Que pan tierno no falte. Antes de las 7.30 Ainhoa Gómez y otras dos compañeras (la mitad que antes) ya están despachando a todo trapo barras de pan y bollería (todo productos enbolsados) entre las que se cuelan "las trenzas que se venden muy bien, pastas y alguna cerveza... la gente está desesperada y el dulce consuela", asegura la panadera del Ogi Berri, La Casa del Río en Rochapea, que también constata un pequeño repunte de tabaco. No es para menos. Vivir encerrados nos dispara a todos la ansiedad.

Cafés envasados, los menos, "dicen que no saben igual en casa". "A mí me está dando gana de coger un bafle y poner el altavoz para darle vidilla al barrio. En estos momentos es cuando se ve el aporte del pequeño comercio en todos los sentidos. Es el que garantiza los productos de primera necesidad", admite. Un momento en el que hace falta cargase de energía y contagiar "pensamientos positivos".

Al igual que otra mucha gente cree que de ésta vamos a salir todos muy reforzados, "siendo mejor personas". Para ella este momento está siendo especialmente duro. La semana pasada falleció su padre y le faltaban fuerzas para luchar en esta nueva batalla pero el negocio o, mejor dicho, la clientela, le reclamaba y "de veras lo merece". "Ves cómo la gente lo está dando todo. Carniceros que no respiran y a los que intentas llevarles el pan, a personas mayores que no pueden salir de casa...", explica. Eso sí echa de menos a su gente, ese amigo que vive en Soto Lezkairu y le compraba a diario el pan antes de ir a trabajar y al que ahora no puede ver. Trabajan tan rápido en esta tienda que evitan que se formen colas, asume con gracia.

Guantes, mascarillas y banquetas delante del mostrador para que no se toque y desinfectar con alcohol la zona donde se trabaja. Todo sin parar. "Hemos hablado con otros comercios y nos damos cuenta que está viniendo mucha gente que habitualmente no venía", señala. También se muestra optimista sobre la cuarentena. "Sí que ves a gente que pasa dos y treces veces con el carro pero la mayoría la respeta. En el Parque de los Enamorados donde vivo se ha visto gritar de la ventana a algún vecino que hacía alguna escapada...". "La gente sí aprovecha el momento de salir a por el pan para relacionarse. Acuden a la panadería procesiones de abuelos, padres, niños... de todas las edades", recalca. Aunque se considera una privilegiada es consciente de que al tener que suprimir el servicio de barra y cafetería los ingresos se van a resentir, y al igual que otros comerciantes del barrio van a pedir a sus caseros una tregua del alquiler. Para seguir adelante.