Una escombrera de varios metros de altura compuesta por asfalto levantado y tuberías antiguas en mitad de la vía pública. Vecinos que no pueden sacar los coches del garaje porque sus calles están cortadas, pequeños comercios vallados durante meses, bares que no pueden sacar su terraza, un laberinto para hacer la compra...

Las obras de renovación de redes de abastecimiento y saneamiento están afectando al día a día de los vecinos y comerciantes de la Rochapea. Ven "imprescindible" el cambio de las infraestructuras, que empezó el 8 de marzo, pero critican la actuación de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona. "Es vergonzoso. Esto nunca lo he visto en ningún barrio de Pamplona", asegura María Jesús Salinas Blasco, vecina de la zona.

El principal fallo que detectan los residentes es que la mayoría de las calles -Joaquín Beunza, Sarriés, Oronz, Esparza de Salazar, Jaurrieta, Izalza, Ezcaroz, travesía Río Arga y Las Huertas- se han levantado a la vez. "A nuestra calle le quitaron el asfalto hace tiempo y sigue sin tapar. No soy experto, pero lo que vayan haciendo que lo vayan tapando. ¿Por qué empiezan a levantar la siguiente calle sin haber finalizado la anterior? Es que mira cómo está todo. No puedes abrir ni una ventana porque se te llena toda la casa de polvo. Entiendo que para estar bien al principio hay que estar mal, pero llevamos varios meses y esto es insoportable", se queja Carlos Zilbeti, vecino de la calle Sarriés.

El tránsito por esa zona del barrio, cerca de las Oblatas, es compleja, sobre todo para la gente mayor. "Llevamos tantos meses con agujeros, socavones y aceras levantadas que hay personas mayores que no pueden salir de casa", afirma Amaia Zilbeti, propietaria de la tienda de ropa Dadivas ACS. "No pueden dejar las calles como si fuera una ratonera. Han venido ambulancias a llevarse a personas mayores y casi no han podido. Fatal.", critica María Jesús.

Al mal estado de la calzada, se une el corte de las vías. "A veces parece un laberinto porque por muchas calles no puedes pasar. Ahora me manejo, pero antes tenía que dar unas vueltas tremendas para comprar. A lo mejor me metía por una calle y la siguiente estaba cerrada y otra vez vuelta para atrás", lamenta Joaquina Pérez, vecina de la Rochapea."El otro día casi me fui hasta la Txantrea para comprar una lechuga", bromea Amaia.

La escombrera

Además, los vecinos señalan que han perdido muchas plazas de estacionamiento y que nadie les ha aportado una solución. "No podemos aparcar por ningún sitio y nos tenemos que ir hasta casa cristo", critica Carlos. "Estoy pagando una zona azul donde no puedo dejar mi coche. Pago para nada", subraya María.

Afortunadamente, no afecta a todos los residentes, como Iñigo Lizarraga, que aparca su coche en el garaje, aunque poseer una plaza subterránea no supone una garantía total. "Clientes míos me han contado que algunos días han ido a sacar el coche del garaje para ir al trabajo y no han podido porque su calle estaba cortada", relata Amaia.

Buena parte del asfalto levantado y de las tuberías antiguas que se han sacado se han depositado en la calle Ezcaroz formando una escombrera de varios metros de altura. Según relatan los vecinos, los restos de la obra llevan ahí "meses" y los operarios únicamente han colocado unas vallas.

"Deberían llevarlo a un vertedero o a donde sea, pero no se puede quedar en medio de una calle en la que vive gente", exige Felipe Baltasar, que vive en esta zona del barrio desde su edificación. "Los escombros ya están llegando al primer piso. Parece Kosovo, como si hubiera estallado una bomba y los desperfectos se hubieran quedado sin recoger. Esto es horroroso", reprocha María Jesús, que vive frente a la escombrera.

Además, critica que los materiales que están al aire libre son perjudiciales para la salud. "Están saliendo a flote tuberías antiguas, muchas de uralita y nos las tienen puestas ahí en un montón".

Vallados tres meses

Las obras también han perjudicado a los pequeños comercios de la Rochapea, que han perdido clientela. "Bastantes han dejado de venir porque cuesta llegar hasta aquí, sobre todo a la gente mayor. Cierran las calles y hay que dar vueltas", se lamenta Esteban Bermejo, empleado de la Carnicería José y Dani. Además, deben estar con la puerta cerrada porque "no para de entrar polvo", subraya. Aún así, confiesa que la obra era necesaria: "Lo tenemos que asumir, no nos queda otra opción".

En algunos casos, como el de la pescadería Arana, la afección ha sido mayor. "Hemos estado tres meses con la calle levantada y el negocio vallado. A la pescadería se accedía por una trasera que tiene una acera bastante estrecha y la gente pasaba muy apretada. Era como si estuviéramos cerrados", indican.

El complejo acceso también dificultó tareas rutinarias como la descarga del producto. "Dejábamos la furgoneta en otra calle y lo traíamos todo a mano", explican. Por si fuera poco, el martes les cortaron el agua. "No podemos funcionar sin agua. ¿Cómo limpiamos el pescado", se preguntan.

Los hosteleros tampoco se han salvado. Desde mayo, Miguel Rodríguez, dueño de la cervecería Denver, lidia con unas obras que no le permiten colocar parte de su terraza: seis mesas bajas y 24 sillas que tiene apiladas frente a unos cilindros de hormigón. La terraza se ha reducido a dos mesas altas en las que los clientes disfrutan de un café o una cerveza con perforadoras o volquetas transportando el asfalto levantado a su alrededor. Y parece que los trabajos van para largo. "Un mes me dicen una cosa, al siguiente mes otra... creo que hasta septiembre no se van. En el bar Denver el verano se ha caído", augura.