La taberna Arga es un punto de encuentro para la Rochapea. Durante 20 años ha sido una incubadora de ideas y proyectos solidarios. Cada 25 de diciembre, por ejemplo, olentzero visita la taberna y recoge todos los juguetes que dejan los vecinos para aquellas personas que no gozan de un detalle en Navidad.

Nekane Zibiriain, la propietaria, también ha recurrido a la música para ayudar a Haizea Mayayo Solchaga, una niña que padece síndrome de Aicardi-Goutieres. Todos los miércoles, antes de la pandemia, una orquesta amenizaba la velada de los comensales del Arga, y los beneficios se destinaban a la familia de la pequeña. Además, el piano frente al mostrador, que sonaba todos los martes, fue vendido a una amiga de Fernando Esparza, la mano derecha de Nekane. Lo que sacaron, para Haizea.

En definitiva, el bar Arga, comprado en 2001 por Zibiriain "de puntillas, porque no conocía el barrio mucho", es ahora historia. Una historia que no encuentra relevo tras más de dos años a la venta. La fachada del portal nº 11 que da acceso a la taberna, en la calle Joaquí Beunza, llama la atención por su grafiti con las inundaciones de la Rochapea en 2013, cuando el río Arga se desbordó y la taberna sufrió daños materiales.

En la imagen figuran de los bertsolaris Julio Soto y Telleregui, y un niño con sus katiuskas y un cubo achica el agua. En el interior del bar, cuatro paredes repletas de posters de fútbol, remo, etc. acogen al comensal en la primera planta. El resto de los comedores se ubican en el piso de abajo y en el de arriba. En total, tres plantas más la terraza. "En estos momentos, dentro pueden entrar unas 50 personas. Ahora bien, cuando el covid-19 no existía, en Sanfermines hemos dado de almorzar a más de 150 personas", afirma Nekane.

El futuro

Pese a la trayectoria y capacidad del bar, Zibiriain no encuentra comprador desde que en 2019 puso a la venta el local. "Me da la sensación de que la gente no tiene la misma ilusión que yo. Mi padre, por ejemplo, que tiene 90 años, sigue haciendo migas de pan cada uno de mayo para todos los clientes", dice la propietaria.

Reconoce que es un oficio sacrificado, ya que se levanta a las cinco de la mañana para abrir a las seis y se acuesta cuando le dejan. Y añade: "No quiero bajar la persiana sin más porque tiene una trayectoria de 70 años. Si alguien estuviera dispuesto a colaborar para convertirlo en una sociedad o comedor social, yo le ayudaría porque le veo salida".

Fernando, por su parte, se muestra optimista porque cree que cuando un tema es benéfico la sociedad responde. "En Navarra, incluso, a nivel estatal hay mucha gente pudiente. Me cuesta entender que no haya nadie dispuesto a coger este bar histórico y sin embargo, haya gente capaz de pagar en fiestas del Valle de Arza 6.000 euros por un trocito de queso".