Era uno de esos bares de toda la vida: platos combinados, menú del día y fin de semana, los talos caseros de los jueves y abundante cerveza, vino y sidra. Un punto de encuentro para los vecinos del Casco Viejo en general, y de la calle San Francisco en particular. “Funcionaba bien. Ambiente euskaldun, comida casera y buenos precios... en las páginas de Tripadvisor las opiniones eran buenas. Un bar de barrio sin grandes aspiraciones. Se trabaja, se saca un sueldico y te llevas bien con el vecindario. Y con una clientela fiel”, describe el lugar Fermín Ventura, Tintxu, con distintos socios y desde 2014 -aunque el apellido Ventura está vinculado al bar desde 1989- arrendatario de una taberna Kalixto de la que solo queda el cartel de la fachada.

El local lo llevó muchos años la Peña San Fermín, pero solo en San Fermín. “Llegamos a un acuerdo a tres bandas con los propietarios. Y empezamos a trabajarlo todo el año salvo en fiestas, que lo llevaba la peña. Los últimos Sanfermines ya lo trabajamos nosotros por primera vez”, dice Tintxu. El negocio funcionó hasta marzo y el coronavirus. “Viendo lo que venía, decidimos cerrar. Es un bar chiquitico; si le quitas San Fermín, San Fermín Txikito, la feria medieval, Nochevieja, Carnavales y demás ya no es rentable. Probamos a abrir en Sanfermines, pero era trabajar para poner dinero. Al final se decidió echar el cerrojo, y ya lleva una temporada en venta

Engullido por la pandemia:

El Kalixto es uno esos negocios engullidos por la pandemia. Igual que las Caballerizas, otra persiana bajada a 50 pasos de distancia. “La calle se ha quedado sin bares. Es una pena porque este era un bar referencial para mucha gente. No sé si en un futuro volverá a abrir, será txoko, sociedad, lo cogerán los chinos... ni idea. Depende de los propietarios”.

“Es loque toca”:

Tintxu ha cambiado de aires y se ha marchado al Pirineo “a quemar leña” a una casa familiar. “Es lo que toca. En principio no da pena porque la hostelería es muy sacrificada, un sinvivir, meter muchas horas y demás. Ahora estoy disfrutando de tiempo libre. Antes tenías un poco de dinerico y no tenías tiempo, y ahora al revés”. Dice que está tranquilo por allí. “No tengo hijos, hipotecas ni grandes gastos. Dependo de mí y en el pueblo con poquico te amoldas. De momento no cobran por subir al monte”, bromea. Eso sí, por la cabeza le ronda la idea de “sacar alguna cosica” vinculada a la hostelería.

De vuelta al Kalixto, Tintxu destaca “la buena relación con padres, madres y profes de San Francisco. Las tardes de los viernes los chavales ocupaban el comedor con sus chuches, juegos... mientras los padres cervezeaban. El inicio de temporada y algún conciertillo solíamos hacer con la electrotxatunga del cole”. Se acuerda del día de la calle, que celebraban con Campana y Ansoleaga. “Un día muy berezi que reunía a vecinos, comerciantes y hosteleros. El primer año nos juntamos unos 120 comiendo en la calle”.

También dice que todavía tiene por casa las txapelas del último campeonato de mus, que no llegó a celebrarse. “Algo habrá que hacer para saber cuál de las seis parejas finalistas puede disfrutar de la casa rural”, asegura. Y para terminar, “quiero hacerles llegar tanto a trabajadores como clientes nuestro agradecimiento y mandarles un fuerte saludo. Uno especial para Aurelio -entrañable vecino de la calle San Francisco, fallecido en marzo de 2020-, esté donde esté”.

Socios y parroquianos:

Álex García fue socio del Kalixto durante dos años y colaboró otros dos como empleado en momentos puntuales. El cierre le da “muchísima pena como trabajador y como cliente. No sé cuál de las dos pesa más en la balanza”, explica. “En mi caso eran trabajos relativamente precarios, no por los socios sino por el tipo de vida que conllevaba. Porque vivo en un pueblo y venir me suponía mucho. Pero reconozco que este era también el espacio de sociabilización, para mí como trabajador y para el barrio. El núcleo era el bar. Venían a preguntar dónde estaba tal persona, a dejar las llaves del uno o del otro... si tenían algún evento familiar se juntaban aquí... ha dejado ese tipo de vacíos”. Y confiesa que a día de hoy todavía le llaman para reservar mesa.

“Esta hostelería casi hay que olvidarla. Porque la pandemia ha agudizado un proceso que ya se estaba viendo en toda Iruña: los bares pequeños o clásicos tienden a desaparecer, absorbidos por grandes grupos. El futuro de la hostelería está ya en sus manos. Esto va a ser un gran McDonalds de jamones o de ajoarrieros, por decir algo. Los grandes grupos se van a quedar con la hostelería, precarizando el trabajo y los servicios”, lamenta Álex.

Al otro lado de la barra:

También afecta el cierre al otro lado de la barra. “Se ha perdido mucho. Lo primero el socializar, viene uno, el otro... y haces vecindad. No es solo un bar o una taberna. Es un sitio donde estás a gusto”, relata Kiko Setuáin, vecino del Casco Antiguo y también hostelero. “No solo es este. Son todos los de alrededor, de lo viejo... los castizos de siempre. Los bares de vecinos”, añade. Juan Andrés Aragón vive en el nº 8 de la calle San Francisco, el portal que toca con el bar. De la noche a la mañana desapareció su segunda casa. “Casi la primera. Era el lugar de reunión. Antes de subir paraba aquí siempre. Algún día iba a casa e igual me costaba hora y media subir”, rememora. ¡”Ojalá vuelva a abrir!”, desea Juan Andrés mientras Kiko confía en que “llegarán mejores tiempos”.