Corría el año de 1911 cuando un hortelano de la Magdalena llamado Gerardo Areta Otamendi junto con su esposa Agapita Labiano compró la casa número trece de la calle Mañueta. El edificio de tres pisos, contaba además con ático y un amplio patio en la parte posterior. Gerardo era muy aficionado a la pelota y dicen que cuando subía a Pamplona desde su huerta y vaquería veía jugar al personal en una pared de la muralla, el llamado Jito Alai, lugar que consideraba como poco apropiado.

1933. Anuncio en prensa de la sesión de pelota matutina y el baile por la tarde.

Era consciente de que en aquella época Pamplona, aunque todavía contaba con los frontones de largo del Juego Nuevo y el recién inaugurado, también de largo, Euskal Jai, no poseía un frontón público para jugar a mano. Hacía poco habían desaparecido los trinquetes de Jarauta y San Agustín, así como la pared para jugar al blé que se encontraba junto a este último trinquete. Con esa idea y con mucho tesón y trabajo consiguió transformar el patio de su recién comprada vivienda en un frontón cerrado con pared izquierda, adaptando además en la contra cancha un pequeño graderío para el público. Cuentan que como el techo del patio iba a quedar demasiado bajo, no dudó en rebajar el suelo unos dos metros para conseguir la altura adecuada.

Al frontón, al que se le bautizó como Frontón Moderno, se accedía por el portal número 13 de la calle Mañueta desde donde un largo pasillo llevaba hasta la zona del rebote. El blé o frontis era de piedra y el suelo de la cancha de cemento pulido. El tejado era a dos aguas formado por una estructura metálica de cerchas triangulares tipo Polonceau, estructura apoyada en la pared izquierda y en tres columnas, también metálicas, en la zona del graderío. La cubierta del tejado era de chapa de zinc, excepto un gran ventanal acristalado en las cercanías del frontis; precisamente por ese material de su cubierta era conocido popularmente como el Zinc Palace.

La puerta de entrada en el número 13 de la Mañueta.

El graderío, capaz para unas ciento cincuenta personas, estaba cubierto por un tejadillo encima del cual un gran ventanal corrido se elevaba hasta el tejado. Es decir, a pesar de ser cubierto e inicialmente sin instalación de luz eléctrica, podía jugarse sin problemas durante las horas de luz diurna. Los partidos programados eran casi siempre por la mañana para aprovechar el rato de mayor luminosidad y por la tarde los aficionados jugaban sus partidos o al punto hasta que literalmente no veían la pelota. Años después de su apertura, se instaló luz eléctrica con lo cual el frontón permanecía abierto hasta las diez de la noche.

Eran tiempos de penurias económicas y muchos pelotaris tenían que utilizar el servicio de alpargatas ofrecido por el frontón, alquilándolas para jugar, 30 céntimos las nuevas y 20 las usadas. En la parte trasera de la pared izquierda cerca del rebote una pequeña puerta daba acceso a los urinarios con lo cual el que hacía uso de los mismos tenía que atravesar la cancha y estar pendiente de la cercana presencia de los propios jugadores. Por la misma puerta se accedía también un pequeño cuarto de aseo a modo de vestuario para los pelotaris. En los primeros años, como así figuraba en el padrón municipal, también se utilizó el frontón para jugar a bochas, a la rana o como taberna improvisada e incluso para hacer algún baile de sociedad. Justo debajo del graderío tenía habilitada una pequeña barra de bar en donde se servían medios de vino, gaseosas de bolo y se vendían cigarrillos sueltos.

Inauguración

El día 30 de abril de 1913 a la una de la tarde se inauguró el frontón con la celebración de un banquete que su dueño Gerardo Areta ofreció a sus amigos, a los industriales que habían participado en su construcción y a la prensa local. La comida fue preparada por el que iba a ser conserje del frontón Eleuterio Leoz que, además, contó con algunos familiares suyos músicos, para amenizar la sobremesa. Al día siguiente, uno de mayo, a las once y media de la mañana se celebró el partido inaugural entre dos parejas de aficionados costando la entrada 25 céntimos.

Como es bien conocido el mundo de la pelota y el de otras modalidades deportivas propias de la idiosincrasia de los vascos, conlleva casi siempre el cruce de apuestas tanto entre los propios contendientes como entre los espectadores aficionados. Y si por algo se caracterizaba el frontón de la Mañueta es por los curiosos desafíos entre los contendientes. De esta forma eran corrientes las apuestas en que el jugador que teóricamente llevaba ventaja se cargaba con algún tipo de hándicap, jugar con una sola mano, cargando con un peso, una silla o un saco, darse una vuelta antes de golpear la pelota o algunos tan variopintos como jugar con un perro atado a la pierna.

Una forma muy habitual de dar ventaja al contrincante era dejarle restar al segundo bote. De forma curiosa en algunos de los partidos y rompiendo el reglamento habitual en el juego a mano en frontón de pared izquierda, si la pelota botaba en la cancha tras pegar en las columnas del graderío o en la puerta del vestuario-urinario se consideraba como buena, al modo del juego en trinquete. Algunos habilidosos pelotaris intentaban este tipo de artimañas voluntariamente.

La primera de las columnas de hierro en la contracancha de los primeros cuadros resultaba especialmente peligrosa al tratar de restar algunos dos paredes y cuando un habilidoso delantero apodado Carabina se destrozó la mano contra la columna decidieron aserrarla, lo que requirió algunos apaños añadidos a la estructura del tejado. La zorrería de algunos jugadores era, en este frontón, más valorada que la fuerza o indarra de otros. De esta forma llegó a acuñarse popularmente el término de mañuetero al jugador que utilizaba este tipo de estratagemas, término que después se llegó a extender a otros ámbitos deportivos o sociales.

Muchos de ellos llegaron a ser famosos como Jacue, que acostumbraba a jugar con una silla y restar sentado o Zubielqui apodado el Limpias que, a pesar de su aspecto físico enclenque, tenía muchos recursos, aceptaba las más pintorescas apuestas y terminaba casi siempre ganando. Cuentan de Jacue que, estando jugando un partido, comenzó a llover y con el tejado algo deteriorado pronto se hicieron presentes las goteras, le proporcionaron un paraguas y continuó el partido con el mismo abierto y, terminó ganando. José Azcona que se hacía llamar Azkonitiain era famoso por su habilidad en las dejadas. Algunos otros se hicieron grandes pelotaris aprendiendo en la Mañueta y llegaron a los cuadros profesionales de frontones de prestigio, como es el caso de Hermenegildo Arbizu, Mere, luego afamado re-montista en el Euskal Jai de la calle San Agustín.

Luis Zubielqui ‘Limpias’, uno de los afamados mañueteros.

Para 1924 Gerardo Areta, aunque tan solo contaba con 54 años, cansado de la actividad vendió el frontón y su gestión a los hermanos Anastasio y Felipe Armendariz. Confesaba Gerardo que, con su negocio había podido sacar adelante a su numerosa familia y ya le tocaba descansar. Por desgracia 8 años después falleció repentinamente con tan solo 64 años. Supo transmitir a su descendencia la práctica deportiva y su hijo Serafín, además de pelotari habitual en el frontón de la Mañueta, fue portero de Osasuna desde su fundación y años después hasta cuatro de sus nietos llegaron a hacerse también famosos futbolistas, inicialmente en Osasuna, después en otros equipos punteros.

Por otra parte, los hermanos Armendariz, nuevos dueños del frontón, eran oriundos de la localidad de Lerga y acababan de regresar de América con algunos ahorros con los que pudieron hacerse con la propiedad. Eran, además de aficionados, buenos pelotaris y jugadores habituales, especialmente Felipe, que como buen mañuetero fue también muy conocido por sus apuestas y curiosos desafíos.

Un duelo de sables

El día dos de marzo de 1930 se produjo en el frontón Moderno un evento que, sin tener nada que ver con el juego de la pelota, llevó el nombre del establecimiento de la calle Mañueta a todos los periódicos del ámbito estatal. Unos días antes en el bar Pidoux de Madrid el teniente de caballería Primo de Rivera, hijo del que hasta hacía apenas un mes había sido jefe dictador del estado español, se enzarzó en una pelea con el capitán de aviación Resach uno de los principales valedores e instigadores de la república, que terminó instaurándose tan solo un año después.

Separados de la pelea, pero no conformes y considerando el suceso como una cuestión de honor, siguiendo costumbres ya olvidadas por la sociedad, se retaron a duelo a sable, y a todo juego, es decir a muerte. Uno de los padrinos de Primo de Rivera, el también oficial de aviación Ansaldo, poseía una finca en las cercanías de Pamplona en donde fue fijado el duelo a las cinco de la mañana del domingo dos de marzo. Una vez en el lugar ambos contendientes, tanto los padrinos como los médicos citados para sanar las supuestas heridas de los duelistas, consideraron que el lugar era inapropiado al encontrarse encharcado por las recientes lluvias.

De este modo se trasladaron a la ciudad y puestos en contacto con los dueños del frontón Moderno decidieron la celebración del duelo en dicho local, eso sí, pagando quinientas pesetas por el alquiler. Y así se hizo a partir de las siete de la mañana, por supuesto a puerta cerrada y sin más testigos que los padrinos, médicos y responsables del frontón. En el primer lance Primo de Rivera resultó herido en un brazo, aunque pudo continuar la lucha. Poco después volvió a ser herido por el capitán Resach en el otro brazo resultando también este ligeramente lesionado.

El duelo fue suspendido a instancias de los médicos, levantándose acta, aunque los contendientes no llegaran a reconciliarse. Cuentan los reporteros de prensa que el aviador Resach al acabar y a pesar de tener alguna herida se puso a jugar a pelota con una pala, considerándose orgulloso como vencedor del duelo. El episodio, por inusual en la sociedad del ya avanzado siglo XX, fue ampliamente referido en toda la prensa estatal.

Otros curiosos eventos tuvieron lugar en el frontón. En más de una ocasión es sabido que familias de gitanos alquilaron el local para celebrar una boda, a su estilo y costumbre; dicen que los festejos solían durar hasta tres días, se alborotaba mucho al vecindario y, además, no siempre acababan pacíficamente.

En mayo de 1949 falleció a los 71 años Anastasio Armendariz sin haber dejado de jugar a pelota hasta pocos días antes. Su hermano Felipe iba continuar, unos pocos años más, con la programación de partidos y con sus desafíos como pelotari activo. El auge que estaba tomando la pelota, especialmente la especialidad a mano hizo demandar a los pamploneses una instalación más moderna y capaz por lo que, el ayuntamiento decidió construir en 1951 el nuevo Labrit, frontón corto que completaba la oferta del Euskal Jai, utilizado para especialidades que requerían frontón largo, fundamentalmente remonte.

Con intenciones de abrir la estrecha calle Mañueta hacia la de Carnecerías y hacer una plazuela aledaña a la Casa Consistorial, que luego conformaría la hoy llamada Plaza de los Burgos, el ayuntamiento compró, más bien expropió, el frontón a su dueño Felipe Armendáriz por un valor de 750.000 pesetas y en 1954 se procedió a su derribo. Iba a desaparecer así el pomposamente denominado Frontón Moderno, el destartalado Zinc Palace, en donde se habían desarrollado tantas y tantas hazañas pelotazales, aquellos partidos de desafío, con originales apuestas, frontón por el que habían desfilado los tipos más curiosos y contradictorios, los populares pelotaris mañueteros.

La futura plaza de los Burgos, cerrada por el Zinc Palace al fondo.

Muchos años después en 1986 aprovechando la rehabilitación del mercado municipal de Santo Domingo y la reurbanización de toda la zona se construyó un nuevo frontón en el mismo lugar, aunque por la falta de espacio, de dimensiones no reglamentarias. De gestión municipal, no se organizan partidos oficialmente y es usado habitualmente por pelotaris aficionados que simplemente solicitan la llave en el consistorio para poder jugar. Son los nuevos mañueteros.