Parece algo evidente, pero la construcción de una plaza de toros estable en 1933, la que sería conocida como la Chata de Griseras, supuso también el nacimiento de los encierros “al modo de Pamplona”. Una ciudad en crecimiento necesitaba aquel imán para foráneos y locales. Aquellas carreras que se hacían en la capital dante las astas esde hacía décadas ofrecían la atracción y la emoción de un evento que ganaba adeptos en la vecina Pamplona. No en vano, ya en aquel 1933, a sólo tres años de la Guerra Civil, un periódico tudelano se aventuraba a señalar a los fotógrafos como los culpables de la masificación que se veía en Pamplona. “El encierro debe su peligrosidad y su riada humana a los fotógrafos. El encierro se hizo temerario y copioso cuando los Galles y los Rupérez desarrugaron el acordeón de sus kodaks. Antes, un 5% de los mozos corrían por correr. El resto por correr y contarlo a los amigos. Hoy el 98% corren por la fotografía. Para poder decir que han corrido ante una cartulina de bromuro”. Aunque parezca mentira el comentario data de 1933, pero podía ser igual de válido para los móviles de 2023.

La sociedad

El ambiente, pese a todo, no aventuraba mucho ánimo de fiestas, máxime cuando los periódicos de derechas pedían a gritos la unión de los tudelanos para defender “vuestras creencias y vuestra familia”. La consigna era clara, “debemos ocupar cada uno nuestro puesto para salvar a España en todos los órdenes” (Navarra, julio 1933). Pese a todo, Tudela no quiso quedarse atrás en la moda, y ante el gasto que había supuesto la construcción de la plaza se abrió una suscripción popular para conseguir el dinero necesario, dado que había que amueblar las calles y buscar ganaderías.

Los toros, en el inicio de la avenida de Zaragoza, calle Soldevila. Fotografía: Cedida

La comisión de Festejos tuvo que aceptar “los ofrecimientos particulares recibidos” y lanzarse a una suscripción popular para conseguir el dinero necesario de cara a realizar, por primera vez, este espectáculo “para mayor realce de nuestras fiestas y en beneficio de las clases más necesitadas” dado que la entrada a las vacas emboladas era gratuita. Las ayudas, tanto podían ser “en metálico o prestando los materiales necesarios para la organización del encierro”.

Aquel año era especial porque eran las terceras fiestas desde que se proclamara la República, pero también porque eran las segundas en que no se celebrarían actos religiosos, “dos años ya que no recorre las calles la tradicional procesión… Eso para los tudelanos es una pena que acaso no alcanan los extraños a la ciudad, porque no sienten una consustancialidad que tiene su arraigo en la cuna”, escribía el presbítero Cipriano Nievas.

Pero también había otras quejas, como reflejaba la publicación Navarra, y era la ausencia de pruebas deportivas para los jóvenes. “Podía haber tenido presente la Comisión de Festejos a un sector importante, el de la juventud, que prefiere y goza mucho más con el deporte que con los toros. La organización de un par de partidos de fútbol, carreras pedestres y ciclistas. Regatas y concursos de natación han debido ser un buen relleno del programa. Estando al frente de la alcaldía un joven como Aquiles Cuadra aficionado al deporte. Y siendo concejales elementos también jóvenes como Muzás y Tutor, es imperdonable esa omisión. Por lo visto se han contagiado de la borrachera taurina”. Para darnos cuenta de la barbarie de aquellos años todos los nombres que se citan en este artículo, alcalde y dos concejales, serían fusilados tres años después.

Primer encierro

Conseguido el dinero necesario, el programa de 1933 se lanzó a anunciar la celebración, a las siete de la mañana, del primer “grandioso encierro de reses bravas” con un recorrido que llama la atención: “plaza de Los Fueros, calle Gaztambide y carretera de Zaragoza, seguido de festival taurino popular”. Las vaquillas salían entonces de un terreno preparado en la calle Eza para construir la Casa del Pueblo. Las crónicas ya anunciaban “un festejo nuevo cuyo anuncio ha causado excelente impresión entre la gente joven. Se trata de organizar encierros idénticos a los de Pamplona y, como es natural, dado el éxito que estos tienen en la capital de Navarra es de esperar una concurrencia jamás conocida en fiesta alguna” (El Eco del Distrito, 30-6-1933).

Los periódicos de la época no ahorraron comentarios, tanto críticas como aciertos, sobre el nuevo acto de las fiestas de Tudela que tanta gente había congregado en la ciudad para observar a los astados recorrer las principales calles de la ciudad. La nueva plaza construida en Griseras, y que en adelante se llamaría la Chata de Griseras, se llenó “hasta los topes”. El carácter popular y gratuito del festejo explicaba su puesta en marcha, “algo ha de hacerse en beneficio de la clase pobre que no puede desprenderse de unas pesetas para presenciar una buena corrida, aunque sienta una loca afinación y grandes deseos. El precio de las localidades de una corrida con tres espadas y ganado de divisa no está al alcance de todos los bolsillos, por eso el encierro ha sido el espectáculo cumbre entre todos, porque ‘de lo que no cuesta nada, buena tripada’ se dice por estas tierras”.

Sin embargo el recorrido, desde la plaza de Los Fueros a la de Toros, no agradó ya que “es demasiado larga para los que gustan correr delante de las reses y para el ganado. No hay piernas que resistan esa caminata en marcha acelerada y de tan corta duración (a lo sumo cuatro minutos). Lo propio sucede a las vaquillas que llegaban rendidas y como a empujones de los que seguían”.

También entonces los maltratos, que ahora se siguen denunciando, eran habituales, “hemos de señalar también el abuso de maltratarlas y montarse sobre los mansos como si fueran caballerías de carga. Estos abusos se deben prevenir por medio de bando y castigarlos, pues a la confianza de que van emboladas no hay derecho a ciertas libertades, en perjuicio del propietario de las reses”. Además fueron también muchas las críticas por el pavimento de las calles, “por no poder sentar bien los cascos y el premio a resbalar y caer, como sucedió con una vaca que sufrió la rotura de una pata y hubo necesidad de sacrificarla”. Por este motivo los medios apostaban por limitar el recorrido partiendo de la Ronda de Capuchinos a la plaza de Toros.

El coste de aquel año no llegó a las 2.500 pesetas de los que Celestino Marín se llevó 1.763 pesetas por el ganado más una res que tuvieron que matar y Maximiano Marzal 705 pesetas por poner y quitar el vallado para los encierros.

Al año siguiente, 1934, el recorrido cambió completamente partiendo del paseo de Pamplona, calle de Soldevila y carretera de Zaragoza. El corral se había trasladado ya al cuartel de Sementales.

El 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil, por lo que todos los actos de celebración cívica se suspendieron. Durante tres años sólo se celebraron actos religiosos, hasta que en 1939 tres encierros volvieron a animar las fiestas de Santa Ana. La temprana hora de las 7.00 poco duró en el programa y pronto se trasladó a las 7.30 horas para desde 1949 llevarlos definitivamente a las 8.00.

En este horario cabe una salvedad ya que hasta 1975 todos los 26 de julio se corría a las 7.00 para que los mozos se arreglaran y fueran a la procesión de Santa Ana.

Capítulo aparte merecen los cambios de recorrido que ha sufrido el encierro tudelano. Han sido tres los lugares desde donde las vaquillas, novillos o toros han salido para cubrir la distancia que les separaba de los corrales de la Chata de Griseras. Desde 1935 hasta 1969, los animales pasaban la noche en el Cuartel de Sementales para, a la mañana siguiente correr cerca de 1.025 metros detrás de los mozos.

Las obras del cubrimiento del Queiles obligaron a adelantar la salida, convirtiendo el Garaje Tudelano en punto de inicio. La extensión se redujo hasta los 890 metros. Hubo que esperar hasta 1990 para que los corrales se trasladaran a la calle Frauca, desde donde había 776 metros. Las rotondas de la avenida de Zaragoza le dieron más emoción al aburrido recorrido que cambió definitivamente en 2006, al mismo tiempo que se introdujo el doble vallado en los 850 metros de trazado en el que hay cinco curvas, 2.440 tablones y 605 pilastras realizados en pino silvestre.

En lo que respecta a los protagonistas de las carreras, durante 40 años sólo se vieron vaquillas. El 25 de julio de 1973 se corrió el primer encierro con novillos de entre tres y cuatro años, cosa que no se repitió hasta el primero de 1978, aunque no pudo resultar más accidentado. Uno de ellos rompió las vallas y se escapó, siendo atado a un árbol a kilómetro y medio de Tudela. En 1994 se produjo otra innovación realizándose la carrera con toros, aunque no los de lidia, que no llegaron hasta 2006 cuando se puso doble vallado con nuevo recorrido.

Detalles

Canciones. A mediados los 80 fueron surgiendo canciones que se coreaban ante la puerta del Garaje Tudelano. Si bien las primeras se dirigían a Santa Ana, “a Santa Ana pedimos, nuestra patrona es, nos guíe en el encierro, la borrachera después” o “Santa Ana, Santa Anica, si a alguno han de coger, forastero ha de ser”, en años posteriores surgieron derivaciones hacia las autoridades, “Santa Ana, Santa Anica no nos hagas la putadica y si un toro se larga que pille a Labarga. Si las vacas salen sin bola que la hostia se la lleve Pérez Sola y si algo de esto no pasa mañana nos quedamos en casa”.

Una cita internacional. El 25-7-1966, un grupo de chinos aparecieron en el recorrido porque no llegaron a correr en Pamplona. Dos días más tarde un matrimonio norteamericano filmó el encierro y preguntaron a un periodista si se celebraba en todas partes de este país, “les informamos que tenía lugar en Navarra y en San Sebastián de los Reyes. Manifestaron que habían estado en San Sebastián que se habían bañado en la Concha y que no habían visto ningún encierro”.

Fallecidos. Alejandro Hernández, de 44 años, de Logroño, trabajador de las ferias que fue cogido y sufrió un shock traumático, traumatismo craneoencefálico y herida inciso contusa el 26-7-88. Falleció dos días después. El pastor murchantino Ernesto Aguado, 61 años, falleció al ser corneado en los corrales de la plaza el 25-7-91 El último fue el tudelano Jesús Antonio Amigot Arrondo, de 74 años de edad, que fue volteado por un toro en el encierro del 26 de julio de 2022 y al caer se golpeó contra el suelo produciéndose un traumatismo craneoencefálico.

El último. En 2006 el Ayuntamiento cambió el recorrido y es el que se corre actualmente con 850 metros de longitud y casi 2.500 maderos que conforman el doble vallado obligatorio para toros de lidia.