l verano toca a su fin y el aroma a pimiento asado invade Puente la Reina. Incluso con mascarilla de por medio, el olor a septiembre regresa un año más al pueblo, entre el fuego de los rudimentarios hornos y las hortalizas que cuelgan, modelando una cortina, en cada puesto de la campa. Este año la temporada ha comenzado "un poco más tarde", pero "muy poco". La culpa de la leve tardanza la ha tenido el tiempo de verano, "muy caluroso por el día y frío por las noches". "La recogida se ha hecho algo más tarde porque las noches de agosto han sido más frías de lo normal y durante el día ha hecho calor", apunta Marisol Erayalar, casi escondida al calor que desprende la trasera de su puesto de pimientos, un negocio familiar que ella y su hermano cuidan con cariño "desde siempre". El clima marca los ritmos de la época del pimiento, que comienza en septiembre y se alarga hasta finales de noviembre, aproximadamente, cuando comienzan las primeras heladas en el campo.

Hasta entonces, quienes se pasean por la campa de la Fundación Mena en Puente la Reina pueden elegir entre las siete variedades de producto que se venden en sus puestos, en horario continuo, de 8 de la mañana a 20.00 de la tarde, todos los días de la semana.

Los letreros, también en rojo sobre blanco, marcan las variedades en cada tenderete: calpisa, najerano, pico, piquillo, cristal, morrón y bola. Aunque la diversidad, en el campo y en la venta, sea esencial para los productores, hay un pimiento que no puede faltar: el piquillo de Puente, el que más triunfa entre los compradores. "En un día bueno podemos vender algo más de 2.000 kilos de pimientos de todos los tipos", concreta Nando Latasa, productor y vendedor, quien conoce bien el trabajo de la hortaliza "en todas sus etapas".

El secreto del pimiento de Gares "está en el clima", que le hace tener unas cualidades que los de otros lugares no pueden tener. "Tenemos un clima suave, que hace que no haya estrés en la planta porque no hay grandes cambios de temperatura y tampoco sequías", subraya Latasa. Así se cría un pimiento que no pica y, si pica, "es muy poco".

Un proceso largo, trabajoso y atendido con el mimo y la sabiduría que lleva la tradición. "Se empieza a plantar en mayo y durante el verano se cuida y se cría, ya en septiembre cuando arrancan a colorear comienza la recogida", resume Latasa. Pero el trabajo no termina con la recogida. A partir de septiembre y con la llegada del otoño, los días de Latasa comienzan a las 6 de la mañana, cuando se levanta para organizarlo todo, y a las 6.30 "ya estoy con las botellas de gas propano -para los hornos- y acopiando pimientos en el puesto". Y es que la venta es el último de los pasos.

Los cubos de lejía se amontonan alrededor de los grupos que limpian las hortalizas. Nadie puede compartir utensilios, las sillas se limpian antes y después de cada uso, y el calor de los hornos es más molesto que otros años. La nariz y el bigote "se recuecen más que nunca", la mascarilla potencia la alta temperatura que ya de normal provoca el fuego cocinando el pimiento, "pero es un mal menor".

Las medidas de higiene se han implementado, los grupos no superan las 6 personas y en los puestos los recorridos se marcan con cintas y vallas. "No hemos notado que haya menos gente, siguen viniendo como de normal, los de Pamplona entre semana y los de Bilbao y Gipuzkoa los fines de semana", precisa Juana Mari Latasa.

Son muchas personas -la mayoría- que optan por llevarse el pimiento ya asado a casa, aunque también hay quien lo lleva crudo, recién recogido del campo. El paso de los años ha traído consigo cambios a la venta en la plaza del pueblo, donde en un principio solo se vendían crudos, luego asados y sin limpiar, y ahora también asados y sin pepitas.

Hay compradores que se acercan al mercado, piden los kilos y se sientan a limpiarlos antes de que se metan al horno. "Vengo desde hace seis años, es un pimiento bueno y cómodo", reconoce Esperanza Vela, vecina de Pamplona, que dedicó la mañana del sábado a limpiar 40 kilos de pimientos. Quienes eligen esta opción se valen de un limpiador, que les dan en los propios tenderetes, para extraer el corazón y las pepitas de una vez.

"Elegimos Puente porque el producto es bueno y además saben asarlos bien, por fuera tiene que estar la piel bien quemada, para que se vaya bien, y por dentro el pimiento casi sin cocer", concreta Jesús Saldoña. "Tiene mérito el trabajo de esta gente porque estar tantas horas asando tiene que ser como estar en el infierno", bromea Esperanza Vela, clienta. No se aleja de la realidad, pues Nando Latasa confiesa que es un "trabajo duro, que deshidrata y cansa mucho". "Para que el pimiento se ase en su punto hay que meterlos por la tolva cuando está el horno bien caliente, darle un golpe de fuego rápido y conseguir que le salte la piel", concreta Latasa.

Juan Luis Molinet trajina detrás del mostrador, entre papeles y pimientos mientras espera a los clientes. "Soy de los más mayores aquí", comenta. Su familia fue la primera en asar los pimientos, en el primer horno "que empezó siendo para nosotros, para la casa", y luego pasó a la venta en la plaza. Setenta años han pasado desde que su padre, Raimundo, comenzó a asar para en el puesto. De aquel tiempo todavía queda el gusto por lo artesano y por el trabajo, por el juego del pimiento en el horno del pueblo.

"La recogida ha sido más tardía porque las noches de agosto fueron frías"

Vendedora

"Elegimos Puente porque el producto es bueno y saben asarlo bien"

Cliente

"Para que estén en su punto hay que darles un golpe rápido al fuego"

Vendedor