Hola personas, ¿cómo va la vida?, la mía se deja querer. Esta semana voy a cambiar de registro de una manera radical, la geografía que va a verse hoy aquí reflejada no va a ser urbana sino humana, hoy voy a dedicar mis líneas a un antiguo paisano nuestro.

A lo largo de la historia real y de la historia ficticia todos los grandes han tenido a su vera a un segundo de abordo imprescindible en el logro de sus metas pero mucho menos reconocido que el protagonista de las mismas. ¿Hubiese llegado Edmun Hillary al techo del mundo sin la ayuda de Tenzig Norgay?, ¿hubiese dado Phileas Fogg la vuelta al mundo en 80 días sin la colaboración y el esfuerzo de Passeportout?, Sherlock Holmes ¿hubiese sido el mismo sin el sempiterno Dr. Watson a su lado? Lo dudo.

Bien, en Pamplona tenemos un caso análogo. Todos conocemos en mayor o menor grado al Dr. D. José Joaquín Arazuri y su magna obra sobre Pamplona, su historia, sus calles y sus personajes. Es una suerte para Pamplona que Arazuri haya existido, nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos por su gran legado, pero él no trabajaba solo, tenía un aliado, un Norgay, un Watson, y este no era otro que un señor empleado del Archivo Municipal llamado Benito Iribertegui Ganuza al que hoy vamos a conocer un poco para hacerle justicia.

Lo descubrí el otro día releyendo la obra de Arazuri “Pamplona antaño”. Esta vez le hinqué el diente al prólogo que Vicente Galbete, a la sazón archivero municipal en el año de su edición, 1966, le dedica. En él Galbete dice:

“? Y, hablando de jubilaciones estoy seguro que el Dr. Arazuri verá con mucho gusto que haga constar aquí -porque también es de toda justicia- la inapreciable ayuda que siempre le ha prestado en sus rebuscas y pesquisas, desde el despertar de su fotofilia, el recientemente jubilado del Archivo Municipal y benemérito funcionario D. Benito Iribertegui?”.

Veamos quién fue.

D. Benito Iribertegui y Ganuza vio la luz de la Mañueta el 15 de enero de 1896, hijo de Marcelino y de Francisca. Le imagino la infancia normal de un crío de la Navarrería de final del XIX, habría aprendido las letras en la Casita y habría jugado al marro en la plazuela de San José.

En 1918 entró a formar parte de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pamplona, llevando durante años el terror y la risa a los niños bajo la cabeza de un kiliki o a lomos de un zaldiko maldiko. El amor a los gigantes se lo inculcó a su hijo mayor Alejandro que siguió la tradición y bailó durante años el rey Europeo, la saga continuó con Pedro, nieto de Benito, que durante años hizo volar las faldas de la reina africana tal y como hoy en día lo hace su hijo Iñaki. Han sido cuatro generaciones, más de cien años ininterrumpidos. Son historia viva de los Sanfermines. Envidiable.

Se casó, hacia 1920, con Antonia Oscariz, nacida en la antigua maternidad de la Cuesta de Palacio, se fueron a vivir a la calle del Carmen Nº 26 piso 2º, allí nació en 1921 su primer hijo y a éste le siguieron dos más que dieron a la pareja cuatro nietos. Pasada la guerra y demolida la vieja maternidad se mudaron a la nueva calle de Aldapa.

Según Galbete trabajó “desde joven en cosas de Pamplona, intervino en el derribo de la muralla de Tejería y también en los primeros balbuceos constructivos del 2º Ensanche?”, hasta que el 4 de diciembre de 1929 entra en el Ayuntamiento como peón de calles con un sueldo anual de 1.960 pts, menos de 12 € ¡al año!, y sería un sueldo normal.

La suerte se alió con nuestro biografiado. En marzo de 1930 Miguel Jover se hubo de jubilar por enfermedad del puesto de mozo del archivo municipal, cargo que Benito pasó a ocupar de forma interina. El 23 de febrero de 1931 la plaza salió a concurso presentándose tres candidatos, Benito, con su año trabajado entre legajos, y dos obreros electricistas llamados Bruno Gaztelu y Esteban Muniain.

El alcalde D. Javier Arvizu abogaba por Iribertegui frente a la comisión permanente, que era la que había de decidir qué candidato ocupaba la plaza, en estos términos: “Ha demostrado poseer las cualidades precisas para desempeñar la plaza de peón de limpieza y mozo de archivo” (?) “cumple su misión a satisfacción completa del Sr. archivero municipal y del conserje, por el celo y diligencias que le son propias”. El 9 de enero de 1931 es nombrado mozo de Archivo, con un sueldo de 2.190 pts, a las órdenes del archivero D. Leandro Oliver, inmortalizado por Hemingway en la novela Fiesta como aquel “archivero” que le consigue las entradas para los toros. El 1 de octubre de 1936, es ascendido a ordenanza de la Casa Consistorial, (qué casualidad ascendió el mismo día que Franco), con un sueldo de 2.917,50 más un quinquenio. Se jubiló el 17 de diciembre de 1965 y vivió una larga y feliz jubilación hasta que el 15 de agosto de 1989, a los 93 años de edad, dijo adiós a su querida Pamplona.

A continuación voy a entresacar del escrito de Galbete ciertas pinceladas que lo definen.

“? Con una capacidad de atención y de retención realmente portentosas (?) serio y cortés (?) Con un innato sentido archivístico y conservador -un poco de urraca escondedora, lo que no es malo- que le ha llevado siempre a guardar, a recoger e incluso a salvar (muchas veces por propia iniciativa) toda clase de papeles viejos predestinados a la destrucción (?) hace ya muchos años que rescató y conservó celosamente, por su cuenta y riesgo, la vieja tabla del siglo XVI quitada de la escalera de la casa Consistorial antigua y qué, ante la indiferencia general, iba ya, rápidamente, camino de la caldera de la calefacción. Tabla que hoy cuelga y luce en el vestíbulo del Archivo y que era nada menos que el Chantillon, el patrón oficial que tenía la ciudad, conteniendo diversas medidas lineales y superficiales usadas en Navarra a partir de 1565 (?) de carácter afable y excelente humor. Tocador de guitarra? sanferminero fino, irunsheme cien por cien (?) coleccionista de anécdotas y dichos, de giros pamploneses y de refranes cuencos (?) maestro sillero (?) hombre de tan poco relevante talla física como estatura moral, Le Petit Benoit”.

Tambien Arazuri le dedica palabras de agradecimiento en alguna de sus obras, en “Pamplona estrena siglo” (D.N. Pamplona, 1970) dice:

“Expresamente he dejado para el final la mención de la persona que más me ha ayudado, el pamplonés integro que vibra entusiasmado cuando se le recuerda al viejo Pamplona y que con su prodigiosa memoria rememora incansablemente la ciudad de su niñez y de sus años mozos, los tipos y las costumbres de la Iruña de principios de siglo. Este entrañable pamplonés es mi buen amigo Benito Iribertegui, a quien deseo que Dios le conceda muchos años de vida”

Salta a la vista que Galbete y Arazuri querían mucho a Iribertegui, ¡qué francachelas no habrían tenido los tres!

Bueno pues hasta aquí hemos llegado en la revisión y valoración de la labor de un hombre modesto que fue clave para sacar muchas cosas de la sombra de los archivos a la luz de los libros.

En mi página de FB podéis ver fotos de Benito.

Hasta la semana que viene.

Besos pa’ tos.

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