El padre José Antonio de San Sebastián, el Padre Donostia, pasó muchos de sus años la Navidad en el Colegio de Lekaroz, cosa habitual en los miembros de la orden capuchina. El periodo navideño no era lectivo pero se daban varios casos de alumnos que igualmente lo vivían en el desaparecido centro escolar, al proceder de lugares alejados, en algún caso de países de otros continentes, como México, Argentina o Venezuela.

Así estaba previsto en la normativa del colegio, uno de cuyos puntos recogía esa posibilidad. En concreto, se establecía que “Si algunos padres desearen que sus hijos pasen en el colegio las vacaciones, podrán solicitarlo del Padre director, con el cual podrán convenir sobre las condiciones”.

El Padre Donostia, que nunca permanecía ocioso, repartía el tiempo con sus clases de música (violín y piano) y su inmensa labor de investigación. Así, aprovechaba para recorrer los pueblos y caseríos a la recogida de canciones populares, usos y costumbres que legaría a las generaciones futuras, publicados a su fallecimiento en sus Obras Completas por su íntimo amigo y continuador de su obra, Jorge de Riezu. En diciembre de 1922, hace un siglo, se dedica a visitar casas y caseríos de Lekaroz, Elizondo y Gartzain cercanos al colegio, y recoge cánticos y narraciones propios de las navidades.

El desaparecido Colegio de Lekaroz donde, a salvo de sus viajes y de su obligado exilio, vivió el padre José Antonio (Aita Donostia) varias de sus navidades y moriría en 1956.

Villancicos

Nos lo recuerda el musicólogo Francisco Gascue en la revista Nuestro tiempo donde informa: “Un joven capuchino, José Antonio de San Sebastián (...) ha editado nueve villancicos de Navidad (Eguberri Abestiyak), en la Unión Musical Española”. “El campo donde espiga el joven capuchino, recogiendo cuidadosamente al oído las melodías populares, es el valle del Baztán. No puede darse localidad más adecuada para el caso (...), en esa pintoresca y deliciosa comarca se han podido conservar, y se conservan de hecho, los cantares populares con una fuerza desconocida”, afirma.

La puerta del colegio.

La puerta del colegio.

“Había creencia en Lecároz de que el día de Urtezar (31 de diciembre) a las doce de la noche, el agua del río (le llaman urandia) se convertía en vino y solían ir a buscarlo las chicas. Si encontraban las puertas abier tas iban a echar el agua a los que estaban en cama, a los de la misma familia, a la gente joven”. Se lo dijeron Manuela y Narcisa, de Lecároz, de las que no ofrece más referencia.

Nochebuena

Los hombres acaban las tareas del ganado y las mujeres se afanan en la cocina con la cena, a los niños se les entretiene con juegos, en Gartzain uno muy curioso, Txangoli-mango, en el que se les canta: “Txangoli mango. Aur ori nongo? Ona bada, guretako. Gaixtua bada, Malkerringo atsoa. Etxezari gaixtoa, Ardo zuritan edan omendu idipe muserpekoa!”. (La persona sentada en silla baja pone una pierna sobre otra, encima coloca a la criatura, se ritma la fórmula con el pie y cuando se dice muserpekoa! levanta a la criatura con su natural alegría y risas). Se lo dijo Antonio Araneta, sacristán de Gartzain.

No se olvida de Olentzero, del que toma nota de diversas variantes como significado de la Nochebuena, tantas del personaje como del tronco que arde en el hogar que cree puede ser recuerdo de la costumbre de prender hogueras en la cima de los montes, costumbre de origen céltico.

Satisfecho tras cumplir su labor diaria, vuelve el Padre Donostia al colegio donde ve alumbrar el farolillo de la portería. Bromea con los alumnos que pasan allí las navidades y esperan dulce extra en la cena, que como siempre será frugal, entonan algún villancico (por los chicos), rezan las Completas y se retiran a sus celdas. Ha sido una Nochebuena sencilla. Mañana seguirá, ora et labora.