronantes (y ajojonantes) que caían sobre nosotros pecadores mientras el templo parroquial se mantenía en una perturbadora y asustadiza penumbra. El gentío salía del sermón tan abrumado que ni por el forro se acercaba a tomar un chato de vino a Casa Basilio, no fuera a sumar más motivos para su condenación. ¡A casita derechos!.