Una de las obras que escribió el esukaltzale baztandarra, Mariano Izeta, una novela dramática titulada Nigarrez sortu nintzen (Nací llorando) podría ser perfectamente aplicada al extraordinario aizkolari de Sunbilla, Ramón Latasa Elizondo, de quien se cumple el vigesimoquinto aniversario de su fallecimiento. En curioso paralelismo, el protagonista pasa de la miseria al éxito para morir acogido en la Casa de Misericordia, igual que el aizkolari, ingresado el 25 de febrero de 1986 y residente justo cinco años hasta el mismo día de 1991.

La vida de Ramón Latasa fue azarosa en lo absoluto y plagada de vicisitudes, desgracias la mayoría a salvo de sus innumerables triunfos y gestas que dejó escritas con letras de oro en la historia del aizkolarismo. Nació en la pobreza más absoluta, durante años de su niñez y adolescencia descalzo ya que su familia no disponía para proporcionarle unas modestas alpargatas y menos aún unos zapatos. Se desconoce si tal estado de cosas (más que probable que así fuera) tuviera alguna influencia en su carácter, taciturno y callado, excepto cuando celebraba una de sus victorias entonces con mucha gente (¿amigos?) a su alrededor.

El medio millón de pesetas que ganó en su sensacional triunfo sobre Luxia, lo invirtió en una serrería pero no tuvo suerte ya que sufrió un incendio que la arrasó. Además, su socio se aprovechó de él y Latasa tuvo que volver de la nada, otra vez a trabajar en el monte para ganar algún dinero al verse arruinado. El sunbildarra Anttón Espelosin, su mejor biógrafo, lo explica al detalle.

Cuando de nuevo estaba en plena forma tuvo un percance, aparte de trabajar duro en el monte dedicaba algunas noches a pasar paquetes de contrabando. En una ocasión, con el paquete al hombro se topó con la guardia civil que le dio el alto, intento escapar, le tirotearon y una bala le atravesó la pierna aunque logró huir sangrando y sufriendo muchísimo para llegar a casa.

Estuvo varios días sin salir haciéndose él mismo las curas porque no quería que la gente se enterara, pero su pierna empeoraba y finalmente tuvo que acudir al médico, que le ingresó de urgencia y hubo que operarle. Estuvo largo tiempo ingresado y su estancia clínica le salió muy cara: tuvo que pagar 250.000 pesetas de su bolsillo porque nunca en su trabajo fue dado de alta en la Seguridad Social.

Tardó un año en recuperarse, otra vez estaba arruinado y obligado a iniciar una nueva vida. Con 47 años, abandonó el aizkora y se retiró de las plazas. Casi toda su vida trabajó en el monte a destajo, era un trabajador fuera de serie lo que le pasó factura y con 50 años estaba destrozado físicamente, y todavía tuvo la desgracia de que le diagnosticaran que sufría diabetes. Después de largos meses de sufrimiento y a causa de la enfermedad que padecía tuvieron que amputarle una pierna, y ya nunca volvió a ser el gran aizkolari y hombre admirado de todos. - L.M.S.