La elección de Tudela para celebrar una fiesta antinuclear y antimilitarista no era casual. La cercanía del Polígono de Tiro de Bardenas y que la capital ribera fuera uno de los lugares donde el Plan Energético había valorado instalar una central nuclear (al igual que en Deba, Ispaster o Lemoniz), la hacían especial. El entorno de Murillo de las Limas era el lugar elegido para su instalación y ante la preocupación nació la plataforma ADMAR (Asociación en Defensa de Medio Ambiente de la Ribera) que había organizado una gran cita antinuclear. Aquel 3 de junio de 1979 Tudela se preparaba para recibir a miles de personas y vivir una gran fiesta reivindicativa, pacifista y ecologista. Pero en aquellos años aún quedaban muchos flecos y formas del Franquismo.

El comisario provincial había tranquilizado al alcalde de Tudela, Francisco Álava, diciéndole que “habría un contingente que no excedería en absoluto de la normalidad, si bien en las afueras habría un despliegue espectacular, no ya para intervenir, sino más bien para impresionar”. En aquella primera reunión le explicó que una de las intenciones de las fuerzas de orden público era la de evitar la entrada de vehículos en Tudela por lo que autobuses y coches fueron desviados hasta 40 kms para obligarles a aparcar en la carretera de Cabanillas. Hubo gente recorrió andando varios kilómetros bajo el sol hasta el paseo del Prado, donde las intervenciones se retrasaron dos horas. Las protestas de las autoridades municipales de nada sirvieron.

En el entorno del paseo de Pamplona, centro de los actos, todo era tranquilidad pero pese a ello varios autobuses de antidisturbios cercaron la salida e incluso algunos números se subieron a las vías del tren para dominar la zona. Parecía que la policía había tomado la ciudad. “No se va a producir ningún hecho grave. La fuerza que viene es gente muy preparada y práctica”, explicaron a Álava por la mañana. Tan prácticos fueron que no hicieron caso a ninguno de las peticiones que los ediles realizaron para que dejaran de usar una fuerza totalmente innecesaria.

primeras cargas A las 16.15, cuando los organizadores empezaban a pensar en dar por terminados los actos y abandonar Tudela, las fuerzas de orden público “irrumpieron en el recinto con un despliegue de fuerzas impresionante”, relataba el entonces concejal Antonio Bueno. “Varias personas nos acercamos para hablar con ellos (Milagros Rubio, Inés Redondo y Facundo Salcedo) y me presenté como alcalde en funciones, pero no reconocían a nadie. Se liaron a dar mandobles y a tirar tiros”. Los ediles realizaron varios intentos de ponerse en contacto con los superiores sin resultado “nos dijeron que ellos tenían órdenes y que no podían hacer caso a ningún alcalde de pueblo”. Mientras, a golpe de porra y de disparos de pelotas de goma, encauzaron a la gente por la carretera de Pamplona, al tiempo que impedían entrar en Tudela por la iglesia de la Magdalena. En mitad del caos y de los enfrentamientos, que se extendían del paseo del Prado al puente del Ebro pero que llegaron hasta la plaza de Los Fueros, se oyó una detonación.

El alcalde en funciones, Antonio Bueno, relató en el pleno extraordinario del día 4 de junio el momento de la muerte de Gladys. “Apareció un coche con la sirena funcionando. Traían un herido pero no pudimos ver quién era. Nos personamos en el lugar de los hechos y vimos un gran charco de sangre. Había tiros por todas partes. Parecía Corea”. Según narraron después testigos presenciales, “estando sentado un grupo de gente comiendo unos bocadillos se acercaron unos números de la Guardia Civil. Esta chica, en concreto, debió recibir un golpe en los riñones por parte del miembro que después disparó. Cayó al suelo y cuando intentaba levantarse recibió a bocajarro un tiro que le entró por la boca y le salió por la nariz”. Enseguida se conoció el nombre de la joven, Gladys del Estal, que había llegado en autobús desde San Sebastián, y que estaba sentada en el puente del Ebro cortando la circulación en señal de protesta por las cargas policiales. Los gritos de horror, las lágrimas y los insultos contra las fuerzas del orden arreciaron y muchos policías tuvieron que huir en furgonetas para tratar de evitar la lluvia de piedras que les caía tras convertir un acto pacifista en una tarde de horror.

Los intentos de Bueno, Rubio, Lakarra y Redondo por tratar de hablar por teléfono con la Diputación, el Gobierno Civil o el Ministerio del Interior para que cesaran las cargas sin sentido obtuvieron respuestas tan peregrinas como “está de viaje” o “tomando café” o “en misa”. Ante el cariz de la situación, los ediles se dirigieron al Consistorio, lo abrieron para que la gente se refugiara y se celebró un pleno de urgencia. “Queda claro que el Gobierno intenta repetir en la Ribera la masacre que en 1978 provocó en fiestas de San Fermín”, afirmaron.

Tras realizar un llamamiento a la “desobediencia civil” ante las fuerzas de orden y a la “huelga general” por los sucesos, se inició una manifestación desde la plaza Vieja. Al llegar a la calle San Marcial, cerca del Teatro Gaztambide, “volvió a aparecer la Policía con sirenas, cargando y disolviendo”, por lo que Rubio y Lakarra se dirigieron a la comisaría. “Cuando estábamos hablando con ellos un grupo comenzó a correr con el arma en la mano. Nos quedamos atónitos, varios de ellos llevaban a un chico agarrado de los pelos, tirando hacia atrás, y le ponían la pistola en la sien”.

Al día siguiente, el Parlamento Foral celebró una sesión de mucha tensión, en una cámara que presidía Víctor Manuel Arbeloa. En la calle, la Policía Nacional disgregaba con dureza manifestaciones en Carlos III por lo que varios parlamentarios les increparon desde las ventanas del Parlamento. En un momento incluso un agente apuntó con su arma a un balcón del edificio. Días después, el Gobierno Civil, a cuyo frente se encontraba Eduardo Meijide, hizo pública su versión. “Cuando se encontraba en labores de disuadir a los presentes de que dejaran libre la vía, un manifestante agarró por detrás tirando con fuerza de la metralleta que, colgada del hombro, portaba uno de los guardias tratando de arrebatársela. El guardia civil sujetó el arma echándose hacia delante para contrarrestar el tirón. En el forcejeo se produjo un disparo que alcanzó a Gladys del Estal”.