Jornadas de reivindicación feminista como la de ayer suponen un paso adelante por más que la parte más reaccionaria de la población las cuestione. Pero pasa el tiempo y todavía siguen ahí los viejos prejuicios contra la mujer. Unas veces por que parece que la fuerza de la costumbre nos ata de pies y manos para evolucionar. Otras, porque de manera consciente o inconsciente los hombres es como si miráramos para otra parte a la hora de revertir la situación. El tiempo pasó y sigue pasando y lo que históricamente debería haber sido una cuestión básica le seguimos aplicando un doble rasero en el que si bien en algunos casos damos por descontada la igualdad entre hombres y mujeres en otros dejamos la puerta abierta a la interpretación o a que la historia o la tradición -dos malas excusas que siempre se utilizan como explicación-, se interpongan allá donde deberíamos trabajar para no dejar que se interpongan como las eternas excusas que al final algunos negacionistas acaban tomando por buenas. Los hombres pocas cosas más estúpidas podemos hacer además de posicionarnos en un supramacismo por razones de sexo como a veces suelen sugerir algunas religiones. Todavía recuerdo en mi infancia donde se separaban en dos bandos los hombres y las mujeres algo que hoy ya ha desaparecido sin que nadie las extrañe y sin que nadie haya explicado qué se consiguió con aquello. Algo parecido ocurre hoy en las mezquitas donde hombres y mujeres tienen puertas de entrada diferentes e incluso ámbitos de rezo separados. Antiguallas de una evolución donde siempre hubo partidarios de explotar para sus causas las diferencias en lugar de entender que, en fin, no son relevantes ni nos hacen mejores ni las hacen peores. Ya está bien.