ola personas, ¡¡¡Santo Dios, qué calor!!!. Yo para defenderme de semejante circunstancia he salido a dar un paseo a las 8,30 de la mañana, no hay otro modo de resistir los grados que alcanza el mercurio estos días.

Los paseos a primera hora tienen doble premio: de un lado el fresquito de la amanecida y de otro la baja y cálida luz del sol, a esas horas aun no han levantado el foco que todo lo aplana para que los fotógrafos podamos aprovechar y sacar las fachadas bien iluminadas. Llegué a la Plaza del Castillo y aquello era un festival de luz: sobre la casa del Nuevo Casino, ese emblemático edificio que levantara el Crédito Navarro en 1888 según los planos de Maximiliano Hijón (Logroño 1817- 1891), se había formado un mar de altocúmulus stratiformis perlucidus traslucidus, esas que parecen borreguitos, que sobre un cielo azul casi cobalto y con la fachada decimonónica de la bonita casa formaban un oleo en soporte efímero digno del más exigente museo. No pude resistirme a llevarme la imagen para siempre en mi móvil.

Seguí camino hacia el archivo de Navarra que era mi primera etapa. La semana anterior al confinamiento asistí en él a un curso y no había vuelto desde entonces, así que dos eran mis objetivos, por un lado llevarles mi libro que habían adquirido para su biblioteca y por otro saludar a los que ya cuento entre mis amigos. Pregunté por la situación de la fototeca y se me informó que las cosas han vuelto a una relativa normalidad con lo que quedé encantado de saber que en breve volveré a bucear por los fondos del pasado que ellos nos custodian. En el pasillo de la entrada me sorprendió una exposición fotográfica de Jesús Lacasia en las que se pueden ver unas interesantísimas tomas que nos muestran los trabajos que los leñadores y almadieros desarrollaban en condiciones extremas en los bosques de Navarra. De entre todas ellas me dejó alucinado una foto en la que se ve como transportan por las aguas de un embalse un camión de considerable tamaño… ¡a lomos de una almadía!, cinco operarios, uno de ellos el propio Lacasia, posan ufanos sentados en el parachoques, en otra imagen se ve a otros cinco obreros que desde la orilla tiran de una maroma que acerca el precario navío a tierra.

Salí del archivo y crucé a la casa de enfrente para tocar el timbre y solicitar entrada. Como todos sabéis frente el Palacio de los Virreyes de Navarra se encuentra la modesta iglesia de San Fermín de Aldapa y con ella el convento que actualmente ocupan los padres claretianos y que antaño ocuparon los corazonistas. Pues bien en mis 62 años de pamplonés activo jamás había entrado y el jueves pensé: hoy va a ser el día. Llamé al timbre, me atendió un sacerdote y al minuto me abrió la puerta, le explique mis pretensiones y me dijo que en diez minutos me podría atender el padre Carlos Pagola, a la sazón superior de la comunidad, esperé en el sombra sentado en un banco viendo como una docena de niños y sus monitoras jugaban a una cosa aparecida a las estatuas mudas e inmóviles que tantas veces nosotros jugamos de niños y en los prometidos diez minutos se abrió la puerta y salió el padre superior (bonitísimo nombre para un cargo: soy el superior, ¡casi na!). Me presenté y le conté que quería conocer la iglesia para contarlo en mi ERP de esta semana, amablemente accedió a mi petición y me guió al interior del templo.

Es éste sencillo pero con mucha historia. El viernes una amiga me preguntó sobre que iba a escribir y cuando le conté que había estado en San Fermín de Aldapa me dijo -va, poco tiene esa iglesia para contar- qué equivocada estaba, con ese criterio solo hablaríamos de la catedral de Burgos pero también las cosas pequeñas tienen su interés, y mucho. El padre Pagola me contó que él era hijo de ese barrio y que ya en su niñez fue monaguillo de esa iglesia de la que ha llegado a ser máximo responsable, claro ejemplo de ascenso. De la casa me contó que en ese lugar se levantó una capilla románica bajo la advocación de San Pedro, por eso el Palacio vecino se llama Palacio Real de San Pedro y hay quien afirma que dicho oratorio era el correspondiente a palacio y por tanto lugar de culto frecuentado por los reyes de Navarra durante años. En el siglo XVI fue demolido para levantar un tempo de nuevo cuño y nueva titularidad siendo San Fermín su nuevo entronizado ya que la tradición indicaba que en ese lugar allá por el siglo IV se encontraba la vivienda del supuesto santo Patrón, es mucho suponer dado que nada hay que pruebe la existencia del bueno de Fermín, pero los asuntos de fe ya se sabe que no necesitan de demostración alguna así que… lo daremos por “bueno”. La capilla fue regentada por monjas mercedarias primero y por trinitarios después hasta que su estado de ruina y abandono aconsejo su demolición y nuevo alzamiento en el siglo XVIII. Los corazonistas tomaron el relevo y levantaron un templo de planta ciertamente corta con dos tramos abovedados y la imagen de San Fermín Txiki en su retablo. Nuevamente el deterioro hizo necesaria una intervención y a finales del siglo XIX Julián Arteaga reformó la vieja iglesia añadiendo dos cuerpos más a la nave y realizando una fachada de estilo eclético-historicista tan en boga en esa época. Es posible que Ansoleaga colaborase con él porque su mano es perfectamente reconocible. En 1922 Fermín Istúriz realizó un neoclásico retablo cargado de dorados, columnas y volutas con los escudos de Pamplona y Navarra, que flanquean el anagrama de María, en el ático y la imagen del XVI del Santo titular en el centro de la obra. Precede al retablo una gran cúpula rematada por una preciosa linterna que alberga un gran trabajo de flores y guirnaldas en escayola. Frente al retablo el coro con un importante órgano y unas vidrieras que firma la casa J. Maumejean e Hijos de Biarritz y que se fechan en 1896.

Un lateral de la iglesia custodia un interesante retablo barroco con un calvario que según me cuenta Carlos en primavera recibe la luz de las vidrieras sobre el crucificado ofreciendo una colorida estampa.

Una hora fue el tiempo que el buen sacerdote me dedicó para enseñarme su casa. Gracias.

Salí de la iglesia y ya que estaba por allí me acerqué a la librería anticuaria de Kike Abarzuza en la calle del Carmen a ver libros viejos y a oler ese olor a tinta, piel y papel rancio que tanto nos gusta a unos pocos locos.

Retomé mi camino y volví a mis lares con el recado hecho.

Besos pa tos.