Al filo del mediodía del último viernes de febrero se levanta la niebla en Lerga y deja un paisaje despejado de viñas, olivos y campos donde crece el cereal. El sol da de lleno en la fachada de sus casas de piedra cuidada, abiertas algunas a diario, muchas solo cada siete días. Es la imagen de un día laborable al cabo de un año de pandemia.

Por este pequeño pueblo de la comarca de Sangüesa/Zangozerria con 45 habitantes y 70 personas censadas el coronavirus ha pasado de largo. Se han librado de la enfermedad y de sus peores consecuencias, pero quedan las sensaciones, un vocabulario repetido hasta la saciedad: protocolo, covid, mascarilla, distancia y un cierto recelo en la mirada.

Porque el miedo ha estado y está ahí. Rodeados de casos en sus pueblos vecinos, de contagios y muertes, su población envejecida era la mayor preocupación del alcalde Iñaki Iriarte Marco (72 años). "Me consta que lo vivió con inquietud, muy atento a todas las familias", recuerda Txaro Zabaleta Pérez, concejal y vecina. "Aquí solo entraba el panadero. Fuera de él, no veías ni un alma. Solo nos visitaba la Policía Foral y la Guardia Civil . La llegada del pan era nuestro momento social del día, de recuento y pregunta obligada: "¿Estáis todos bien?", cuenta Iriarte. Después, cada cual a su casa.

Tres estudiantes que acuden a estudiar a Sangüesa y dos vecinos operarios en las fábricas cercanas constituyen casi el único trasiego en un pueblo de jubilados que siguen las tierras a la espera de relevo que no llega . "Entonces, los hombres no salían ni al campo. Había un silencio especial, impactante. No pasaban ni aviones, ni coches por la carretera. Todo se paró y cobró importancia el día a día", recuerda Txaro, al tiempo que añade que ella lo vivió como "un descanso de coco", de estar atenta solo a lo importante.

El alcalde recuerda aquellos primeros días de marzo envueltos de incertidumbre y hoy se le antojan lejanos. A pesar de sentirse protegidos en su pequeño Lerga, llegaban las noticias de los pueblos vecinos. "Iban cayendo y te tocaba cada vez más cerca. Se nos morían familiares fuera del pueblo, y no podíamos acompañarles. En la comarca nos conocemos todos y muchos tenemos conocidos que se nos han ido", lamenta.

Había obsesión por limpiar y desinfectar las calles. El Ayuntamiento repartió un kit de guantes, mascarilla de tela y gel a todos empadronados.

Combatieron distancia y soledad con el grupo de whatsapp del pueblo. "Es una compañía total" , declara Iriarte. Vive solo y estuvo meses sin ver a sus hermanas que viven en fuera y, como él, por edad son de riesgo. Otro tanto tardó Txaro en ver a sus nietos. "El día que pudieron venir a Lerga y nos abrazamos fue muy emocionante".

Vivir en un pueblo pequeño es para ellos sinónimo de calidad de vida. Se conocen y se cuidan. Es el paraíso para Iriarte. "En un pueblo pequeño se lleva siempre la vocación de servicio, la ciudad es más individualista", resume Txaro, que optó por volver a Lerga tras jubilarse hace cuatro años.

Tienen asumidas carencias, problemas de conectividad. Consideran la falta de conexión digital un impedimento para atraer población al medio rural y un obstáculo para estudiar y trabajar on line. En el confinamiento lo vieron claro. El pueblo se multiplicó por dos. "A unos les pilló aquí y otros vinieron a quedarse", matizan. Sucede lo mismo cada fin de semana.

Echan de menos las cenas y las relaciones en la sociedad, que lleva un año cerrada. Sin fiestas, ni encuentro del primero de Mayo en Abaiz, ni Día de la Vendimia, acusan falta de alegría.

En la rutina diaria aflora un cierto poso de temor . Constatan que se nota reparo al hablar de la covid, y que cuesta confesar si alguien ha sido positivo fuera del pueblo. "No hablamos de ello con naturalidad", afirman.

Libre de coronavirus, Lerga no se libra sin embargo del turismo hacia la naturaleza obligado por el cierre perimetral. " No nos invaden, pero Abaiz parece una romería", apuntan, en relación con el tráfico hacia el despoblado y a su restaurado patrimonio prerrománico de Santa Elena.

Poco a poco retoman la vida municipal, han adecentado sus caminos y reavivan obras paralizadas con la pandemia. Se confiesan partidarios de mantener lo conseguido hasta ahora. Entienden la necesidad joven, pero tienen claro que "recaer sería un palo". Quieren confiar en la vacuna, para que Lerga siga gozando de esa salud y su vecindad, aunque mayor, continue válida y activa. "Nos hemos librado, pero esto le puede tocar a cualquiera". Estamos deseando celebrarlo con algo popular y festivo. Necesitamos recuperar la alegría", concluye el alcalde.