Sebastián, Gloria y Amelia no se veían desde 1969, cuando ellas eran unas niñas y él un trabajador de la obra en Australia y amigo de sus padres. La última vez que hablaron lo hicieron para despedirse. Ellas volvían a su casa de Monteagudo, él quiso celebrar su despedida. Días antes de que las dos niñas, hoy mujeres, emprendieran la vuelta a Navarra, Sebastián fue a buscarlas para dedicarles una canción que se convirtió en una emotiva despedida. Entonó Las Mañanitas a toda la familia y dijo adiós. Ayer, cuarenta y nueve años después, volvieron a verse en Tafalla, en una comida organizada por la Asociación Boomerang para reunir a antiguos emigrantes navarros y vizcaínos.

Los tres vivieron en el país oceánico, aunque por motivos diferentes. Gloria y Amelia Ochoa vivieron allí por el trabajo de su padre, él y su madre emigraron como parte integrante del proyecto de repoblación de Australia. Entre los años 1958 y 1964, 600 navarros salieron de sus hogares para trabajar en los cultivos de Australia. Muchos lo hicieron dentro de las operaciones Emú, Marta, Eucalipto y Canguro, un acuerdo migratorio del Ministerio español con el país oceánico para aumentar su población. Sebastián dejó Falces para encontrar trabajo.

Como ellos tres, otras 173 personas se reencontraron para compartir vivencias, rememorar etapas y conocer a los que vivieron su misma experiencia. Lo hicieron en Tafalla, en una comida que congregó tres generaciones diferentes. El acercamiento se realizó gracias a la Asociación Navarra Boomerang Australia Elkartea y Euskal Australiar Elkartea. Emigrantes, hijos y nietos se reunieron por primera vez desde 1999.

Sebastián lópez, 78 años. El inicio de su andanza australiana fue duro, su vivencia comenzó con cierto rechazo social. Sebastián abandonó su hogar en Falces con 23 años, se aferró a lo poco que tenía y se embarcó rumbo a Australia. No hablaba el idioma, no tenía dinero y ni siquiera sabía situar el país en un mapa. “La necesidad en casa era grande, teníamos mucha deuda”, relata. Sebas se fue por su cuenta, no formaba parte de ninguno de los programas fomentados por el Estado, no tenía familiares ni pareja viviendo al otro lado del mundo, tan sólo buscaba un trabajo bien remunerado. Llegó allí con un diccionario de bolsillo en la mano y la ilusión de frente.

No sabía adónde iba, no le importaba. Recuerda llegar en el barco y salir a buscar trabajo. “Iba por las calles buscando trabajo, preguntaba a la Policía pero ellos fingían que no me entendían y me daban la espalda”, reconoce. Durante siete años aquel fue su hogar, trabajaba en la construcción y disfrutaba de un entorno natural que se alejaba de su imaginario habitual. “Aquello era el paraíso”, recuerda. “Al llegar te rechazaban por ser un nuevo australiano, incluso nos ponían apodos”, relata. Su peor enemigo fue él mismo. “Durante un tiempo casi no comía, lloraba de impotencia casi todos los días, emocionalmente fue demasiado”, entona. Ahora desea volver y hacerlo en el viaje que ha organizado la propia agrupación. Cincuenta y cinco años después de abandonar el país, Sebastián luce orgulloso sus experiencias australianas. Él es de hecho uno de los impulsores de la Asociación Navarra Boomerang Australia Elkartea y hasta 2009 su presidente, cargo del que alardea sin vanidad. Aquella tierra fue su hogar, allí forjó las amistades que ahora regresan con la nostalgia del pasado y el “ojalá de un regreso”.

Antonio ricarte. Está a punto de celebrar su 80º cumpleaños. Días antes de poder celebrarlo disfruta de la compañía de sus compañeros de expedición australiana y lo hace junto a su mujer, que le acompaña discreta entre la gente. No recuerda cuándo se fue a vivir al otro lado del mundo; sí mantiene vivo el recuerdo de los hachazos contra la caña de azúcar. Él, como la mayor parte de sus compañeros de viaje, dedicó sus años en Australia a los campos de caña de azúcar. “Yo no había pensado nunca en ir pero mi mejor amigo estaba allí y me reclamó, se inventó que era su hermano y me inscribió para que me llamasen”, relata. Marchó en el segundo barco de hombres jóvenes que se emigraron Australia para trabajar, sin una idea clara de dónde iba a acabar. Durante tres años trabajó en los cultivos de azúcar, cortando la caña para luego vender el producto bruto. Después se dedicó a la plantación de tabaco. Recuerda que aquel trabajo estaba bien remunerado: “Mucho mejor que lo que ganaba por trabajar en Peralta”. Antonio guarda en la memoria la buena acogida de los australianos, que lo recibieron con cariño.

montserrat, 85 años. Monsterrat Llorente se define como una persona “inquieta y aventurera”, una mujer a la que no le da miedo lanzarse a lo desconocido y con iniciativa. Así lo hizo en 1961 cuando inscribió a ella y a su marido en las listas para emigrar y repoblar Australia. “Me he apuntado a lo de Australia”, con esta frase le dio la noticia a su marido, que no pudo negarse.

Tenía 28 años cuando se marcharon, sin más idea que la de abandonar Valtierra y empezar una vida nueva en otro lugar. “Aquí no teníamos mucho dinero, tan solo para comer”, explica. Pasaron doce años allí, divididos en dos partes, de seis años cada uno, trabajando en el campo.

Queensland fue durante un tiempo su hogar, allí su marido se dedicaba a la caña de azúcar y ella cocinaba para los trabajadores.

Sus hijos nacieron y se criaron durante los primeros años de infancia en Australia. Montserrat guarda de sus días en Australia una amistad, la de Isabel con la que ayer compartió vivencias.

isabel orta, 87 años. Isabel abandonó Navarra con 29 años. Su novio se había ido a Australia como parte del proyecto de repoblación y en cuanto tuvo la oportunidad de seguir sus pasos, lo hizo. “Fui con un grupo de chicas navarras , me marché para casarme con él”, comenta. Y así lo hizo.

Tres días después de su llegada al país se casó con su pareja de toda la vida. Tenía miedo a lo desconocido, una sensación de caída en el abismo y de emoción por juntarse con su compañero. “Me daba muchos nervios, pero quería ir con él”, relata. Su pareja llevaba dos años lejos de ella y no quería que siguiera siendo así. La única solución era casarse y vivir allí el tiempo que fuese necesario. Durante años construyeron su vida familiar en otro continente, felices y disfrutando de lo que tenían. Allí tuvieron a sus tres hijos, que hoy la acompañan para encontrarse con sus compañeros de aventuras.

stephanie crespo, 32 años. Es la actual presidenta de la Asociación Navarra Boomerang Australia Elkartea y la impulsora del emotivo evento vivido ayer. “He vivido en un entorno familiar repleto de recuerdos de Australia, rodeada de las historias que contaban mis abuelos y mi madre”, comenta. Las vivencias familiares le han servido de impulso para hacer de la añeja emigración australiana un recuerdo latente. Ella forma parte de la tercera generación, nieta de emigrantes. Su abuelo trabajó la caña de azúcar desde que se fue a Australia en 1958, su abuela marchó junto a él en el año sesenta y dos, después, llegó su madre. Ella es ahora una de las impulsoras de un viaje previsto en julio para aquellos emigrantes dispuestos a recuperar sus raíces. “Para mí todo esto es como hacer real el reconocimiento que deberían haber tenido cada uno de ellos”, subraya Stephanie. Y es por ello que le hace especial ilusión el viaje donde muchos de los emigrantes podrán visitar las producciones más industriales de cañas de azúcar. Su recorrido se centrará en los lugares más emblemáticos para los emigrantes y recordar aquellos años de lucha, trabajo y valentía. Todo un tesoro cultural como legado.