asta mitades del siglo pasado Tudela era un pueblo grande, en el que más allá de la Plaza Nueva y de la Carrera no había más que unas cuantas casas, almacenes e industrias. Entonces nació el barrio de Lourdes, posteriormente los de Peñuelas, Griseras... y entre 1950 y 1985 el casco antiguo bajó de 12.000 a 3.300 habitantes, mientras que la ciudad pasó de 13.000 a 26.000. Las administraciones públicas tuvieron que intervenir para intentar corregir ese declive progresivo, y desde entonces se han dedicado muchos recursos a la recuperación de algunos edificios emblemáticos, se han realizado actuaciones de regeneración urbana y se han mantenido ayudas considerables para incentivar la rehabilitación de las viviendas particulares.

Entre todos hemos conseguido que una parte del casco viejo esté muy mejorada; no hay más que pasearse por la Plaza Nueva, San Jaime, Herrerías... zonas que disfrutamos y que nos enorgullecen cuando las enseñamos. Pero es innegable que aún queda mucho por hacer, y que hay otra parte (entre el Terraplén, Sementales, la Plaza Vieja, San Nicolás y el Paseo del Castillo) que necesita todavía mucha inversión pública y privada.

A día de hoy el casco antiguo no tiene mucha población (y una parte de ella, que generalmente ocupa las zonas más deterioradas, tiene escasos recursos económicos), el comercio está bajo mínimos, las calles soportan gran parte del ocio de toda Tudela, y los residentes ven cada día personas de toda la comarca que vienen a diferentes centros educativos y también un turismo creciente al que no saben muy bien cómo responder.

Hablamos de un barrio en sí mismo, que es el corazón de la ciudad (en él se concentran servicios para toda Tudela y también una parte importante de su memoria) y a la vez de un barrio más -y muy principal- de la ciudad/comarca llamada Ribera. Y además no hay un único casco antiguo, sino muchos: el de las terrazas y los pincho-potes, el de los ruidos molestos por las noches, el de las gestiones o las compras, el de los edificios y los solares abandonados, el monumental de los turistas, el de los perros que ladran y no dejan dormir...

Los romanos nombraban a la ciudad de diferentes maneras. La llamaban urbe (lo urbano) refiriéndose a lo construido: los edificios, las calles y plazas, los jardines... La llamaban civitas (lo ciudadano) refiriéndose a las personas que ocupaban lo urbano y a las relaciones que se establecían entre ellas. Y la llamaban polis (lo político) refiriéndose al sistema legal y normativo del que los ciudadanos se dotaban para organizar su convivencia en lo urbano. Todo esto desde su concepción de la ciudad como refugio y como manifestación de dominio sobre la naturaleza. En la actualidad a esta visión clásica le tenemos que incorporar criterios de sostenibilidad (económica, social y ambiental) en el marco del nuevo paradigma que nos obliga a encontrar nuestro lugar en el planeta sin comprometer la viabilidad del mismo.

Y si las ciudades antiguas eran complejas, qué decir de las contemporáneas, que además de sostenibles deben ser "democráticas" y ya no pueden funcionar de arriba abajo, ni se pueden "imponer". Los cambios urbanísticos deben incluir participación, los grandes proyectos urbanos deben estar precedidos de intensos debates ciudadanos... la ciudad contemporánea sería necesariamente inclusiva, y tendríamos que hacerla -sí o sí- entre todos.

En la pasada legislatura, con el objetivo de avanzar abriendo cauces a la participación, se puso en marcha la Mesa del Casco Antiguo, en la que se debatieron cuestiones como la progresiva peatonalización y la calidad de los servicios para los residentes, y se trabajó sobre diferentes propuestas para la mejora de la convivencia, como el Día del Casco Antiguo, el programa Érase una vez un Solar... en el que se adecuaban solares municipales abandonados con la participación de la ciudadanía... Se trabajó lo urbano y también -y mucho- lo ciudadano.

En la actualidad se está completando la instalación de fibra óptica en gran parte del casco, lo que posibilita la deseable conectividad del mismo, y pronto comenzarán -por fin- de las obras de regeneración urbana del entorno del Horno de Coscolín, acordada entre el Ayuntamiento de Tudela y el Gobierno de Navarra. Estas dos actuaciones han sido muy esperadas, y combinan lo urbano y lo ciudadano, lo que nos da motivos para estar esperanzados.

Queda claro que se han hecho bastantes cosas, que hay algunas que están en marcha y que quedan otras para el futuro, pero en cualquier caso y desde mi punto de vista, se equivocan quienes piensan que los males del casco antiguo se solucionan únicamente con grandes proyectos y con obras o infraestructuras. La complejidad del problema hace que sea imprescindible seguir realizando actuaciones, muchas de ellas necesariamente pequeñas (como por ejemplo las propuestas de mejora de mobiliario urbano y jardinería realizadas recientemente por la Asociación de Vecinos), que contribuyan a la generación de identidad y al fortalecimiento de las redes comunitarias y de convivencia, incidiendo todavía más en la mejora de lo ciudadano. Lo social debe seguir apareciendo en la agenda en un lugar preferente, porque como dice Edward Glaeser, prestigioso profesor: "Hemos de liberarnos de nuestra tendencia a ver en las ciudades ante todo sus edificios, y recordar que la ciudad verdadera está hecha de carne, no de hormigón".

El autor es arquitecto y vecino del casco antiguo