Tafalla está un momento cargado de simbolismo y nostalgia. Este viernes, Javier Intxauspe bajará por última vez la persiana del kiosco que lleva su apellido y que durante 44 años ha sido parte inseparable de la vida cotidiana de la ciudad del Zidakos. No será solo el cierre de un negocio, sino la desaparición de un oficio que agoniza en todo el Estado y que en Navarra ya apenas resiste. Pero el cierre del kiosco es también el reflejo de una tendencia más amplia: la prensa escrita atraviesa un momento crítico.

La caída sostenida de lectores, el cambio hacia la información digital gratuita y la concentración de medios han erosionado durante años la viabilidad económica de los periódicos en papel. Cada kiosco que cierra, como el de Javier, se convierte en un síntoma visible de la fragilidad del sector, un sector que durante décadas fue fundamental para la democracia, la cultura y la vida cotidiana.

Saioa Martí­nez

En 1982, Javier Intxauspe, tafallés de toda la vida, jamás imaginó que acabaría dedicando más de cuatro décadas a un kiosco. Con un título en administración recién obtenido y sin demasiadas oportunidades laborales, decidió presentarse a la subasta municipal para gestionar un pequeño local reservado a personas con discapacidad. Competía con otros cinco candidatos, pero fue él quien consiguió la concesión. “Pensé que podía ser una salida laboral. No había trabajo, menos aún para personas con discapacidad como es mi caso. Decidí intentarlo, me gustó y aquí he estado hasta hoy”, recuerda.

El último kiosco

El kiosco que heredó era modesto, pero en 2002 lo renovó completamente con sus propios ahorros. Desde entonces, la caseta se convirtió en punto de referencia en el centro de Tafalla. En aquellos años la prensa vivía su edad dorada: la prensa regional era la más demandada, mientras que los periódicos de Madrid llegaban con un día de retraso. El kiosco llegó a albergar más de 450 cabeceras: motor, informática, cocina, mascotas, historia… incluso revistas de periquitos. El gran éxito siempre fueron las del corazón. “El Pronto, sobre todo. Es barata, variada y se vende más que ninguna”, cuenta.

La transformación digital comenzó de manera casi imperceptible. Con Internet y las ediciones en línea, la necesidad de comprar prensa se redujo. En la década de los 2000 el descenso se volvió insostenible: cada vez menos clientes cruzaban la puerta, y las propias publicaciones comenzaron a desaparecer. Revistas juveniles como la Super Pop o la Bravo dejaron de imprimirse, igual que buena parte de la prensa especializada. “Los escaparates se iban vaciando porque directamente dejaban de existir las revistas”, lamenta.

En ese sentido, Javier trató de adaptarse diversificando la oferta: chucherías, refrescos, cupones de la ONCE, pan, incluso paquetería. “Puedes vender mil cosas, depende del tiempo que quieras dedicarle. Pero de papel ya no se vive”. Aun así, resistió. Su jornada era larguísima: de 7.30 a 14.00 y de 17.00 a 20.00, incluidos sábados y domingos por las mañanas. “Mis amigos hablaban de 40 horas semanales y yo hacía 60”, recuerda. Cualquier imprevisto era un problema: ni siquiera podía cerrar para ir al médico. Con estas condiciones, el relevo generacional era impensable. Sus hijos nunca se interesaron y con la única joven que se mostró interés, nunca llegó a concretar nada.

No obstante, el Ayuntamiento ha llegado a barajar reconvertirlo en un posible punto de información turística, pero la idea todavía está en el aire. “Si alguien lo coge tendrá que vender muchas cosas más aparte de prensa. Con periódicos y revistas no se saca ni medio sueldo”, asegura Javier, consciente de que la profesión está en vías de extinción. “Eso sí, le explicaré las cosas como son, tanto las buenas como las malas”.

El adiós

El cierre definitivo llega este viernes. La persiana bajará y, salvo sorpresa, no volverá a levantarse. Para Javier, la decisión está tomada: “Si no hubiera sido por el bajón en las ventas, habría aguantado hasta los 65 o más. Pero ahora ya no merece la pena”. Lo que más le entristece no es tanto dejar atrás su kiosco como la desaparición de un modelo de vida y de negocio. “Esa es la pena: que se pierda y se quede como una reliquia”, admite con nostalgia. Cree que es de los últimos kioscos de prensa en Navarra, aunque en Huarte sigue el de Garro, en la calle Zubiarte. Pese a todo, se va con un balance positivo. “He estado feliz. Con todo lo sacrificado que es, he disfrutado mucho. Estar en la calle, hablando con la gente, eso me ha dado la vida”, afirma. A sus 62 años, Javier encara la jubilación con serenidad y un punto de incertidumbre. No tiene un plan cerrado, pero sí ilusiones sencillas. “Cuando esté jubilado ya te diré lo que haré. De momento me iré de vacaciones, y luego me dedicaré a cocinar, que me gusta mucho, y a hacer algo de ejercicio”, dice entre risas.