Una de las tertulias de más solera que han existido en Pamplona, según cuenta Galo Vierge, fueron sin duda alguna, las que se llegaron a formar durante los años 1950 en el Club Taurino de Pamplona emplazado en el primer piso del número 18 de la Plaza del Castillo, lo que antes había sido antiguo hotel Quintana.

Se le dominaba y conocía como la tertulia del Sofá, nombre que se le daba porque el grupo que la componían (que eran más o menos siempre los mismos) se acomodaban en unos mullidos sofás del que disponía el salón principal, con una mesita que servía para sostener la humeante taza de café emparejado con la copa de coñac, surgiendo entre sorbo y sorbo las cotidianas polémicas, que muchas veces degeneraban en apasionantes tremolinas, pero que sin que jamás llegase “la sangre al río” como es costumbre decir.

Los tertulianos iban llegando los días laborables a primera hora de la noche, y los festivos, después de la comida. Llegaban eufóricos con sendos puros Almorro, y respirando por los poros de su cuerpo, esa saludable e íntima satisfacción que se siente cuando se ha comido bien. Con un “buenas tardes” se sentaban en el sofá, haciendo los butacones permanentemente guardia a la sufrida mesa, que se llenaba nutrida de tazas y copas. Siendo la conversación taurina tema obligado, al igual que se celebrase un rito sagrado.

Eran asistentes habituales a dicha tertulia, entre otros muchos, Pepe Roldán, estupendo aficionado, donde narraba una y mil veces las más chispeantes anécdotas ocurridas en su larga vida de reportero gráfico taurino. Edmundo Hurtado, oficial de notaria, el más parlanchín de todas las tertulias, siempre con su contagiosa risa, relatando chistes y ocurrencias que eran celebradas por todos los tertulianos. Amalio Salaberri, una persona mayor con aficiones de operador cinematográfico taurino, tenía una cámara de las primeras Súper 8 y poseía interesantes películas de distintas corridas y festejos celebrados en Pamplona, entre ellas, la última actuación de Manolete en nuestra ciudad que tuvo lugar el día 10 de julio de 1947, poco mas de un mes de la muerte de este torero en la plaza de Linares. Antonio García, Toñete, personaje alegre, zumbón y dicharachero, siempre dispuesto a la broma y a bordar algún lance toreo de salón. Antonio Gracia, que todos los años tenia costumbre de invitar a una morcillada a todos los asistentes de la tertulia. Juan Urdiain, El Sastre, siempre con la sonrisa en los labios y de amena conversación. Jesús Aznar, estaba en la junta del club ejerciendo de secretario, de ojos soñolientos y habla reposado con una memoria privilegiada. Santiago Yturria, asesor taurino en la plaza de toros, comedido y sentencioso en sus juicios taurinos, Patrocinio Cildos, que era el eterno descontento del grupo, pero excelente persona y mejor aficionado. Juan Guaza, maestro armero del ejército, de empaque garboso, Florencio Urtasun, Tomas Laustre, Juan Alzugaray, Miguel Onsalo, un inteligente aficionado, Ciriaco, un señor mutilado de una mano que todos los años por San Fermín, invitaba a un amigo suyo, un tabernero de Bilbao, hombre rechoncho, tan alto como grueso que obsequiaba a los concurrentes con puros explosivos, y era capaz de gastar una broma al lucero del alba, y varios socios mas cuyos nombres omitimos por no prolongar mucho.

Todos los años se tenía la costumbre de homenajear a un contertuliano socio fundador del club, haciendo una comida y entregarle un regalo en nombre de todos. Esto, empezó el año 1956, siendo el primer distinguido con este honor Santiago Yturria, después, y sucesivamente, al año siguiente Pepe Roldán, Edmundo Hurtado, Juanito Urdiáin y Antonio García. A partir de esta fecha de 1960, fue la junta directiva la que se hizo cargo de esta comida naciendo así las comidas de hermandad que todos los años celebra el club el domingo siguiente de la fiesta de los Reyes Magos del día 6 de enero.

La tarde del día 14 de julio de 1957, al anochecer, llego a la tertulia con su hermano Pepe, Manuel Jiménez, Chicuelo II, diestro que, en la corrida celebrada en el mismo día, había conseguido un gran triunfo cortando las orejas a un toro de Miura, derrochando valor y un pundonor profesional algo que este matador de toros de Cuenca andaba sobrado. Este diestro todo simpatía se sentó entre los componentes de la tertulia y pronto giro la conversación sobre el tema taurino, anunciando a los componentes de la misma que ese mismo año se retiraba de los ruedos. Que había ganado ya suficiente dinero para poder vivir bien el resto de su vida. Que empezaba a sentir miedo. Estando en animada charla, entraron en el salón dos señoritas inglesas que chapurreaban algo el castellano, acomodándose al lado del torero que galantemente les invito a una copa de manzanilla. Una de las damas, para prender fuego a un cigarrillo extrajo de su bolso un precioso mechero de oro que causo la admiración de todos los allí reunidos. Después de pasar el maravilloso encendedor de mano en mano, apreciando su valor, la señorita se lo regalo al torero diciéndole que era una admiradora suya. El magnifico gesto de la dama fue premiado con una ovación, y, Chicuelo II, agradecido le ofreció un brindis en la primera oportunidad que se le presentase. Como nos había manifestado en aquella agradable charla, el valiente torero se retiro de los ruedos aquel mismo año, para volver a reaparecer en el año 1959, y mas tarde, morir en Jamaica en un accidente de aviación el día 20 de febrero de 1960, cuando se dirigía a torear a Venezuela. Era Manuel Jiménez, un muchacho agradable y modesto que cuando todo le sonreía en la vida el soplo del destino le hundió en el abismo de una espantosa tragedia.

Otro día cayó en la tertulia Eladio Amorós, que en tiempos pasados había sido matador de toros. Vierge le recordó su debut de becerrista en Pamplona en el año 1917, cuando tenia catorce años de edad y le anunciaban en los carteles como el niño prodigio del torero. Eladio Amorós tuvo en aquella tarde un éxito memorable siendo llevado a hombros hasta la fonda La Bilbaína, que estaba en la calle de San Antón, fonda que llego a conservar su misma estructura durante muchos de los años venideros a esa fecha. A Eladio Amorós de matador de toros no le sonrió la fortuna, viviendo de su profesión como agente comercial para ganarse la vida.

Muchas más anécdotas se podían relatar de la tertulia del Sofá, tertulias necesarias para el comentario de este espectáculo de los toros, porque, acaso si algún día el comentario se perdiese y el fragor de la polémica tan necesaria en todos los ámbitos de la vida no se diera, no se pudiera mantener el espíritu de una afición o unas ideas.