Hola, personas, buen domingo a todos. Hoy vamos a recorrer el presente y el pasado de un edificio y de una familia emblemáticos en la historia de Navarra. Vamos a visitar el Palacio de los Mencos en Tafalla y vamos a conocer algo de la titulada familia titular.

Sabido es que algunos miembros de la nobleza a lo largo de los siglos han escrito gran parte de las páginas del pasado y, por suerte para los amantes de la historia, hay algunos herederos, actuales titulados, que con el título han recogido el guante de la conservación de la memoria de sus antepasados y de la continuación de algunas de sus labores y esta familia que hoy nos ocupa forma parte de esa aristocracia que conserva, aumenta y comparte todo lo que numerosas generaciones han atesorado.

La primera vez en mi vida que yo tuve conocimiento de que un señor era un marqués fue precisamente el día que conocí a don Tiburcio Mencos y Bernaldo de Quirós, Marqués de la Real Defensa. Teniendo yo 6 ó 7 años, iba un día de paseo con mi abuelo por la Plaza del Castillo cuando se paró a saludar y a charlar un rato con un señor que me dejó impactado por dos cosas: por su nombre -mi abuelo le saludó, ¡Hola Tiburcio- y por su bigote, era éste un bigote estilo káiser Guillermo II, un bigote que en términos taurinos llamaríamos corniveleto. Después de comentar sus cosas, se despidieron amigablemente y, ya solos, mi abuelo me dijo: “Este señor es el Marqués de la Real Defensa”. Quedé muerto de curiosidad. Jamás se me ha olvidado.

Pero bueno, vamos al turrón. Resulta que una mañana, en la plaza de Merindades, me crucé con Joaquín Ignacio Mencos Doussinague, Marqués de la Real Defensa, y lo asalté, me presenté, me saludo muy amable y le dije que me gustaría conocer su palacio de Tafalla. “Encantado -me dijo- junta un grupo de amigos y buscamos fecha”. Me dio su tarjeta, un apretón de manos y se fue. Hice el recado pertinente y el domingo a las 17.30 diez amigos y familiares teníamos una cita con la historia en Rincón de Mencos nº 1 de la capital del Cidacos. Allí nos recibió Joaquín y una vez hechas las debidas presentaciones, comenzó su animada e interesante explicación. La casa es historia, literalmente, desde antes de entrar ya que sobre las dovelas del arco de medio punto de la entrada se pueden ver colgando unas gruesas cadenas, signo de que en esa casa ha dormido un rey, en este caso fue Fernando VII en 1828.

Entramos a palacio y lo primero que encontramos es un acogedor patio “orlado de hiedra en sinople”, dicho en términos heráldicos, o lo que es lo mismo: rodeado de hiedra verde, y que hace de distribuidor a las diferentes estancias de la planta baja; en él el anfitrión nos contó que la casa había sido construida por León Mencos y López de Dicastillo hacia 1590 siendo éste el solar principal del linaje Mencos hasta final del siglo XVIII en que se trasladan a Pamplona al palacio de los Eslava, actual Conde de Guenduláin, en la plaza del Consejo. Asímismo, nos contó que la casa había sufrido mucho a lo largo de los dos últimos siglos. En primer lugar los franceses se incautaron de ella durante la guerra de la Independencia y en ella instalaron su estado mayor. Espoz y Mina la atacó y la quemó en una escaramuza el año 1813, los cristianos se acuartelaron en ella en la primera Guerra Carlista, 1833-1840, y durante la tercera, 1872-1876, fue hospital de la Humanitaria, predecesora de la Cruz Roja a la que siempre ha estado muy ligada la familia Mencos, y, como remate de sus penurias, durante la del 36 fue cuartel de la Guardia Civil hasta 1940. Es a partir de entonces cuando la familia toma de nuevo la propiedad de su propiedad, valga el sinsentido, y empieza a arreglarla con gusto, gasto, cuidado y dedicación, aportando esta o aquella pieza y salvando y documentando esta o aquella otra, consiguiendo a día de hoy un interesantísimo resultado. Quizá se necesite un poco de imaginación para hacerse uno la idea de cómo podía ser el despacho del mariscal Moncey, curtido mariscal del imperio galo apodado Fabius, jefe de del ejército invasor; o cómo se apañaban médicos y enfermeras en el hospital de sangre, o en las tremendas escenas que habrán visto esos muros con la guardia civil en guerra. ¡Qué miedo! En la visita nada de la casa recuerda ni de lejos estas situaciones, el ambiente que se visita es el de un típico palacio del romanticismo.

El continente, ciertamente, está cambiado y algo del contenido también, pero la inmensa mayoría de lo que allí se muestra forma parte de la historia secular de la familia, de Navarra y de España.

El catálogo es extensísimo: desde un rosario que perteneció a Santa Teresa a un gran grupo escultórico de estilo manierista representando un Cristo yacente, panoplias con piezas históricas, uniformes militares de época, labras heráldicas, condecoraciones, nombramientos, bastones de mando, fotos, relicarios, tallas, terracotas, libros y un sinfín de retratos de protagonistas del pasado. El más relevante está en la escalera principal y muestra a D. Tiburcio de Redín, Barón de Bigüezal, y religioso lego capuchino bajo el nombre de Fray Francisco de Pamplona (Pamplona 11-08-1597, La Guaira, Venezuela, 31-08-1651), nacido en el Palacio de Redín en la calle Mayor era el menor de siete hermanos y fue soldado de los Tercios luchando en Italia, Portugal y América, demostrando una fiereza fuera de lo normal, su mal carácter no conocía límites, llegó a enfrentarse de muy malos modos al Conde-duque de Olivares y eso no era buena idea. Hubo de exiliarse al Nuevo Mundo de donde volvió victorioso para conseguir el real perdón. A los 40 años, convaleciente de unas heridas que se ganó por defender a una dama, quedó encandilado con el discurso del capuchino que lo cuidaba y tomó los hábitos de la orden en Tarazona el año de 1637, pasando a ser Fray Francisco de Pamplona.

Otro importante personaje histórico presente en el Palacio de los Mencos, no solo con un retrato sino con una sala entera a él dedicada con piezas relativas a su vida, es Don Sebastían de Eslava y Lasaga (Eneriz 1685- Madrid 1759) Virrey de Nueva Granada, victorioso defensor de la plaza de Cartagena de Indias durante el asedio a la que la sometió la armada inglesa, siéndole concedido por ello a título póstumo el título de la Real Defensa. Otro que por allí figura es Jerónimo de Ayanz, uno de los mayores inventores del siglo XVI-XVII, a él se debe, entre otras cosas, la máquina de vapor, en 1606 tenía registrados 48 inventos, entre los que se encontraba un submarino. La sede de los institutos de investigación de la UPNA lleva su nombre. Y tantos más que no puedo traer por falta de espacio como los Ezpeleta, los Mencos y Manso de Zúñiga, los García de Salcedo, los Mencos Arbizu, etc, etc.

La casa tiene un pasadizo que comunica con el vecino convento de las Recoletas. Por él accedimos a la capilla de palacio donde una bonita virgen románica con su niño lo preside todo.

Terminó la visita en la bodega donde Joaquín y su mujer, Conchita, nos dieron una rica merendola. A modo de anécdota jocosa, nos contaba que a su padre D. Tiburcio, dada su afición a la mesa y a las ricas viandas sus amigos le apodaban el marqués de la Real Despensa.

Y hasta aquí el paseo de hoy, espero no haberos aburrido mucho con tanta historia, a veces toca.

Besos pa tós.

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