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Personas y casas con nombre propio

los vecinos de barañáin han sido testigos de la transformación de un pueblo donde se conocían todos y no había “más que campo y ovejas”

Personas y casas con nombre propioCedida

Cuando uno escucha la palabra patrimonio se le pueden venir a la cabeza infinidad de edificios, obras de arte, esculturas o espacios dignos de conservación y defensa. Cosas palpables, terrenales y tangibles. Pocas veces se piensa en las personas que, por otra parte, son dueñas y propietarias también de un patrimonio, si cabe, mucho más valioso. Al menos más efímero y etéreo, porque no se puede tocar, pero se puede sentir. Es ese patrimonio inmaterial cultural que permanece en sus recuerdos el que es capaz de revivir, transformar y hacer eterno un municipio.

En Barañáin lo han conseguido gracias al trabajo de Labrit Patrimonio, que a través de 18 entrevistas personalizadas y grabadas ha conseguido inmortalizar la experiencia y el recuerdo de los vecinos que han visto crecer y cambiar el lugar en el que nacieron, con una lectura profunda y emotiva en la que relatan las costumbres y su quehacer diario en un tiempo “de cuando las casas y las personas tenían nombre”.

Las entrevistas forman parte de Navarchivo (UPNA) junto con las más de 2.000 que se han elaborado ya en 420 localidades navarras. La segunda parte de este proyecto, que fue presentado con un pequeño avance a principios de mes en el ayuntamiento de Barañáin, es el estreno de un documental a finales de año que recogerá parte de esas entrevistas -cada una con una duración de tres horas- e imágenes inéditas del municipio en la década de los 70.

Tal y como recuerda María Pilar López Martínez, “había muy pocos edificios, era todo campo y ovejas. Se urbanizó para que la gente viniera, hasta la plaza de los Castaños, pero sólo hasta el bloque. Y muchos pisaron barro”, recuerda, asumiendo que el proceso fue costoso. “Había un ambiente muy bueno de vecindario, la gente por aquél entonces se visitaba mucho, nos relacionábamos más que hoy -lamenta-. Nos conocíamos todos, no queríamos que Barañáin fuera un barrio dormitorio a pesar de que era muy propenso, por eso intentamos por todos los medios que hubiera comunidad y relación”.

Recuerdan los participantes en este trabajo a todas esas familias que vivían en cada casa, porque todas las casas tenían nombre. “Tres familias éramos agricultores y teníamos en casa vacas y ovejas. Éramos pocos pero bien avenidos”, señala María Cruz Elorz. Cuentan las vecinas que en el pueblo viejo compraban la leche y los huevos, y también tomaban el sol en verano.

Como ellas, otros vecinos y vecinas exponen en el vídeo todos esos recuerdos, desde las primeras casas -“La Casona, con dos familias viviendo allí”, recuerda Elorz- en el Pueblo Viejo, hasta las fiestas. “En el patrón, San Esteban, íbamos con el acordeón, bailábamos, venían los del orfeón... Todo el que sabía tocaba algo”, relata Felicia Eguaras. Otra cosa eran los carnavales, señala, que por aquellos tiempos se consideraban algo “de lo peor, como de pecado, según decía mi padre”, bromea.

La primera tele Roberto Ortiz Ibarrola sonríe al recordar cómo llegó al pueblo la que dice que fue la primera televisión. “Le tocó a mi tía en la tómbola una Telefunken de esas, y venía la gente a mirar a casa. Y mi abuela señalaba el aparato como si fuera una caja, preguntando que dónde estaba toda esa gente”, bromea el vecino, que asegura que para su familia -sobre todo para los más mayores- fue algo “increíble”.

El invierno era muy largo y había que hacer cosas. “Nos solíamos juntar mucho en casa de los Eguaras, de los Unzu, que hacían vida con nosotros. De éstos últimos el hermano era una persona muy emprendedora y original, trajo el primer Tiburón (mítico coche de Citroën) que hubo en Pamplona, lo compró, lo arregló, era un manitas... Y a casa de los Eguaras solía llevar películas, de esas de ir pasando con una manivela, y nos juntábamos a ver dibujos animados. Nos entreteníamos con cualquier cosa”, valora.

Amparo Eguaras, vecina del pueblo viejo, recuerda cuando recogían el maíz, por la noche y con frío. “Aquello era muy divertido: nos juntábamos a quitarles las hojas a las pinochas, las dejábamos colgando a secar... Los animales se tenían en las casas, había caballos”, apunta, evocando aquellos días en los que se iba con su padre al campo a recoger y plantar patatas. A Josu Miren Oiz Ibarrola le gustaba jugar a la pelota. “No había ni plazas, jugábamos en la pared de casa de Yoldi o en la nuestra, algunas pelotas las hacía yo con lana y esparadrapo”, explica. Su hermana Delia recuerda a su maestra Sofía, “una buena mujer, te enseñaba a escribir con las enciclopedias que teníamos en aquella época...”.

Los suyos son testimonios que han quedado impresos ya en la memoria colectiva, una que tiene nombre propio y que se ha ido forjando con los años para reconstruir un pasado que queda ya para siempre. Durante la presentación, la alcaldesa de Barañáin, Ohianeder Indakoetxea, ya destacó que el paso del tiempo es “una maquinaria perfecta e inexorable”, también en un municipio que sigue hoy en día “fraguando su identidad, no sin dificultades”. Pero “es importante que quede registrado para siempre el esfuerzo que las personas que han participado en esta iniciativa hicieron para que Barañáin avance”.