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Toda una vida dedicada a la soga

El Ayuntamiento de Beriáin rinde homenaje hoy en el inicio de las fiestas de su casco antiguo a Jesús Echeverría, el último artesano del pueblo

Toda una vida dedicada a la sogaMIKEL SAIZ

beriáin - Es el último artesano del pueblo. Dejó de trabajar cuando murieron sus hermanos, hará como una década, pero hasta entonces el vecino de Beriáin Jesús Echeverría, de 80 años, se ha dedicado a hacer sogas. “Se han ido todos los sogueros, ahora no queda ninguno. Antes estábamos nosotros, había otro que aprendió aquí, Luis López, de Tafalla. Más tarde otro en Estella, en Urroz, en Lumbier...”, cuenta conforme le brotan los recuerdos, algunos borrosos y otros con asombrosa nitidez.

“Es que los hijos ahora dicen, ‘si con esto no sacáis ni para vivir’. Podían haber aprendido el oficio qué se yo, por capricho, por no perder la tradición. Pero se trabajaba mucho y se ganaba poco”, explica su mujer, Martina Amatriain. El oficio de soguero, industrialización mediante, no va a volver. Pero quedan testimonios como los de esta familia, y el Ayuntamiento de Beriáin ha querido reconocer la valía de sus voces y hoy homenajeará a Jesús en el inicio de las fiestas del casco antiguo de la localidad. Pocos minutos antes del chupinazo le entregarán una placa conmemorativa. También le han reservado un cohete honorífico, aunque eso todavía está por ver porque Jesús no es muy amigo de los disparos después de un incidente de caza. “En los pinos de Ori Cela, un amigo de Potasas, me mató una paloma de la mano. Poníamos el reclamo, tirabas con el cimbel y la paloma subía y bajaba, subía y bajaba. Y Cela le tiró. Le parecía que la paloma salía de los pinos, no me vio y me la mató de la mano”, cuenta Echeverría. “Al cohete le tengo miedo desde el día del tiro”, dice.

el oficio El abuelo de Jesús, Antonino, fue el primero de la saga en dedicarse a la soga. Lo hizo en Salvatierra hasta que se quedó ciego. “Entonces ya no podía hacer nada. Bueno, al bar sí sabía ir. Le daría el olfato, porque cogía el bastón e iba derecho como una vela”, cuenta Jesús mientras se le escapa una sonrisa socarrona. Su padre cogió el testigo, y más tarde les tocó a sus hermanos Leandro, Sebastián, Ángel y al propio Jesús, el más pequeño de todos. “Teníamos otro hermano que estaba en Mallorca, Rafael. Pero aquel hizo pocas sogas”, recuerda.

Le gustase o no, su vida estaba unida a este oficio. “Oye... ¿qué vas a hacer?”. Primero de la escuela a la soga, y después compaginando la labor con lo que tocase. “Aprendías de todo”, explica. Jesús ejerció de alguacil en el pueblo cobrando el agua, fue fontanero arreglando grifos y ordenanza en la mina de Potasas. “Abajo no he estado nunca, ni la he visto. Yo iba a Pamplona todos los días con el correo”. Hiciese lo que hiciese, de vuelta a casa le esperaban sus sogas. Y parece que algo sí le gustaban porque de entre todos los oficios no duda en señalar su favorito: “Las sogas”.

Para los remolques, “para atar a los carros los fajos, la mies”. También para las cabezadas de los ganados, para camiones, para la papelera... y las maromas más gordas para los barcos. Sogas de todo tipo. Las de cáñamo eran las más duras “esas eran más caras”. Después estaban las de lino. “También hacíamos sogas de pelo de caballería para la lona que le ponen arriba a los bueyes”, comenta Jesús.

Todavía guarda la vieja máquina de hilar con la que iban tirando hacia atrás, uniendo tramos de cuerda mientras se alejaban hasta 100 metros por el angosto pasillo del taller en el que trabajaban dentro de su propia casa. “La máquina iba dando y tú ibas empalmando hacia atrás hasta que se te acababa el puño que llevabas”, dice Jesús, y cuenta que llegaron a hacer rollos de hasta 300 metros. Ya con la soga terminada, todos los martes iban a vender al mercado de Irurtzun. “También al mercado de Pamplona en San Fermín, el día de las ferias”.

de compras en bici Jesús y sus hermanos compraban las crines de los caballos para hacer cuerdas. “Esas eran muy costosas de hacer”, detalla su mujer. También los restos de cuerdas que usaban en los pueblos para empacar. “Íbamos sobre todo a la montaña. Burguete, Ochagavía, Isaba, donde había ganado...”, explica Jesús. Cuando buscaban trozos de cuerda más cercanos se movían en bicicleta. Se ataban las cuerdas a la espalda y a pedalear. “Después se compraron una furgoneta, y Jesús era el rey de la carretera. Un fitipaldi”, bromea su mujer.

El Ministro, mote que le regaló su padre -“este va a ser ministro sin cartera, me decía, y alguno lo escuchó y se me quedó”-, siempre en Beriáin, en bicicleta o furgoneta, y acompañado de sus hermanos como se observa en la fotografía sobre estas líneas, así ha ido, unido a las sogas, “haciendo la vida”.