recuerdo que aquel 3 de junio de 1979 mis padres nos sacaron a toda la familia de Tudela porque era bastante evidente que la reivindicación pacifista podría acabar en cargas policiales y movidas callejeras. No era porque desconfiaran de la fiesta, ni mucho menos, más de la actitud policial. Mi padre estaba acostumbrado a defender a jóvenes que se significaban políticamente y que, como consecuencia, eran detenidos o, cuando menos, molestados por las Fuerzas de Orden Público. Aquellas FOP, herederas directas de las Brigadas Político-Sociales, no se andaban por las ramas y eran aficionadas a reprimir cualquier concentración callejera a base de porras, botes de humo y amenazas con armas en la mano. No es leyenda, el sumario del caso de Gladys del Estal está lleno de referencias de ese estilo, guardias que corrían pistola en mano o agentes que portaban un fusil ametrallador con el seguro quitado. No son exageraciones ni elementos literarios. Era el día a día de muchos jóvenes tudelanos y navarros que ganaron las calles para la Democracia, convirtiéndolas en el mejor altavoz de los derechos de la ciudadanía que ha existido. Al realizar este reportaje me he sumergido perfectamente en aquellos años que parecen haber quedado diseminados entre la salida de una Dictadura y el Golpe de Estado. En aquel 1979 los pueblos y las ciudades estaban aún sin organizar. Los ayuntamientos debían empezar a crear comisiones ciudadanas que pensaran cómo poner en marcha la recogida de basuras, cómo construir nuevos hospitales para una población que se había multiplicado en los 70. Eran los detalles de la vida diaria que, ante el peso de la opresión política, se habían olvidado y que solo guardan la memoria de tudelanos y tudelanas de entre 50 y 65 años. Urge la recuperación de esta memoria de esos años, de aquellos encierros en la iglesia de la plaza Nueva y los porrazos de los grises a la salida, de aquella lucha antinuclear, de aquellos primeros ayuntamientos con casi tantos partidos como concejales, de los insultos y amenazas en los plenos, de la sensación de que se estaba construyendo una ciudad entre todos, de la participación vecinal en la política y de los movimientos obreros contra la situación en las empresas. Tudela se merece un libro sobre esos años de blanco y negro, años de carreras, de manifestaciones, de protestas y de pequeños grandes logros.