ice el refrán que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Esa característica tan humana, en pocas ocasiones se pone tan en evidencia como en las inundaciones. Otra frase habitual tras las riadas es que "el agua busca su sitio" o que el "río ocupa su llanura" y sin embargo no se toman medidas. Pocas inundaciones ha tenido Tudela tan devastadoras como la del 29 de mayo de 1871 y no provino del Ebro, sino del Queiles, uno de sus hermanos menores. Este río atraviesa Tudela de Sur a Norte y su curso cruza el paseo del Queiles, la plaza Nueva, la calle Muro y el paseo de Pamplona, afectando sus aguas a todas las calles de alrededor, especialmente al Casco Antiguo.

Aquella inundación generó grandes pérdidas a la ciudad y uno de sus ingenieros más relevantes, Luis Zapata, dejó por escrito las conclusiones que él había extraído de la catástrofe, apenas diez días después. En el libreto Río Queiles. Rápida ojeada sobre la inundación acaecida el día 29 de mayo de 1871, apuntó sus ideas sobre qué medidas habría que adoptar para evitar daños como aquellos. Sus sugerencias se olvidaron en estos 150 años y la situación del curso del Queiles por Tudela es, si cabe, más peligrosa que entonces, ya que durante su último kilómetro, hasta desembocar en el Ebro, transcurre constreñido y encorsetado.

Zapata vio como algo necesario, para evitar daños como los sufridos en aquellos días, aumentar el cauce que se le da al Queiles, arreglar su curso, urbanizar las calles de tal manera que se pudieran inundar y prohibir la construcción de bodegas. Pedía Luis Zapata "como tudelano" que se "medite cuanto expongo, ansioso de contribuir a la mayor ventura de la ciudad que me vio nacer". Sus propuestas eran: "1- Estudiar el desvío de parte del agua torrencial, no sólo como de interés local, sino como provincial y aún ocupacional. 2- Dar cauce suficiente al Queiles, en la parte donde atraviesa la ciudad, aumentando el número de sus arcos. 3- Disponer su canal en buenas condiciones, acordar sus muros con curvas estudiadas, evitando los choques directos y reflejados que son una de las principales causas del desbordamiento. 4- Arreglar las calles, que, aún así, se puedan inundar, en condiciones tales que no sufran más daños que los del momento, encauzándolas y dándoles la salida directamente al Ebro y atravesando el terraplén del ferrocarril por nuevo arco u otro medio que se encontrarse. 5- Reglamentar la construcción, prohibiendo las bodegas actuales y no permitiendo nuevas".

Aquel lejano año Tudela sufrió las crecidas del Ebro y del Queiles en apenas cinco meses. Los días anteriores al 9 de enero se registraron temperaturas superiores a los 15 grados y a este calor desacostumbrado le siguió varias fuertes nevadas. Del 10 al 12 de enero el agua alcanzó casi los 5,30 metros de altura y a su terrible paso por la ciudad se unió el efecto dominó de que el Queiles recibiera parte del agua sobrante del Ebro, por lo que también asoló las calles Portal, Muro y Huerto del Rey, entre otras. El entonces presidente de la Primera República mandó una carta al Ayuntamiento notificando que "he resuelto encabezar una suscripción con la suma de 25.000 pesetas y de esta suerte tendré al menos el consuelo de asociarme por el testimonio de mi compasión a los que lloran su ruina". Las crónicas apuntan aquella como la crecida más importante del río Ebro. Pero cuatro meses más tarde, el 29 de mayo de 1871, el Queiles despertó de su letargo y arruinó, a su paso, buena parte de las viviendas que existían en su curso, hasta el extremo de que en un informe realizado por el ingeniero tudelano Luis Zapata para el Ayuntamiento de Tudela advirtió de que era necesario tomar algunas medidas como "abandonar en lo posible" las construcciones que existían en la "parte inundable" del río Queiles para evitar futuras desgracias. Zapata añadía en su informe de aviso que "no se debe consentir en estos momentos la reedificación al capricho del dueño a quien se debe sujetar a un plan: tan sólo así se evitarán reclamaciones en lo sucesivo". Esta crecida del agazapado Queiles dejaba tras de sí el fallecimiento de cuatro niños y una mujer y más de 100 casas destruidas. Al grito de "¡fuera de las casas, Tudela se inunda...!" los tudelanos abandonaron los pretiles del río Queiles en la calle Muro desde donde observaban la masa de agua que avanzaba. Eran las seis de la tarde y José Victoriano Pablús, que entonces era alcalde de una ciudad que contaba con unos 9.500 habitantes, mandó a la guarnición militar que formara un cordón para disuadir a los curiosos de que se acercaran al curso del río, pero pronto su furia se convirtió en la mejor alarma. Zapata, relata en su informe que "el extraordinario torrente de agua tenía que arrastrar los obstáculos que impedían su libre curso y comenzó a hacerlo de un edificio que era fábrica de destilados de vino que en el extremo sur del puente de Velilla tenía Manuel Mancho (puente Mancho) y las primeras construcciones pasado dicho puente por el que saltó por encima en una altura de 10 metros". Llegó al arco de la plaza de Los Fueros y como no podía dar salida a tal caudal de agua (que dividía en dos la ciudad) formó un remanso, subió más el agua y buscó una salida por las casas de frente y costado, donde estaba el matadero, y cayó formando cascada en las calles Fuente del Matadero y Cortadores y abrió todos los bajos de Concarera, Arbolancha y San Julián con el agua que sobraba del cauce de la calle Muro. El agua alcanzó 1,6 metros de altura en la plaza de Los Fueros, 3,4 metros en la calle Verjas, 6,7 metros en la calle san Julián, 6,8 en Cortadores y 4,5 metros en Yanguas y Miranda. La altura máxima del río llegó a 12 metros y en la desembocadura a 7 metros. Las pérdidas se valoraron en 6 millones de reales, se destruyeron 57 edificios, 61 se declararon ruinosos y 182 necesitaron arreglos. Desde ese día desaparecieron numerosos comercios, tras la ira del río así como el matadero, la fábrica de aguardiente de Manuel Mancho o la oficina de Correos. Según los cálculos de Zapata presentados en junio de ese mismo año, el arco de la plaza de Los Fueros tenía una superficie de 38 metros cuadrados "y se necesitaría tres veces más para la evasión del agua que llegó el 29 de mayo". El arco de desembocadura del río Queiles del ferrocarril también se quedó pequeño y el agua llegó incluso al cauce del Mediavilla. El hecho de haber sido por la tarde pero aún con luz evitó una desgracia humana mayor como la que en la noche del 14 de octubre de 1709 costó la vida a 100 personas con una crecida similar. En aquel 1871, hubo que lamentar los fallecimientos de los cuatro hijos de Tiburcio Ruiz y Manuela Jiménez ("el mayor de 12 años que fueron sepultados en las ruinas de sus casas"), así como de la viuda de Carasusán de 67 años, los tres en la calle San Julián. Los daños son ahora mucho menores, pero los tudelanos siguen vigilando los cauces y viviendo con cautela cada crecida de los ríos.

"Se necesitaría que el arco de la plaza fuera 3 veces más grande para evacuar el agua que llegó

el 29 de mayo"

"Habría que prohibir las bodegas actuales y no permitir nuevas"

Ingeniero Tudelano 1871