Más de 2.000 kilómetros separan Peebles, un pequeño pueblo escocés cercano a Edimburgo, de Buñuel. Desde Peebles partió, la semana pasada, Amanda Robertson para emprender un viaje muy especial. Volvería, 25 años después, al pueblo de su bisabuela. Un familiar al que, aunque nunca conoció, siempre lleva en el recuerdo. En Barcelona, Amanda se reunió con Doris Robertson, su madre. Ella viajaba desde Jerez de la Frontera. Un día después, ambas abrazarían tras mucho tiempo a Beatriz y Montserrat Litago y, las cuatro juntas, cumplirían el cometido: recoger una rosa roja y así honrar la memoria de su ‘yaya’, Herminia Valencia Ongay.
Es jueves 7 de noviembre. En la Casa de Cultura de Buñuel, vecinos y vecinas del pueblo y localidades aledañas llenan la sala. En el escenario hay nueve rosas rojas. Cada una lleva un nombre. Herminia Valencia Ongay, Juliana Molero Gutiérrez, Dolores González Lasheras, Simona Cami Albiol, Rosa Falces Marcos, Inocencia Marcos Cerdán, Marciala Martínez Enciso, Martina Rodero Cascán y Marciala Domínguez Enciso.
Nueve rosas y nueve nombres de mujer. Los de las integrantes de la primera junta directiva de la Agrupación Femenina de la Unión General de Trabajadores de Buñuel, constituida el 8 de marzo de 1933 y del que, hasta hace pocos meses, poco se conocía en la localidad. La revisión del Archivo Histórico local que se realiza desde la Asociación Histórica Cabezo El Fraile arrojó la primera pista. Gracias a esas referencias uno de los voluntarios, Alfonso Bordonaba, indagó más allá y, en el Archivo Histórico de Navarra, encontró la carta que aquellas mujeres enviaron, nueve décadas atrás, al Gobernador Civil de Navarra de aquellos momentos, así como el Reglamento que detalla, en 30 artículos, los objetivos y reglamento de su sindicato.
“Lo compartimos y hablamos entre varias personas y nos sorprendió lo avanzadas y progresistas que eran, reivindicaban ya entonces igualdad y justicia social, cosas que aún hoy no hemos conseguido”, explica Bordonaba. Y ahí nació la idea. Este episodio de la historia local no solo merecía conocerse, sino que esas nueve mujeres y, con sus nombres, todas las de aquella época, debían ser reconocidas.
¿“Cuántas mujeres como herminia”?
En un emotivo y sencillo acto, este jueves 7 de noviembre se cumplió con ello. Pepe Álvarez, secretario general de UGT, y Jesús Santos, secretario general de UGT en Navarra, estuvieron ahí junto a familiares y allegados de aquellas nueve mujeres cuyas reivindicaciones de igualdad pronto se truncaron por el inicio de la Guerra Civil de 1936. Familiares que recogieron cada una de esas rosas rojas, un pergamino y recibieron, de mano de los sindicalistas, una insignia de la organización.
“Pocas veces estoy en actos tan emotivos, que me recuerdan de dónde venimos y, a la vez, cuál es la grandeza de nuestra organización con 136 años de historia”, reconocía Álvarez ante el público. Asistentes que, con fuerza, aplaudieron el pedido del ugetista para que el Ayuntamiento de Buñuel valore y apruebe, “ojalá que por unanimidad”, reconocer a estas mujeres con una calle y una placa homenaje con sus nombres. “Gracias, gracias a quienes habéis rescatado esta parte de nuestra historia que, a la vez, es la historia de todo un país porque, ¿cuántas ‘Herminias’ a lo largo y ancho del país han hecho que las mujeres hayan avanzado en igualdad?”, preguntaba Álvarez, “era 1933, era la España rural, ¿hasta qué punto no era solo rompedor, sino incluso heroico, que las mujeres tuvieran ese afán de libertad?”
Antes se vivía el momento más emotivo. El de escuchar, en revelador silencio y con acento inglés, a Doris Robertson acompañada de sus primas Beatriz, quien viajó desde Andorra, y Montse, desde Barcelona; y de su hija Amanda quien, sin entender mucho castellano, sentía igualmente la emoción. “Para nuestra familia todo esto ha sido una gran sorpresa”, confesaba tras disculpar a Eva, otra de sus primas, y explicar que ella misma había estado estos siete últimos años investigando su árbol genealógico con muchas dificultades por la falta de información y registros.
“Habíamos escuchado muchas historias de nuestra ‘yaya’ cuando, de niñas, visitábamos a algunos familiares en Buñuel”, contó, “pero ni nosotras ni ninguno de sus cinco hijos supimos de su importante papel en esta agrupación”. Herminia Valencia Ongay, detalló, nació en 1909 y, con 18 años, se casó con Esteban Litago en Carcastillo. Para los 24, cuando se creó este sindicato femenino en Buñuel, ella ya tenía a tres de sus hijos y, como su marido era chófer y viajaba mucho, prácticamente criaba sola a su familia.
“Era una mujer resiliente que se comportaba con gran dignidad. Era inteligente, elegante, culta y tenía un maravilloso sentido del humor y mucha diversión, algo que nos ha heredado porque somos como ella”, describieron a Herminia sus nietas, “también nos hacía vestidos porque era una experta costurera y le gustaba tejer”. Bastante joven, con apenas 67 años, falleció de forma repentina el 30 de julio de 1976 y está enterrada en el cementerio de Cornellá, en Barcelona.
Así Buñuel conoció la historia de estas nueve mujeres y, muy particularmente, la de Herminia Valencia. Un nombre a través del cual se rescata la memoria de miles de trabajadoras de aquel 1933, las mujeres y trabajadoras de toda una época difícil y convulsa que nunca se debe olvidar. Y, ahora de nuevo, resuena la eterna y complicada pregunta: “¿Cuántas mujeres como Herminia nos han traído hasta aquí?”.