Hace ya dos noches con sus días o tal vez tres... no me acuerdo. Este sol que me maltrata y me conduce a un sueño, antesala de lo eterno. Son ya muchas horas cabalgando en un mar de olas a merced del viento que no nos lleva a ningún lado. Embarcamos hacia lo oscuro. En la orilla de una playa alejada de las casas. Deambulamos sonámbulos, no sé que de horas para ir acomodándonos en incómodas posturas en una barcaza donde no cabíamos todos. Fueron unas semanas antes cuando aquel hombre recogió a escondidas mis ahorros. El esfuerzo de muchas jornadas trabajadas. Todos mis ahorros, todos y los dineros de una madre que puso entre mis manos, acompañando el abrazo. Amarga despedida.

Fueron días de espera, esperanzado. Porque soñaba con partir hacía esa tierra donde contaban que aún cabía una manera distinta de vivir. Distinta a la miseria que conduce a la pobreza y la humillación y la desgracia que provocan tantas y tan seguidas guerras.

Lo oscuro, adornó de sombras nuestros cuerpos, extrañas y enigmáticas figuras que la tierra iba embarcando al sueño de un mar calmado entonces.

La madrugada me despertó cansado. Aún la gente adormecida, pequeños bultos recogidos, buscando el hueco en una nave que navegaba imaginando ser un barco, abombada sábana como vela atada a un mástil sin bandera .

Hace ya horas que la lancha motora se acercó para llevarse a los hombres que dijeron ser los guías. Iban tan armados que no mereció la pena ni mostrar la fuerza, y la rabia se ahogó en el alma dejando esa estela que dibuja la desesperanza.

Primero sería aquel que alguien llamo Karim. Alto y fuerte y el rasgo sonriente casi perenne reflejando brillos en su cara. Sería el, karim el que luchara con sus brazos para mantener erguido el mástil cuando la tormenta rompió por sorpresa resquebrajando el cielo y encabritando el mar y la barcaza. Sería el, Karim, el hombre de la luz el que cayera desplomado por el golpe al derrumbarse el mástil y llevárselo hacía ese mar, eterno cementerio .

Y luego, después de la tormenta, abierta madrugada contando los huecos vacíos y las figuras muertas.

No hará falta ya calzar los pies con suelas y con clavos para trepar la empalizada que construyeron hace tiempo ese pueblo temeroso del asalto que produce el hambre. Es el sol el que de nuevo hoy reluce el que nos lleva poco a poco. Acaso será el niño aferrado al pecho de su madre muerta el que consiga rescatar con hilachadas de vida algún viejo pesquero. ¿Será ese niño el que consiga llegar a la tierra prometida?. Al sueño que consiguió que una oscura noche embarcara la esperanza de unos hombres y mujeres.