Una plaza amplia con un quiosco de música en el centro, un rincón que ha cambiado los cañones por los besos o un parque con animales donde la gente baila; “¿te imaginas lo increíblemente hermosa que es esta ciudad bajo la lluvia?”. Gil Pender se hace esta pregunta al inicio de Medianoche en París para expresar su pasión por la capital francesa. No obstante, ya sea por las condiciones meteorológicas o por su belleza, con esta misma frase podría estar hablando de Pamplona. De hecho, tal y como sucede en la película, todos los jueves por la noche la ciudad viaja en el tiempo hasta los años 20 para encontrarse con un grupo de gente que baila lindy hop en los jardines de la Taconera bajo la luz tenue de las farolas.
Pamplona Swing es una asociación que nació en 2011 porque a Bettina Marie Oyhenart, una californiana que residió durante 20 años en Barcelona, le apetecía bailar lindy hop en Navarra, pero no había escena. “Puso anuncios por las calles con el objetivo de crear un pequeño grupo a los que poder enseñar este baile”, explica Carlos Hidalgo, uno de los miembros de la junta directiva.
Desde entonces, el ritmo y la energía del swing no ha dejado de seducir a gente como Carlos, Patxi Olóriz o Arantxa Martínez, miembros de la junta que pertenecen a la segunda generación y que llegaron hasta aquí por distintas casualidades del destino. “Cuando los veía en la calle, me quedaba enganchada mirando y pensé que tendría que probar, así que me apunté en una escuela y no he parado”, cuenta Arantxa. Por otro lado, Carlos empezó porque su hermano formaba parte de esa escena reducida que estaba naciendo en Pamplona. Patxi y Arantxa niegan con la cabeza cuando comenta que a él no le interesaba el baile y pensaba que era nulo. Eso sí, “me daba mucha envidia verle y le di una oportunidad por presión social. Llegué tarde, pero es de lo mejor que me ha pasado nunca”, asegura.
En el caso de Patxi, reconoce que hubo dos hitos fundamentales en su historia. El primero tiene que ver con El libro de la selva, ya que muchas de las música que aparece pertenecen a este género. “Ahí me empezó a picar la curiosidad de esas danzas, aunque yo siempre”, confiesa. En cualquier caso, fue en Sanfermines cuando de la nada escuchó una música que le hizo mover el cuerpo. Preguntó, le enseñaron algunos pasos y “ahí empezó todo. Es bastante común que la gente empiece de estas formas tan espontáneas porque no importa la técnica”. Y para Carlos, los pasos más primitivos del lindy hop tienen que ver con caminar: “Un dos, un dos al ritmo de We will rock you. El resto es adornarlo”.
La asociación también quiere homenajear a los orígenes de este género, que a pesar de que en los 80 hubo un redescubrimiento del swing en Europa, lo cierto es que en realidad surge como “la cultura de un grupo racializado que fue discriminado en su país. Son bailes alegres, pero muchas de las canciones tienen un trasfondo de esclavitud, como Down by the riverside, que era un mapa sonoro que daba indicaciones de cómo escaparse de un sitio. La cultura negra trataba de incluir a todos en la fiesta y, de alguna manera, queremos respetar ese valor inicial”, menciona Carlos.
Un baile en comunidad
Carlos cuenta que Franklin Bardin dijo que bailar es una especie de enamoramiento que dura tres minutos. Aquí bailamos swing para compartir nuestra conexión con la música y con el otro”, reflexiona Arantxa. “Es que es una de las expresiones más bonitas que hay de comunidad”, le contesta Patxi.
En cuanto al motivo por el que todos los jueves de verano a partir de las 20.30 horas quieren transformar la ciudad a través del ritmo, tiene que ver con los clandestinos, que son unas quedadas que se hacían históricamente para quedar a bailar. “Con el objetivo de facilitárselo a la gente, intentamos dejarlo todo organizado con tiempo, pero la naturaleza de los clandestinos es hacerlo de forma inmediata, de un día para otros”, explica Patxi.
Después de horas bailando como si no existiera el tiempo, la jornada del jueves finaliza y todo lo malo pasa: “Salgo sin dolor de cabeza y con mucha energía y renovada, mucho mejor que cuando me tomo un paracetamol”, bromea Arantxa. Por otro lado, Carlos destaca que el swing le ha abierto muchas puertas por todo el mundo: “Cuando estoy de viaje, busco eventos de este tipo porque las escenas son tan acogedoras como en Pamplona.”.
A medianoche, todos vuelven a sus casas y encuentran algo bello en regresar al mundo actual. Será que la música les sigue acompañando. Sí, pero eso es la verdad; no es París, sino Pamplona.