altsasu - Un año más, los salvajes momotxorros fueron dueños y señores de las calles de Altsasu, la avanzadilla de una anárquica comitiva que volvió a dar espectáculo. Y es que cientos de personas se unieron en una catarsis colectiva que miraba a un pasado rural no tan lejano, una fiesta que se ha convertido en seña de identidad de la localidad y el momotxorro en su símbolo. Su salida fue en estampida desde Zelandi, un momento de gran belleza pero terrorífico para algunos.

Lo cierto es que este personaje no deja indiferente a nadie. Simbiosis de humano y bovino, cubre su cabeza con un cesto del que asoman grandes cuernos entre los cuales va un ipuruko o frontil, del que cuelgan crines que ocultan su rostro. Por la parte de atrás cuelga un narru o piel de oveja, sujeto a la cintura por un cinturón del que penden dos cencerros. Por delante cubre su cuerpo con una sábana manchada de sangre, al igual que sus brazos y cara. Además, su fiero aspecto va acompañado de un agresivo comportamiento, blandiendo sardas o tridentes a los pies de sus víctimas, que deberán saltar para poder evitarlas.

Son elementos llenos de simbolismo. Mientras los cencerros purificaban los campos y despertaban a la naturaleza dormida, la crin de caballo tendría un sentido purificador y ahuyentador de malos espíritus. La sarda se relacionaba con la fertilidad, por lo que se solía azuzar a las muchachas casaderas con ellas. Pero momotxorro también muestra su cara más amable cuando baila la Momotxorroen dantza. Además, algunos se hacen querer, y con mucha paciencia se dejan fotografiar entre una nube de cámaras a la búsqueda de captar imágenes que trasladen la magia de esta fiesta.

Detrás iba una variopinta comitiva entre las que destacaban las traviesas y ruidosas sorgiñak, vigiladas muy de cerca por el akerra, que lo veía todo desde su carro. Para marcar territorio, bajaba de vez en cuando ante el delirio de las brujas, que le hacían pasillo con sus escobas. También se hacían ver los mullidos juantranposos, rellenos de hojas de maíz que rodaban por el suelo, atrapando a más de uno en su caída.

Pocas y tranquilas iban algunas maskaritak, el contrapunto femenino de momotxorro en el antiguo carnaval. Iban cubiertas por una sobrecama adamascada, fruncida encima de la cabeza y acordonada en el cuello y en la cintura, ocultando su rostro con una puntilla, una especie de burka que casi nadie quiere llevar. Éstos, juntos con los matxingaizto, son los principales personajes de la maskarada altsasuarra, que conviven junto a otros inclasificables que portan narrus, calaveras de anímales, plantas, cintas de colores y telas de sacos, entre otros elementos que dan juego a la imaginación. Cada uno a su ritmo.

AKELARRE La primera parada de la comitiva rural fue en la plaza Zumalakarregi, el escenario de un akelarre en la que sorgiñak de Dantzarima Dantza Konpainia trajeron la fuerza del fuego es un espectáculo de danza y misterio, y llamaron a la naturaleza a salir del letargo invernal. El despertar fue en la plaza, cuando mediante bailes, conjuros y música, las sorgiñak comenzaron a despertar de su letargo a los distintos personajes de esta maskarada rural, poniendo fin al periodo de penumbra. La naturaleza dormida, ya purificada y preparada para un nuevo ciclo, llama a la puerta.

Aunque la Cuaresma arranca hoy con el miércoles de ceniza, en Altsasu no han finalizado las celebraciones en honor de don Carnal. Continuarán el sábado con el carnaval piñata, la versión urbana de esta fiesta irreverente.