Hace ocho años que un grupo de educadoras decidió asociarse en Pamplona para unir, en el marco de una misma filosofía y metodología, a las antaño denominadas Casas Amigas, un servicio que aunque nació hace más de una década como un recurso para las propias amatxos -que decidían cuidar también de otros niños además del suyo para contribuir a la conciliación-, hoy se ha convertido en mucho más. Ha pasado de los cuidados a la educación, a la pedagogía, en un sector que gana cada vez más adeptos y que ahora, en plena pandemia, se ha hecho -si cabe- mucho más visible.

Creciendo Juntos agrupa ya a una decena de educadoras, tres de las cuales abrirán sus respectivos hogares -cada uno con un máximo de cuatro menores de 0 a 3 años- este septiembre. La vecina de Villava de 33 años Maitane Domench Aristu lleva cuatro años en la agrupación, los dos últimos como coordinadora. “Es un servicio que cada vez se conoce más. Cuando yo empecé muchas personas no lo conocían, ahora ya les suena y a raíz del confinamiento hemos pasado a tener también más contacto con Derechos Sociales, para concretar protocolos y saber cuándo y en qué condiciones podíamos abrir -explica-. Se está viendo que es una buena alternativa y estos últimos meses se ha notado más movimiento”.

Tienen lista de espera, aunque asegura que faltan muchas cosas por hacer en un sector que está regulado únicamente por una Orden foral (la de 2006), a pesar de que en sus inicios fue gestionado por la Fundación Xilema y contaba con subvenciones. “Ahora no. Las trabajadoras son mujeres, autónomas, trabajan en su propia casa y el hecho de que no sea un servicio público lo encarece demasiado. Tenemos que conseguir financiación de alguna manera para poder hacerlo más accesible a todas las familias y que no se convierta en algo elitista que sólo algunas se pueden permitir. Es un derecho esencial, porque aunque la educación infantil no es obligatoria, está claro que el aprendizaje en esta etapa es muy importante y hay que darle la importancia que se merece”, asume.

Aunque en otras Casas Amigas funcionan a demanda y se adaptan como pueden a los horarios de las familias, ellas han establecido en la asociación contratos mínimos de 7 horas tanto para mantener la estabilidad de las trabajadoras como para asegurar que los grupos son estables e incrementar así la seguridad ante posibles contagios, no sólo por culpa de la covid sino para otras enfermedades que también están presentes el resto del año. Además, crearon la figura de la coordinadora para contribuir a la gestión en lo que atañe a lo organizativo y para procurar también que las sustituciones, si una de ellas se pone enferma, sean factibles.

cada vez Más demanda

“Es un servicio que está a la orden del día, y que cada vez más familias demandan porque se involucran más y quieren que sus hijos e hijas reciban también una educación, no sólo cuidados. Pocas personas se plantean pasar los tres primeros años en casa con sus txikis, y tampoco pueden hacerlo”, valora.

Son, además, educadoras que cuentan cada vez con una mayor formación y están más especializadas en todo lo relacionado con la infancia. “Queremos trabajar de una manera muy concreta y tenemos en común que no nos convence el sistema actual. Buscamos espacios más pedagógicos y adaptados a las necesidades de los niños y niñas”. Viven ahora, señala, “un momento muy bonito, explosivo, porque estamos con muchas ganas de hacer cosas, de repensar cómo se está haciendo y cómo podemos mejorar. Estamos llevando a cabo trabajo en equipo, enriqueciéndonos y desarrollándonos, y eso es muy bonito”, señala.