A medida que una generación da paso a la siguiente, se produce un fenómeno de evolución cultural en el que algunas prácticas ancestrales desaparecen, otras nacen con fuerza renovada y muchas se adaptan y transforman para encajar en el nuevo contexto social en un mundo en constante transformación. Sin ir más lejos, en los últimos años se está notando cómo la juventud tafallesa prefiere vivir las fiestas de día, y no tanto de noche. Tal vez sea un efecto secundario que nos dejó la pandemia, ya que tuvimos que acostumbrarnos, a marchas forzadas, a salir antes, para volver antes a casa. La pandemia también tuvo mucho que ver en la vuelta de la “melonada”, un acto que todas las personas de mediana edad para arriba conocen, y recuerdan con cariño. De hecho, si preguntas a cualquiera mayor de 50 años por un acto que recuperarían de las fiestas de antaño, probablemente que su respuesta sería la melonada.

Conrado Ibáñez en la melonada del año pasado.

Que se lo digan sino a la familia Ibáñez. Con su frutería ubicada en la Plaza del Mercado han sido testigos de cómo los jóvenes acudían a su puesto, tras las vacas de la mañana, a almorzar esta fruta tan veraniega. “Mis padres abrieron la frutería en 1931, y ya se hacía la melonada”, recuerda Mila Espinal a sus 79 años. “Recuerdo cuando venían cantando y bailando, y se venían al mercado a comprar melón. Mi madre siempre les partía el melonico en tajadas. Más que nada porque siempre nos decían “déjame un cuchillo”, y mi madre les contestaba: “como le deje el cuchillo, ya no vuelve, que no tengo cuchillos para todos”. Entonces, cogía el melonico y les decía, “trae, ya os lo parto yo”. Los partía en tajadas, hacía un cucurucho con papel de estraza grande y pom. Ponía el melonico, “ya lo tenéis”. Con el tiempo, los hábitos y costumbres de los tafalleses y tafallesas comenzaron a cambiar. “El dejar de hacer esto fue algo progresivo”, explica Mila. “Cada vez venían menos cuadrillas hasta que un día dejaron de venir. La gente joven empezó a salir mucho de noche y de día a dormir. Las vaquillas les importaban un comino, y eso se apagó”. Rocío Ibáñez, su hija, coincide: “La melonada antaño iba muy unida a un tema de vaquillas. A medida que los intereses cambiaron, las tradiciones también. Los almuerzos y los gustos evolucionaron; ahora los almuerzos son más de magras con tomate, txistorra, huevos y patatas fritas. El melón pasó a ser más un postre o un desayuno, pero ya no se venía solo a comer melón”.

El resurgir

La pandemia de Covid-19 marcó un punto de inflexión para muchas tradiciones y costumbres, incluyendo la melonada. “Después del Covid, nos conectamos todos con las ganas de volver a disfrutar de la vida y de momentos cotidianos del pueblo”, comenta Rocío. Fue entonces cuando surgió la idea de revivir la melonada con la Comparsa de Gigantes y Cabezudos. “Mi hijo Conrado tenía muchas ganas de darles de nuevo melón a los gigantes, como lo hacía mi marido en sus tiempos. Teníamos un almacén de fruta en la calle Arturo Monzón y cada vez que pasaba por ahí la comparsa, les dábamos melón”, dice Mila. Así, tras la pandemia, Rocío acordó con algún miembro de la Comparsa un día para parar en el mercado y repartir melón a todos los presentes, como un primer paso de recuperar, con las nuevas generaciones, un evento que sieguen guardando con cariño en su memoria. La primera experiencia, en el 2022, no puedo ser más satisfactoria. “La verdad es que la sensación fue muy bonita, con familias, txikis y mucha gente. Fue como un guiño al pasado, a esa tradición que era bonita.”

El renacimiento de la melonada ha sido un éxito rotundo, especialmente cuando se unió al día de los txikis. “Es crear nuevos recuerdos para esos txikis. A la vez, es también potenciar hábitos saludables unidos a la fiesta”, señala Rocío. Ver a los niños disfrutar de la fruta y aprender sobre su valor nutricional es una satisfacción para ellas.

Este año, la tradición continuará. “Lo haremos el sábado 17 y la parada será sobre las 11:30 o 12. Es un momento chulo porque están con calma. Año a año iremos viendo crecer a estos txikis que han ido empezando hace dos años. Que generen ese recuerdo que nosotros tenemos. Es algo que la familia hacemos de forma altruista, por lo que estamos contando, queremos retomar esta tradición de nuestra infancia y qué mejor forma que hacerlo que esta”, concluye Rocío.