Finales de agosto. Eduardo Catalán Núñez veraneaba en Tarifa, Cádiz, hasta que observó en un portal de anuncios que el asador Erretegia de la Estafeta, cerrado desde noviembre de 2020, se alquilaba.

Me cogí la furgoneta y me hice los 1.000 kilómetros del tirón. No paré ni a mear para que no me lo quitaran. Siempre había estado detrás de un bar y un asador libre en la Estafeta no se ve todos los días. No quería perder esta oportunidad”, relata Eduardo, nuevo dueño del establecimiento hostelero.

El asador levantará de nuevo la persiana el próximo miércoles y Eduardo celebrará una inauguración en petit comité.

“No lo estoy anunciando a bombo y platillo, ni he colocado carteles. Tengo intención de abrir a las cinco-seis de la tarde y he invitado a la familia, a los amigos y a las personas que han permitido que este proyecto salga adelante. Pero bueno, la puerta va a estar abierta para todo el mundo y él que se acerque será bien recibido y podrá comer jamón cortado por un jamonero y beber vino gratis”, adelanta.

El asador, indica, apuesta por la cocina tradicional: “Le vamos a dar bastante caña a la parrilla. Chuletones, solomillos y piezas de ibérico como secreto, pluma o lagarto”, señala.

Las brasas también disponen de un espacio reservado para los pescados: “Comer un buen besugo o rodaballo a la brasa se agradece”, comenta.

Y para picotear, verduras de temporada y su “buque insignia”, la cazuela de champiñones. “Mi madre, Mariví Núñez, nos ha desvelado la receta. De txiki preparaba la cazuelica en el bar de su tío, el bar Txana, en Artajona. De cría le echaba una mano y cocinaba esta receta en el pueblo”, recuerda.

De los postres, destaca una torrija casera “especial” y una tarta de queso con un coulis de fresas naturales.

Reforma total

Durante los dos últimos meses, el asador ha sufrido una transformación de imagen total: el suelo se ha cambiado por completo, se han pintado las paredes y el techo, se han tirado los baños y se han construido unos nuevos con azulejos, las paredes se han revestido, la cocina se ha forrado en acero inoxidable y la han aislado para evitar la salida de olores al resto del asador. “Y ya que estamos, y ya que estamos, y ya que estamos... Ya estoy de la reforma hasta el copetín”, bromea.

En este arduo proceso, Eduardo agradece el papel que ha jugado su padre, José Manuel Catalán, que ha ejercido de jefe de obra. “Ha dirigido y controlado perfectamente”, defiende. Tras la reforma, el asador cuenta con un aforo de 30-35 comensales.

Por el momento, en el restaurante van a trabajar cinco personas: una jefa de cocina y un ayudante y tres camareros: la cuñada, una amiga “y mi moza”, explica. Además de la presencia omnipresente de Eduardo: “Me voy a traer un saco y me voy a quedar a dormir aquí”, asegura.

A pesar de haber estudiado informática y telecomunicaciones, “de siempre” le ha gustado ser camarero. Durante la carrera, los fines de semana trabajaba detrás de la barra y también en Sanfermines. “Me la gozaba y me la gozo más dentro que fuera, aunque parezca mentira. Por ejemplo, en las fiestas de Mendavia, el último día lloraba porque quería seguir trabajando de camarero”, confiesa.