Hola personas, buenos días, ¿se disfruta del domingo?, pues me alegro. Esta semana invierno-primaveral he salido de casa y me he ido hacia el sur, me he dirigido a una vía relativamente nueva pero castiza, con nombre y actividad propios desde hace alguna centuria: Abejeras.

He llegado bien acompañado de un matrimonio amigo y de su perra de aguas, me los he encontrado en la avenida de Galicia y hemos sido cuatro los paseantes que hemos disfrutado del relente. Hemos andado juntos hasta la Cruz Negra y en Abejeras nº 1 ellos han llegado a casa y yo he seguido mi camino por esta calle que tiene historia.

El término en su comienzo recibe el nombre de la Cruz Negra desde el siglo XVII, siglo en el que se instaló ahí una cruz de término de madera a la que seguramente embadurnaban de alquitrán para defenderla de las inclemencias meteorológicas, tan guasonas por estos lares, de ahí le venía el color y el nombre. En el XVIII esa cruz, ya vieja y deteriorada, se sustituyó por una de piedra que se pintó de negro para estar acorde al nombre del lugar y que es la que hoy en día sigue ahí, unos metros desplazada en su ubicación a causa de la urbanización de la zona pero la misma pieza.

A continuación comenzaba un camino que ya en el S. XVI (1667) figura en documentos como Abejeras, lo que indica sin ninguna duda a qué se dedicaba la zona, también había huertas y viñas, era el puro campo a un kilómetro de la muralla. Su recorrido era: “el camino que principando en la Cruz Negra (?) terminando en el puente de Esquiroz”, es decir que conserva el mismo recorrido que hace 350 años ¿Qué calle de Pamplona puede presumir de tener tanta antigüedad en trazado y nombre?, pocas, muy pocas. A finales de los sesenta recuerdo que se pasó a llamar calle de Corella pero en pocos años le devolvieron su viejo topónimo.

Cuando yo conocí Abejeras ya estaban muchos de los actuales edificios en pie o en vías de ello, pero aun quedaba alguna de las casitas con sabor a pueblo y alguno de los chalets de recreo de familias pamplonesas de posibles con sus jardines floridos y sus verjas suntuosas.

Al comienzo, a mano izquierda, había un enorme caserón con un gran mirador y un piso superior como con arquillos, creo recordar, que daba a la avenida de Zaragoza tras una larga tapia, sus ruinas estuvieron ahí hasta entrados los 70. En su solar se levantan hoy dos grandes edificios, los números 1 y 3. A continuación estaba, y está, el colegio de Santa Catalina Labouré, siendo este edificio el único vestigio que queda de aquella época.

El primer tramo de la derecha siempre lo he conocido como está, esas casas las edificó la diputación para sus empleados a principios de los 60, muy pronto para mí, en aquellos años era cuando mi cabeza empezaba almacenar lo que después serían recuerdos. En los bajos de esa manzana estuvo durante años un bar llamado Mini-bar que hacía honor a su nombre, era diminuto, pero le cabía una Wurlitzer, esas máquinas en las que había que echar un duro para oír una canción, donde ponía todas las semanas un disco secreto y organizaba un concurso: a quien adivinase canción e intérprete le invitaba a no sé qué. La pieza en cuestión que debía ser adivinada la proponía una casa de discos que había en la calle Chapitela en un primer piso, no diré el nombre, y éstos filtraban la información a una cuadrilla de amigos que semana tras semana ganaban el premio con la consiguiente desesperación del dueño.

Con los años la calle se llenó de vida, bares, oficinas, supermercados y tiendas, por ejemplo la Frutería Iñaki en su esquina con río Salado que tiene los mejores tomates de todo Pamplona, o un clásico de siempre que trasladó allí su industria: Foto Esteban, aquel estudio de la Avenida de San Ignacio que de la mano de Esteban Bastida fotografió a varias generaciones de niños y niñas pamplonicas. Yo tengo mi retrato de Esteban. En Abejeras su hijo Ignacio sigue la labor de fotografiar a la gente nueva.

Pero el punto de inflexión que puso la zona en el mundo tuvo lugar a finales de los 60 y fue la apertura de la primera discoteca de Pamplona: El Guacamayo, aquello fue una bomba, música rock, luz de psicodelia, rincones oscuros con música suave para arrimar cebolleta y, lo que ya era el acabose para aquella Pamplona pacata y meapilas, la actuación de Go-Go grils, unas señoritas con mini short y camisa anudada a la tripa que se contoneaban frente al respetable subidas en unos plintos. Aquello fue la comidilla local durante mucho tiempo, pero, como todo, acabó aceptándose con normalidad y la discoteca fue punto final de cualquier boda, farra o cuchipanda que por entonces se celebrasen. Yo lo frecuenté al final de su existencia cuando dejó de ser Guacamayo para pasar a ser By-By y ONB de la mano del inolvidable Guillermo Pérez, entonces sí, sí que le dedicamos horas al local subterráneo de la calle Abejeras. Luego fue Sector y ahora se llama Seven 7.

Calle adelante en los años 80 se abrió un santuario del buen comer, Casa Ángel, Ángel Enciso y sus hijos, Santi, Manuel y Angel Mary cumplieron durante años con el precepto divino de dar de comer al hambriento y? qué bien cumplieron. Qué chuletones, qué besugos y sobre todo qué pimientos tenían, serían de Lerín.

He llegado al final de la calle y a mano izquierda se me han ofrecido unas escaleras para bajar a la vecina Azpilagaña. He descendido y he llegado a ese nuevo barrio levantado hace 30 años y que está ahí un poco olvidado pero que se ha convertido en una zona tranquila y bien desarrollada, por río Alzania he llegado hasta la Ronda Azpilagaña y por ella he salido a la avenida de Zaragoza a la altura de donde se encontraba la fábrica de embutidos el Pamplonica, cuyos productos fueron tantas veces merienda de la infancia y en cuyo solar hoy se enseñorea un bonito edificio de viviendas, empiezo a subir hacia el centro y lo primero que echo en falta es la gasolinera de toda la vida, aquella donde tantas veces puse 40 duros de gasolina al 850 para subir y bajar de San Juan cuantas veces hiciese falta a lo largo del fin de semana. Subo por la avenida de Zaragoza, entrada natural del sur en la ciudad, y veo que sigue igual de destartalada que siempre, esa vía nunca ha estado bien tratada, la han ido haciendo a trozos a través de las décadas y aun siguen modificándola y aun tiene solares llenos de maleza esperando al hormigón que se alce ordenado sobre él y le dé vida.

Cuidando de no mojarme con el agua de los ríos que a la avenida desembocan, Elor, Cidacos, Urederra, he llegado a la zona del Mochuelo dedicada a los músicos y el gran pianista D. Juan María Guelbenzu me ha invitado a entrar al barrio por su calle, he aceptado y por ella he ido hasta que en un cruce me ha salido al paso D. Isaac Albeniz invitándome a tomar la suya, me he visto en la obligación de aceptar tan amable invitación abandonando al amigo músico de Isabel II, para tomar la empinada rampa del tío abuelo de Ruiz Gallardón.

De ahí he salido a la calle Sangüesa y de nuevo a casa que ya era hora.

El domingo que viene más, sed felices. Sin falta.

Besos pa’ tos.

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