La calenda festiva de la Inmaculada regaló un luminoso día otoñal en las tierras, lomas, interfluvios y montañas de los valles navarros de Bertizarana, Baztan y Bidasoa. La senda elegida arranca hacia la mitad de la carretera NA -4453, tomada después de Oronoz y que asciende hacia el norte por el oeste del Parque de Bértiz. El destino: la cima del monte Aizkolegi, uno de los montes del término de Oieregi, donde, aunque ruinoso, aún sobrevive el palacio que construyó en los primeros años de siglo XX el abogado Pedro Ciga Mayo (Pamplona, 1867), miembro de una familia que tenía negocios de paños en la capital navarra.

El manto caduco de las hayas logra que consteles enseguida hacia escenarios de tiempos lejanos, aunque provistos con el mismo lecho de hojas caídas y secas, cuyo crujido tenue termina por convertirse en un cuajado rumor que aspira a banda sonora de toda una vida. Son muchos los platós de acción, mas las tablas más pisadas están en la vizcaína villa de Villaro-Areatza y en las campas de Pagomakurre a pie del Gorbea; en las lomas del monte Tres Hayas de Auritz-Burguete; en el velador de la Ermita de Gomacin; y en las tierras y cuevas caldas y caprichosas de la sureña villa de Fitero. Pura vida. Vida cocinada, pintada, escrita y contada, con tanta generosidad como maestría, por una artista querida, ida e inolvidable: Carmen Lacasa Martínez-Guardamino.

Al relance del pensamiento, ya en el corazón de Bértiz (2.040 hectáreas), brota enseguida el sentimiento al gozar de una naturaleza que roza la lujuria por su enorme belleza. Y del sentimiento se pasa la ilusión dirigida hacia la existencia en el lugar de misterios y personajes fantásticos, como mujeres con medio cuerpo animal. ¡Una lamia es la protagonista del escudo de Oieregi!

Culminando el monte Aizkolegi aparecen, como si fuera un anacrónico faro, los brillos de los lienzos sur y oeste de su palacio. Se trata de un anciano enfermo, pero que mantiene con orgullo y dignidad su distinguida galanura. Sin duda, la obra merece mucho más que dejarla morir por inanición e hipotermia. Bien valdría como estancia pública y pedagógica para aprender y disfrutar de tan paradisíaco paraje. En Aizkolegi, singular interfluvio, parte de sus aguas vierten hacia el norte por Infernu Erreka hasta el río Tximista, en Etxalar; otras buscan tierras del oeste por la regata Iruribieta. Y las más abundantes descienden más de 700 m para entregarse al Bidasoa justo después de alimentar los jardines y dependencias del parque y palacio de abajo.

parque de bértiz De Bértiz hay notas históricas y de cacerías de 1392, reinando Carlos III el Noble, y figurando como dueño Pedro Miguel Bértiz. Pedro Ciga y su mujer, Dorotea Fernández Morales, compraron Bértiz en 1898. Enseguida rehabilitaron el antiguo palacio barroco ya existente en la parte baja del parque y ampliaron sus jardines. Después, el matrimonio mandó construir la carretera y el palacio de Aizkolegi. Se trazaron senderos, se plantaron numerosas y exóticas especies vegetales y se adoptaron medidas de protección del bosque, prohibiendo su explotación forestal. Así, el bosque pudo evolucionar hacia la bellísima madurez que hoy atesora. Pedro Ciga, que murió en 1949, legó Bértiz a todos los navarros y en su nombre a la Diputación Foral de Navarra. En 1984 la Diputación declaró al Señorío de Bértiz como parque natural, según la ley transferida a nuestro viejo reino sobre Espacios Naturales Protegidos.

EL PALACIO DE ARRIBA a 15 km El palacio de Aizkolegi fue un capricho del matrimonio Ciga-Fernández. Lo concibieron como un chalé modernista de recreo, pero con cierto esnobismo. Ciga, ecologista, elegante y abierto a nuevas formas artísticas, quiso que Aizkolegi fuera el mejor lugar para disfrutar y descifrar los encantos y misterios de la naturaleza. La terraza que sobrepasa las distintas techumbres del peculiar recinto, fue su torre homenaje en la que instaló un pequeño observatorio. Los días despejados, como el pasado jueves, Ciga extendía su catalejo convirtiéndole en vigía de los tres valles y en eje de, ahora sí, tangenciales constelaciones. Incluso, añadía a la paleta de su vista el azul cantábrico de la Navarra marítima.

Junto a la antigua casa del guardés, arranca una amplia y curva escalera. Su arquitectura es un juego atrevido de volúmenes. La obra se rodea de galerías y miradores que se sujetan en arcos de ritmo indescifrable. Unos se arman con rústicos sillares y otros solo con ladrillo y escayola. La madera y la forja son otros nobles materiales que sujetan y, a la vez, decoran. La gruesa roña de sus hierros delata su gran pasado, pero también su cercana muerte. De hecho, este palacio ya ha sufrido expolios. Este caserón es anciano y extraño; también sugerente. ¡Ojalá recupere su mirada! Otra vez habrá que volver a Aizkolegi en noche despejada. Probablemente, se vea la cruz del Gorbea brillar y a la amatxi, Carmencita, cantar.