hola personas. Parece que el verano dobla ya la cerviz al yugo del otoño, parece que ya las temperaturas se atemperan y que, poco a poco, los días se acortan.
Esta semana he dado un paseo atendiendo, como titulaba aquel viejo programa de radio, a las? Peticiones del oyente. Resulta que una lectora del Rincón entró en mi pagina de Facebook y tras unas amables y halagüeñas palabras me dijo que le gustaría leer un día un paseo por Argaray y yo, que comparto su cariño por la zona, le doy gusto con gusto y me adentro por sus seis calles. No reírse, lo Viejo de Bilbao solo tiene siete.
Antes de empezar quiero decir que la página de FB está abierta, no hace falta ser mi amigo FB para entrar, opinar y decirme vuestro parecer o vuestros gustos, si queréis que patee una zona y os lo cuente, lo haré encantado. Por otro lado, si queréis ver algún Rincón del paseante atrasado o acabáis de conocerme y queréis mirar los anteriores, en FB están todos subidos a vuestra disposición.
Bien, vamos al turrón. He salido por Bergamín en dirección sur y enseguida he encontrado uno de los primeros puntos de interés de mi vida: el colegio del Santo Ángel, donde hice el parvulario. Pocas bromas, el parvulario es un curso importantísimo, es el primer contacto con las letras, con los números, con los colores, con el reloj, con la derecha y con la izquierda, con todo, empiezas a ver que hay algo más que casa, papá, mamá, hermanas y parque; ahora hay que madrugar, hay otras señoras -para las que no eres su rey-, hay horarios, hay órdenes, hay niños más fuertes que te pueden y que te joden. En fin, que se puede decir que el parvulario es un tráiler de lo que viene después. Importante asunto.
Ahora el edificio, obra de Eusa, es una residencia universitaria en invierno y general en verano, albergan desde equipos de rugbi femenino a policías de refuerzo en San Fermín. Probablemente sea un buen negocio.
Tras el cole estaba el chalet de los Unzu, se lo regaló Franco como premio a la natalidad por los 17 o 18 hijos que tenía la familia. Este hecho era muy comentado en el barrio y eran admirados por todos. Hoy, por fin, están edificando en su abandonado solar.
He tomado la calle Gonzaléz-Tablas (militar muerto en la guerra de Marruecos) para salir continuando por Iturralde y Suit (escritor) a la calle Aralar y de ahí llegar a Argaray. Nuestro objetivo.
Argaray es un topónimo formado por las voces Arga, río que baña Pamplona, y garay, en euskera alto, podríamos decir que significa “sobre el Arga”. Más atrás en el tiempo se llamo Obietagaña, nombre que relacionaba la zona con un antiquísimo cementerio. Los terrenos de Argaray eran una enorme extensión de terreno que llegaba desde la trasera del Seminario hasta la avenida de San Ignacio. A medida que la ciudad iba creciendo, con la creación del Ensanche, la iba ocupando de forma paulatina, con dos excepciones: el Seminario, que se fue a terrenos vacíos, sin vecinos, y la colonia Argaray que también se alejó de lo construido. En los años 30, la empresa Construcciones Martinicorena compró los terrenos a los distintos propietarios y proyectó una pequeña ciudad residencial con casitas unifamiliares, con jardín, de tres tamaños, todas ellas en un estilo cercano al vasco francés, muy asépticas y muy dignas. Fueron casas destinadas a la clase media y su precio hoy nos haría reír; yo tengo las escrituras de una casa de tamaño medio y su precio en 1936 era de 58.000 pesetas , 350 €, el precio de una gabardina, cierto es que 60.000 cucas del 36 eran pasta pero estas traslaciones siempre son divertidas.
Como ha quedado dicho, 6 son las calles que forman la colonia y todas ellas bautizadas con nombres de valles navarros: Baztan, Salazar, Roncal, Yerri, Egüés y Araquil, también se pueden considerar de Argaray la calle Media Luna y la avenida de la Baja Navarra. Se urbanizó de forma irregular, lo que dio lugar a varios callejones y plazuelas que hoy están llenas de encanto. En una de ellas, en la del Valle de Yerri, había antiguamente una morera a la que acudíamos todos a coger sus hojas para dar de comer a los gusanos de seda que criábamos en la caja de zapatos. Hoy en día siempre hay en ese lugar un pin-un antiguo marca Chevrolet M 591.508 que debe estar funcionando puesto que suele cambiar de lugar. Es precioso.
Bien , sigo con mi camino de hoy: de Aralar he tomado Pascual Madoz (político progresista) y atravesando la calle Media Luna, he entrado en Argaray por la calle del Valle del Salazar, la que hace esquina con el colegio del Sagrado Corazón, donde estudiaban muchas chicas guapas que alteraban nuestra zangolotina sesera, en el salón de actos de ese colegio tuve la osadía de cantar en un festival Juanita Banana. No busquéis en You Tube que no hay constancia de tan magno acontecimiento. Fue apoteósico.
La calle del Valle del Salazar la han acortado, era más larga, llegaba hasta la tapia del Seminario y en la esquina había una puerta por donde se entraba al patio del mismo. Allí había unas dependencias semiabandonadas y en una de ellas teníamos la sede de una sección de boy scouts a la que acudíamos cada sábado 15 o 20 chicos a jugar y a hacer el gamba, allí conocí a Patxi Irigoyen. Era el veterano responsable del grupo y nos llevaba a hacer unas excursiones fabulosas. Dormíamos en bordas o en tiendas de campaña, o en casetas abandonadas de camineros e incluso al raso. Siempre nos llevó bien ya que siempre nos trajo de vuelta sanos y salvos. Patxi, escondido tras sus enormes rizos y su venerable barba, era una rara avis pamplonesa, hombre culto, polifacético e interesante con el que mantuve buena relación hasta que los dioses lo llamaron a su presencia. Nuestra sede nos duró hasta que hubo que realojar a unas familias de la Rochapea porque sus viviendas, recién construidas, amenazaban ruina y las tuvieron que abandonar por seguridad. El Ayuntamiento encontró esas construcciones maltrechas del Seminario, allí los colocó y a nosotros nos mandaron a hacer puñetas. Eso sería el año 1970.
Argaray fue zona obligada de patinar, de andar en bici, de subir a los árboles, de acompañar chicas a casa con la excusa de que era zona muy oscura, de mil cosas que en las calles normales llenas de coches y gente no podías hacer. Sus privilegiados vecinos, no sé ahora, pero antes eran ciudad aparte, todos se conocían, todas las casas estaban abiertas a todos, eran familias de siempre, los Cortés, los Goenaga, los Archanco, los Díaz, los Martinicorena, los Baztán, los Palacios, los Villanueva, los Echeverría, los Labayen, los Artal, los Navarlaz, los Sagüés, Les, De luis, Zozaya, Labiano, Lecumberri, Guerra, De León etc. Solo el nombrarlos suena a Pamplona. Los niños jugaban en sus calles al marro, a justicias y ladrones, al burro y a mil cosas más, las calles eran una prolongación de sus casas.
La colonia es tranquila como no se puede ser más. Durante el paseo ha habido un momento que he parado para que mis pasos no rompiesen el silencio y es tal el que impera que casi se oye. Impresionante.
Las casas siguen siendo las mismas, son unas 65 construcciones, alguna de doble vivienda, y solo media docena corta han sido derribadas y levantadas de nueva planta, por cierto, con ninguna mímesis con el entorno. Las demás han sido renovadas de una manera u otra, pero su forma y diseño ha sido respetado, señal de que el señor Martinicorena lo hizo bien.
Para el Rincón de hoy he contado con la colaboración de mi anciana madre, que vivió en Argaray en su juventud y que a sus 94 años lo recuerda todo como si estuviese allí.
Que tengáis una buenísima semana y le saquéis chispas a lo que queda de estación.
Besos pa’tos.
Facebook : Patricio Martínez de Udobro
patriciomdu@gmail.com