El baztandarra Pedro Perico Arburua, emigrante en México, vivió una existencia desordenada, turbia y agitada. En su controvertido y denso historial figura una curiosa intervención, antes desconocida, como intermediario entre el gobierno y los insurgentes asumida por las dos partes en un episodio de la revolución mexicana.
Pedro Arburua Sala, Perico popularmente, nació el 17 de noviembre de 1880 en Elizondo, donde fallecería el 31 de marzo de 1965. A los 16 años emigró a México, decidido a “hacer fortuna” como empleado y pronto independiente.
Fue activo representante de la empresa Esperanza y Unceta de Eibar, fábricante de la famosa pistola Astra, y otras fábricas de armas y material militar de Estados Unidos. Así forjaría la leyenda popular de que vendía la misma remesa a gobierno e insurgentes, aunque hizo gala de imparcialidad al entregar a unos el calzado del pie derecho y a otros el izquierdo, igual que hacía con las carabinas y la munición.
INVERSOR
Otra de sus actividades, según noticia fechada en la Ciudad de México que recogió el periódico La Prensa de San Antonio, Texas, el 26 de febrero de 1919, sería la de inversor de capitales “en negocios de índole petrolífera”. El Banco de Vizcaya, desde España, había enviado una comisión a Tampico, pero ya “existe otra en esta capital, integrada por los señores Felipe Ortiz y Pedro Arburua, que están trabajando en el mismo sentido”.
Todavía pasarían 20 años para que dejara su huella más conocida en México, el Hotel Vasco que fundó en Cuautla, estado de Morelos, un establecimiento con piscina, frontón y jardines interiores, un lujo para la época. Fue socio del Centro Vasco, la Euskal Etxea de la capital mexicana, del que, quizás por alguna de sus ocurrencias, sería expulsado y es que, lo mismo que el personaje de Orson Welles en Ciudadano Kane, “no es que fuera brutal, es que hacía cosas brutales”, según queda recuerdo en Elizondo, igual que de su generosidad proverbial con los residentes en la Casa de Misericordia de Baztan y de quien lo necesitara.
INTERMEDIARIO
En México vivió tiempos de la romántica pero sangrienta insurgencia, los movimientos revolucionarios de Francisco Madero, Emiliano Zapata, Pancho Villa y otros, y, ahora se ha sabido, hasta hizo de intermediario entre fuerzas gubernamentales y un revolucionario que iba por su cuenta.
En efecto, al inicio de 1916, en su cuartel general, el general Pablo González es instruido por Venustiano Carranza, primer jefe del ejército constitucionalista y desde 1917 presidente de México, para insistir, una vez más, al general de división Juan Andreu Almazán, de 25 años, “considerado un reaccionario, rebelde y hasta traidor” a unificarse al constitucionalismo.
Pensaron que “el español Pedro Arburua, residente en Torreón, era el indicado para convencerlo, ya que eran amigos desde que Almazán había sido designado irregular en el Estado Mayor del general José Refugio Velasco en 1913, al ser enviados al norte del país para enfrentar a los villistas”. La ciudad de Torreón sufría por aquellos días el sangriento enfrentamiento de los revolucionarios de Pancho Villa y las fuerzas gubernamentales.
El elizondarra Pedro Arburúa se había hecho famoso en la zona “por las formidables juergas en las que participaba junto a otros españoles en derroche de alegría, buena voz y cantidades pasmosas de cognac, y bajo la amenaza de ser expulsado del país, se le obligó a comprometerse”. Así, Perico Arburua fue enviado a entrevistarse con Almazán, acompañado de Miguel, hermano del revolucionario al que había que convencer, y otro español, Valentín Samaniego.
Los comisionados llegaron “en un estado lamentable, mal comidos, rozados y ampollados” tras buscar por las montañas y durante días al militar rebelde. Y sus gestiones serían inútiles al ser despedidos “con cajas destempladas” ya que Almazan no aceptaba unirse a Carranza y su constitucionalismo.
Con todo, el rebelde designaría al marchar a su amigo Perico Arburua “como su único representante para que expusiera sus condiciones que verbalmente (¿?) le confió”. Este detalle suscita dudas pues la investigadora Josefina Moguel Flores, directora del Archivo Histórico de México, dice que Almazan “se cuidó en no dejar nada por escrito”, pero es ella misma, en la bibliografía de su relato de los hechos, la que incluye la referencia a“La carta en la que Almazan autoriza a Arburua”, que se conserva en el archivo que dirige. En todo caso, una referencia a añadir a la azarosa trayectoria vital de un baztandarra singular.